Paquito estaba a punto de correrse y echó marcha atrás. Mara, en posición perrito, notaba cómo el semen resbalaba por su espalda y sus nalgas al mismo tiempo que notaba una lágrima resbalar por su cara. ‘¡Dios, qué polvazo!’, exclamó él, mientras le besaba la espalda. Ella sonrió triste y estúpidamente, al menos el comentario le había subido el ánimo hasta el suelo.
Paquito y Mara eran compañeros de profesión desde hacía años y coincidían bastante. Los jóvenes habían congeniado desde siempre, aunque eran de estilos completamente diferentes. A ella le gustaba ir arreglada, con ropa de moda, rozando el pijerío; él era más hippy, aunque no había nada de desaliño en su aspecto; ella llevaba pendientes de diseño; él un piercing en el cartílago de la oreja; ella tenía ángel en la cara y cadencia al caminar; él desbordaba simpatía y energía positiva; los dos eran amigables, los dos eran buenas personas.
A Mara le gustaba Paquito, aunque nunca se había planteado nada con él. Y ahora necesitaba una bocanada de aire fresco que se llevara su tristeza y le ayudara a pasar página. Por eso, cuando esa mañana de agosto lo vio en la conferencia lo tuvo claro. Se alegró de haberse puesto una camiseta ajustada. Se sonrieron durante el acto, que se hizo interminable, y cuando acabó los dos fueron a saludarse.
Tras hablar de trabajo unos minutos, Mara se decidió a probar la pequeña estrategia que había estado pensando mientras charlaban y ver por dónde salía Paquito. ‘Al final todavía no me has enseñado tu piso, a ver si cojo ideas para decorar el mío. Estaba al lado del Jesús y María, ¿no? Muy cerca del mío’. ‘Sí, justo al pasar la rotonda. Ya sabes que cuando quieras te vienes y te lo enseño y te invito a una cerveza’. ‘Venga, a ver si es verdad, te doy un toque la semana que viene que ya estoy de vacaciones’. ‘Eso… aunque yo tendré que currar, cabrona, ja,ja’.
Y así lo hizo. Quedaron al martes siguiente. Él la llamó cuando salió de la oficina, ya pasadas las diez de la noche. Su casa era un piso nuevo de VPO, donde el descansillo era demasiado estrecho. Pero traspasada la puerta y esa primera impresión algo decepcionante, en el apartamento -de dos habitaciones y donde destacaba la terraza- desaparecía la sensación claustrofóbica. Decorado con muebles de Ikea, en plan minimalista y a base de líneas rectas y modernas, los espacios parecían más grandes de lo que eran. Mara se encontraba bien allí, casi olía a nuevo y eso le ayudaba a dejar atrás lo viejo que había en su vida y que quería dejar atrás por encima de todo.
Paquito sacó unas cervezas y se sentaron en el salón. Acababan de abrirlas cuando llegó Cristóbal, el compañero de piso, al que también conocía Mara. No le extrañó verla en casa, o al menos no lo manifestó. Los tres (sobre todo ellOs) terminaron con las reservas de cebada de la nevera entre risas y conversaciones que cada vez tenían menos sentido.
Salieron a la terraza para estar más frescos. Mara y Paquito se acomodaron uno al lado del otro en el sofá. ‘Bueno chicos, yo me voy a la cama, que estoy reventado’, dijo Cristóbal levantándose de la butaca. Mara miró el reloj, eran las dos pasadas. ‘Sí, ya es muy tarde, yo también me voy, que mañana curras’, señaló socarrona, dirigiéndose a Paquito. ‘No, quédate, que ahora vienen los cubatas, y mañana Jose (que también había sido jefe de Mara) no viene’ ‘¡Qué bien vivimos¡ ja, ja, ja’.
Paquito trajo ron, hielos y coca-cola. Sirvió a Mara, que le pidió muy poco. Los ojos del chico estaban ya entornados y las palabras salían pesadamente de su boca, pero seguía manteniendo intacto su encanto. A ella se le dibujaba una sonrisa tonta, como cuando sabes que te van a hacer un regalo. Paquito comenzó a jugar con los anillos de Mara que, entretenida, le contaba la historia de cada uno. No sabrían decir en qué momento sus bocas pasaron del lenguaje hablado al otro. Se recostaron y se enrollaron. Los besos y los movimientos eran lentos y pausados, dados con mimo. Mara estaba más cómoda de lo que esperaba. Sin embargo, no dejó que la cosa fuera a más, tenía claro que quería hacerlo como debía, y que esta vez no podía saltarse la regla de oro de NO acostarse en la primera cita. Por eso, con suavidad y sin prisas se lo fue quitando de encima. ‘Quédate a dormir. Prometo no hacerte nada, pero quédate; no me dejes solo’, le pidió Fran sonriendo y poniéndole ojitos. ‘¡Qué va! Además, sabes que no es por eso. Mañana tú tienes que ir a la oficina y no es plan. Quedamos este fin de semana, ¿vale?’. ‘Vale, quedamos’. Se despidieron con un pico.
