Alguien me dijo que nuestro río Vinalopó a la altura del puente Sambo se había recuperado, que la vegetación había vuelto a brotar y que los pájaros estaban por todas partes, casi como un milagro o un espejismo que uno se negara a creer. En base a esta no creencia, uno (que de natural es incrédulo), decidió ir hasta este lugar para cerciorarse de estos rumores.
Si uno desea ir, debe encaminar sus pasos hacia la Peña el Sol, cruzar el puente que gravita sobre la autovía y dirigirse hacia la derecha, atravesando por en medio una urbanización de chalets hasta que el asfalto se termina y empieza la tierra. Justo en ese lugar se encuentran unas ruinas de antiguas y olvidadas casas sobre un altozano que nos deja ver a modo de entrante una amplia vista del cauce del Vinalopó, cubierto de tarays y orzagas en encarnizada disputa por el mas mínimo recoveco donde poder enraizar y crecer a la vera del río, formando un bosque en galería. A su vez, y en espectacular sinfonía, se despliegan sobre nuestros oídos los cantos entremezclados de un sinfín de aves dichosas de su existencia mientras nos vamos adentrando en este microsistema que la fuerza de la naturaleza ha conseguido arrebatarnos, aun a pesar de nuestros esfuerzos por evitar que la madre tierra se salga con la suya.
Mientras caminamos nos vamos acercando al puente Sambo, obra del siglo XIX y fruto de algún sesudo ingeniero de la época. El río camina por debajo suyo con perezoso andar sorteando rocas, ruedas de coche, recovecos y alguna botella de suavizante para la ropa arrastrada hasta allí desde nuestras ciudades, recordando al viajero el profundo e irreparable daño que le hacemos a nuestro hermano y amigo río. Tras cruzar este puente nos encontramos en termino de Monóvar, pero esto da igual, ya que nuestra vecina localidad parece empeñada en imitarnos en nuestra barbarie arrojando vertidos al cauce y basura por doquier, pero aun así, el canto del verde Taray y el habla de los pájaros nos inunda y rodea por todos lados recordándonos que esta tierra no es nuestra y solo estamos aquí de paso.
Si uno consigue despertar de este hipnótico lugar podrá ver al fondo el castillo de Novelda y el Monasterio de la Magdalena, uno con su torre triangular, siendo ésta única en Europa y el monasterio con sus aires Gaudianos, inspirados directamente en su figura por uno de sus discípulos el cual fue artífice de este bello edificio.
Y ya terminando no quisiera dejarme en el tintero las palabras de un turista inglés que tuve la oportunidad de encontrarme justo debajo del puente del AVE (maldito pajarraco este que no tiene alas, ya bien te hubieras quedado en tu nido sin alzar vuelo, pájaro de mal agüero), que respondía al nombre de Joseph “from London” y que me comentó: “You have a fantastic landscape” (“tenéis un fantástico paisaje”. Yo le respondí en mi precario inglés que era cierto, pero que no lo sabíamos. Y es que nosotros que vivimos aquí no apreciamos lo que tenemos, pero la gente que viene de fuera sí es consciente del valor de nuestros paisajes.
Retornando ya de vuelta a la ciudad siguiendo las huellas de mis pasos tuve algo por lo que reflexionar, algo que a mi parecer es nuestro gran problema: la ignorancia; ignorancia por los animales, por las plantas, los paisajes y por las consecuencias de nuestras acciones sobre el entorno que nos rodea y los ecosistemas que en el se encuentran, y la mayor ignorancia de todas es que no nos damos cuenta de que formamos parte de un todo, pero solo somos eso: una parte del todo. Mientras pienso en esto dejo detrás de mi a los pájaros cantando, al fondo un trueno retumba en el valle, parece que se acerca tormenta, así que aprieto el paso mientras las primeras gotas caen sobre mi cara; aún queda camino para llegar a casa.