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Un soleado día, completamente veraniego, y la presencia de miles de espectadores (aunque siguieron viéndose vacías unas doscientas sillas, dando la razón a quienes sostienen un cambio de horario que ubique el desfile por la tarde) fueron los perfectos ingredientes con los que se cocinó una Entrada Cristiana marcada por el boato de los Labradores, que repasaron su historia con mucha música tradicional y figuras del folclore local, como los ”Gegants”.
A las once de la mañana, como un clavo, las notas de la Sociedad Unión Musical se alzaron sobre el sonido ambiente para marcar el inicio del desfile y comenzar el viaje por la historia de los Labradores, que no fue sino un recorrido por las propias pulsiones y el arraigo de un municipio que no hace tanto tenía en el campesino, el campo y la vida agrícola su principal forma de vida. De ello se encargó de recordarlo el enorme panel que abría el boato, jalonado por fotos antiguas de ese pasado común, y los dos enormes “gegants” vestidos al uso, tan propios del folclore local, como figuras centrales en el horizonte del desfile. La música de la dolçaina y los redobles de tambor, interpretado por un grupo de festeros que arrancó muchos aplausos entre el público, le ponían ese acento “petrerí” al singular panegírico a nuestras costumbres que estaba ofreciendo el boato de los Labradores.
La música mantuvo el protagonismo a continuación, con un heterogéneo grupo de bailarines y músicos, que interpretaron danzas populares, castañuelas mediante, con un fondo musical de guitarra, mandolina y percusión. La carroza, combinando veteranía y juventud, simbolizando presente, pasado y futuro, cerraba el boato, para dejar paso a las otras sensaciones que ofrecía el desfile.
La primera de ellas, la irrupción de la capitanía de los Labradores con el embajador cristiano, comandando el desfile de las filas de la comparsa y comenzando así el bello espectáculo de los Moros y Cristianos, donde se combinan la vistosidad y variedad de los trajes, el carisma de los cabos de escuadra y las melodías épicas que acompañan el paso sincopado de los festeros. Una tras otra, las comparsas cristianas y moras fueron mostrando el trabajo de todo un año, con un público entregado que jaleaba la algarabía multicolor que presenciaba. Aproximadamente a las tres de la tarde, la intensa mañana llegaba a su fin.
El misticismo de la Procesión
Con los cambios, que han movido la Guerrilla mora al lunes, los festeros aprovecharon para descansar y para tomarse un merecido descanso en los cuartelillos con amigos y familiares. Repuestas las fuerzas, a las ocho de la tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse, en un precioso y fresco atardecer, el cadencioso paso y la solemnidad se apropiaron del ambiente local: era la hora de la Procesión.
La nota más novedosa la puso la fila de mujeres que acompañaban la talla del santo patrón, apenas tres años después de que en 2008 sucediera por primera vez. Antes de sacar a San Bonifacio del templo parroquial, todas las comparsas, observadas en silencio, habían iniciado ya el recorrido de la Procesión, imponiendo ese misticismo que siempre acompaña al acto. Cerca de las once de la noche, minutos antes de que cayeran una suave lluvia que no tuvo repercusión en el solemne desfile, sonaban las notas de la Marcha Real con las que se reintroducía al patrón en la iglesia de San Bartolomé
Desfile de Honor y Entrada Mora
Hoy domingo el espectáculo visual alcanza nuevas cotas con el Desfile de Honor, a partir de las once de la mañana, y con la Entrada Mora, a partir de las cinco y media de la tarde, en el día que más público se acerca hasta la localidad y considerado tradicionalmente como el día fuerte de la Fiesta.