4 de Julio: Santa Isabel de Portugal, o Cumplir la palabrada dada.
Dice la abuela que a ella el bebé ya le sonríe y la reconoce. ¡Será posible semejante chocheo! Que quede claro que no pienso llegar a eso, pero ya digo que la cosa molesta, y me estoy pensando si entrar al trapo, aunque sólo sea en privado, y ser más ñoño que la yaya, o quedarme como estoy a ver si el niño me cambia la mirada y percibo algo más que esa cierta indiferencia de quién ya tiene todo lo necesario, y no quiere entrar en el juego social de ir reconociendo al personal.
En el fondo le comprendo, pues a mí me pasa algo parecido con esos vecinos que ves por la calle, y como tienes poco roce ellos, aparte de compartir el nomenclátor urbano, acudes al socorrido ¡Qué buen día hace! Que suena bastante tonto. Creo que mi nieto, siendo más listo que yo, ha decidido ahorrarse su atención, con todo lo que no se parezca a un biberón. Seguramente ya se estará dando cuenta el chaval que a su alrededor todos quieren decir la última palabra, mandar y decidir sobre su futuro.
Me tocaría ahora corresponder a los lectores, pero lo hare en volver del Pirineo, creo tendré el espíritu más elevado. Esta semana la escalada ha ocupado mucho de mi tiempo –que ya era hora- después de muchos meses sin ponerme un arnés. Cumplir la palabra dada, y necesidades del libro en el que ando inmerso me han llevado nuevamente a sentir, por dos veces, el goce de la piedra (ya tendré tiempo de explicar esto), Os dejo hoy el recuerdo de un gran hombre, del que mucho aprendí y todavía sigo aprendiendo. Es una especie de carta que hace tiempo supe que tenía que escribir, la he titulado:
La última escalada
El sol da pleno sobre la dorada cara Norte, la primavera dijo adiós anteayer y hace calor. Llegando, dos chicos, guía en mano, buscan el inicio de una ruta que conozco bien: El cable del Cid, la llaman hoy, reconvertida en vía ferrata. Van delante y pronto les perdemos de vista. ¡Qué fuerza inconmensurable tiene la juventud!, y qué distintos nosotros tres, cuyas tímidas canas florecen, ahogando el interés por la prisa; bueno, tú menos que nadie, ni prisas, ni transformaciones capilares, nevada ya la testa que te otorga el aire aristocrático y afable, del profesor emérito que siempre vi en ti.
En las primeras rampas, reconozco la emoción contenida que dibuja tu media sonrisa, tal es tu presencia en mí. En momentos previos como este, solías decir que se te secaba la gola, usando el elderismo que te acredita enamorado de tu valle de Elda.
Al pie de la roca, nos ocupa la ceremonia de equiparnos para la escalada. Tú, observas extasiado desde el interior de mi mochila y me recuerdas, una vez más, cuán asombrados están en tu casa, por estas tardías capacidades tuyas para la escalada, descubiertas en tu edad madura.
La primera barrera rocosa es historia, alcanzando la campa intermedia. Tú no dices nada, aunque noto que sigues ahí, cobijado entre las cosas sencillas que solíamos llevar, en aquellas tardes de descubrimiento y gozo. ¡Qué fácil era sentir la Naturaleza a tu lado, y cuanto amor hacia estas tierras dejaste en mí!… No sé por qué suspiro hondo, ni porqué los ojos aún me lloran sin querer, si ya dejó de dolerme tu ausencia, reconfortado por todo cuanto de ti aprendí.