Acción-reacción

Hemos llegado a un punto en el que la broma se pasa de castaño oscuro, pues ya son muchas décadas aguantando, obedientes, el maloliente orín que nos resbala por la frente, que pasa por la sien y desciende por la mejilla cruzándonos virulentamente la cara, ¡zas!, mientras nos dicen bien sonrientes que es lluvia. Sí, ya… y los bancos han mirado siempre por nuestro beneficio.

Vamos a situarnos. Fueron décadas tristes, agrias, donde una sociedad sin fuerzas, apática y harta de humillaciones, se dejaba insultar y abofetear por un grupito de “personas de bien”, pues tenían al mismísimo Dios de su lado. En su nombre, mancillaban la dignidad de millones de personas a las que creían ajusticiar  por ser  partidarias de un ‘libertinaje judeo-masónico’, dejando sus cuerpos en olvidadas cunetas y condenando a sus familias a la más vil de las miserias. Las cruces se tornaron gamadas. Eran otros tiempos; tiempos en los que parecía normal que un puñado de militares fascistas, de aquí y de allá, tiroteasen la Democracia, enterrándola bajo pestilente mierda de gallina rojigualda; aunque, por otro lado, “podíamos dejar la puerta de casa abierta” (no sé bien para qué, pero podíamos). Orgullosos del impecable trabajo que ofrecía en forma de adoctrinamiento, le agradecieron a su Santa Iglesia tan magna colaboración haciendo real su sueño… por fin Dios estaba en todas partes: en la televisión y en la radio, en los libros de la escuela, encima de la pizarra (para vigilar la pedagogía de los maestros que no fueron asesinados), en cada acción política, en cada sorbo de fría e insípida sopa. Era tal la relación sentimental Iglesia-Estado que, si unos ensalzaban a la otra, la otra también homenajeaba a los unos. Dicho de manera más coloquial: se autocomplacían haciéndose onanismos entre sí. No era extraño, pues, ver altares que recordaban a “los caídos por Dios y por la Patria”; el resto, las y los que cayeron, aunque no fuese ni por Dios ni por ninguna pestilente Patria, merecían seguir olvidados en las mismas cunetas de antes.

Cuando parecía vislumbrarse el final de aquel macabro juego, que ya duraba cuatro aburridas décadas ‘cara a la solana’, las ansias de calma y ficticia estabilidad hablaron de bienestar en forma de Estado de Derecho. Llegó la ansiada Democracia… tan ansiada, que habíamos olvidado qué era aquello y adónde residía su esencia, así que nos dieron gato por liebre: como si se tratara de un partido de baloncesto, se cambiaron las camisetas, pero hoy siguen botando la misma pelota y jugando en la misma cancha (iglesia). Y es que ésta nunca dejó de involucrarse en asuntos de Estado, porque nunca ha dejado de pertenecer a su eje central: siguen en los medios de comunicación (no solo con soportes privados, sino también públicos), siguen en los colegios, y siguen susurrándole al oído de la política española qué bragas ponerse. Sigue la caridad, frente a la solidaridad. Y siguen sin haber Obispas y Mamas.

Con un panorama dictatorial así, con una sociedad tan ‘pasota’ a la que le da lo mismo escoger entre recibir una patada o un puñetazo, es el momento de iniciar una respuesta coherente y acertada, un paso firme que deje bien claro que esas acciones no van con nuestro concepto de Democracia, de Justicia Social, de Memoria, de Dignidad. Sabemos que el corazón no entiende de razón, y es obvio que respetamos cualquier creencia y dogma, siempre que ésta nos respete; eso no quiere decir que debamos y queramos pertenecer a una religión en concreto. El peso de la historia nos empuja a romper nuestra débil relación personal con la Iglesia Católica y, por ello, hemos decidido APOSTATAR, cortando así el desgastado hilo que nos unía. Independientemente del placer personal y del gusto de sentirte liberada o liberado de esa carga en la conciencia, sabemos que ‘la unión hace la fuerza’, así que tendemos la mano y animamos a las personas que se encuentren en nuestro estado de ‘desafección dogmática’ para dar este decisivo paso juntas, porque como bien escribía Ulrike Meinhof: “arrojar una piedra, es una acción punible; arrojar mil piedras, es una acción política”. ¡Que nuestra acción se convierta en granizo!

Eloïsa López Labrador

Elías Riquelme Poveda

Estefanía Vidal Pino

Enric (Catxap) Campello

 

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