‘¿Por qué los tíos son así? ¿Por qué te hacen pucheros y te intentan convencer de que te quedes con ellos a pasar la noche, como si les importaras y te necesitaran, si a la mañana siguiente, o a las dos semanas -es un decir- te van a dar una patada en el culo? Que digan claro: quédate a follar, pero que no jueguen, coño, que no jueguen. Con lo fácil que es decir las cosas claras’, reflexionaba la joven en el ascensor. De todos modos, quiso apartar ese punto amargo que le había dejado la velada, concentrarse en lo positivo, y ser menos dura y exigente para poder ser más feliz.
Se mandaron mensajes durante la semana. El viernes hablaron. Paquito le dijo que tenía cena de compromiso en un pueblo cercano, pero que para la una o las dos como mucho estaría libre. Mara se arregló tarde. Hizo tiempo esperando. Vio la tele, escuchó música, jugó a la serpiente en el móvil. A las dos menos cuarto el aburrimiento se apoderaba de ella y lo telefoneó. Paquito le dijo que le quedaba poco y que le daba un toque cuando estuviera a diez minutos de su casa. En 15 minutos sonó el móvil de Mara.
Llegaron a la vez al portal y Paquito la saludó con un pico. ‘¿Te importa que me dé una ducha? Vengo asfixiado’ ‘Claro, claro, como si estuvieras en tu casa’, rió ella. ‘Por cierto, ¿Cristóbal no está?’, preguntó como el que no quiere la cosa. ‘No viene esta noche’. Paquito le dio un beso y se fue al baño, no sin antes ofrecerle una cerveza. Mara se puso algo nerviosa. Se sentó en el sofá. Bebió. Se recolocó las tetas. Paquito salió enseguida, en calzoncillos. Aunque no es que le sorprendiera, no pudo evitar hacerle un repaso, y pasó el examen. Se recostó muy cerca de ella, y ésta le puso las piernas encima. Él le quitó el zapato derecho. Eran de tela vaquera con tacón alto en forma de cono. Le masajeó el pie. Él comentó que le dolía la espalda, que la tenía cargada. ‘Pues yo sé dar masajes, y me dicen que bastante bien…’ Se sentó y empezó a presionar levemente sus hombros. ‘Umm, pero dámelo bien, mejor en la cama, ¿no?’. ‘Venga, vamos’.
Tumbado boca abajo, Paquito comenzó a sentir los dedos expertos y ágiles de Mara sobre su espalda musculada. Ella estaba sentada en sus nalgas y se contoneaba hacia abajo y hacia arriba al ritmo de sus manos. ‘¿Te gusta?’, susurró. ‘Mucho’. A continuación ella se agachó sobre su cuello y comenzó a darle pequeños besos. ‘¿Y esto, te gusta también?’, volvió a preguntar pegada a su oído. Él no dijo nada. Se dio media vuelta y rodeándola con los brazos la atrajo hacia sí. Se morrearon.
Paquito le quitó la camiseta, se excitó al descubrir su figura salpicada de lunares, le desabrochó el sujetador y se abalanzó sobre sus pechos. Mara comenzó a confundirse. Quizá era el calor. Creía que en otro cuerpo encontraría el consuelo que necesitaba, que otro sudor borraría la imagen de Víctor, y estaba convencida de que Paquito podía hacerlo, y quién sabe, a lo mejor podía ser mucho más, y sólo tenía que descubrirlo. Tenía esperanzas -de verdad- Pero no era así. El recuerdo de Víctor estaba más vivo que nunca. Y le dolía con una fuerza insoportable. Abrió mucho los ojos y miró fijamente para ver lo más nítidamente posible al chico de carne y hueso que tenía debajo, al que estaba ahí.
Y veía que su pelo no era el de él, que sus manos no eran las suyas, que no tenía sus ojos, ni sus labios, ni su marca de nacimiento. Que la lengua que sentía no era tan cálida como la de él, que el pene que estaba en su interior no la llenaba como el suyo. Y dolía. Se esforzó como nunca en darle placer a Paquito, y en sentirlo ella. Gemía débilmente, más de frustración que de gusto. El chico sí eyaculó, fuera de ella. ‘¿Cómo estás, todo bien?’, quiso saber. ‘Sí, sí, tranquilo’, contestó ella y le acarició y besó.
Hacía muchísimo calor. Fueron al baño, él primero. Jugaron y no tardaron en volver a la acción. Paquito porque le había gustado y se había quedado con ganas de más, Mara porque quería convencerse de que era posible olvidar y encontrar a alguien que la quisiera de igual modo que ella a él. Se la chupó con esmero, le acarició descubriendo cada recodo de su cuerpo y practicó solícita todas las posturas que proponía. Intentó dejarse llevar por sus sentidos, por la mera experiencia física, pero no lograba que el goce eclipsara a sus sentimientos más hondos. Paquito no pensaba, únicamente follaba y se moría de gusto. Al fin, ella pudo concentrarse en el sexo, puro y duro, aunque seguía faltándole el aire que tanto anhelaba.
Culminaron, empapados en sudor. ‘¡Dios, qué polvazo!’, escuchó Mara. Se secó disimuladamente la cara, mientras él secaba su culo con la mano. Se ducharon. El agua estaba fría, como Mara. Paquito lo notó. Quiso preguntar, pero los gestos y palabras secas y cortantes de su compañera no le dieron lugar.
Al día siguiente Paquito llamó a Mara, no obtuvo respuesta al otro lado del teléfono. Supo que no la iba a tener nunca, y no volvió a llamarla.