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El domingo, quizá el día más grande de las Fiestas, en tanto que es el que mayor número de espectadores reúne tradicionalmente, surgió primaveral y soleado, todo un regalo para los festeros que habían soportado bajas temperaturas y alguna lluvia en días anteriores.
Bien entrada la mañana, y con una sonrisa en sus rostros, los comparsistas avanzaron en desfile general a buscar a las capitanías a sus domicilios, y se juntaban todos los festeros en Pais Valencià. De allí partían a las once horas, ante el numeroso público asistente, hacia la Plaça de Baix, iniciando un desfile de honor que permitió, un año más, la admiración de vistosos trajes de gala, con diseños muy estéticos y originales. Las capitanías, respaldadas por las autoridades civiles y eclesiásticas y la directiva de la Unión de Festejos, fueron largamente aclamadas durante todo el recorrido, erigiéndose en las protagonistas de la mañana. El desfile finalizó con la Santa Misa en honor de San Bonifacio en el templo parroquial, oficiada por el párroco de San Francisco de Sales de Elda, y en el que la coral de la Unión de Festejos, dirigida por María Carmen Segura, interpretó la Misa de Schubert acompañada por un cuarteto de cámara.
La tarde, con una temperatura espléndida, trajo la Entrada Mora, el plato fuerte de la jornada. Con el recorrido lleno de público, en el que casi no cabía un alfiler, y muy animoso, como lo había estado por la mañana, fueron los Moros Berberiscos la comparsa encargada de abrir el desfile. Precedidos por los tambores de la Sociedad Unión Musical, el boato berberisco encarnó la historia de la comparsa, recuperando las capitanías que han conocido sus 35 años de existencia.
Lo cierto es que el boato dejó una bella amalgama sobre el espíritu mismo de la Fiesta, combinando los momentos álgidos del ayer con los actuales y con los que todavía están por llegar. Así, tradición y futuro, veteranos y jóvenes, desfilaron como una sola unidad orgullosa de su pasado y con ganas de conocer días venideros. Abría este boato tan autorreferencial, pero agrupador por su simbolismo, un bloque de estandartes de las filas de la comparsa, al que siguieron un grupo de niños que se divirtieron de lo lindo marcando con confeti todo el recorrido. Tras ellos, como grandes invitados, se unieron a la fiesta berberisca la comparsa Piratas de la vecina localidad de Elda, que se integraron de forma muy armónica en el desfile. El número de baile, que tanto agradece el público, lo pusieron un grupo de féminas al son de ritmos árabes, contorneando sus cuerpos en una suerte de hipnotismo que arrancó varios vítores en el recorrido.
Fue entonces cuando irrumpieron en escena las capitanías que ha conocido la comparsa, enfundadas en las ropas que antaño lucieron, avanzando ante nuestros ojos como fluido discurrir de una historia viva, que no olvida lo que la ha traído hasta aquí. Su genuino entusiasmo, y su ilusión intacta, contagiaron al público, que además pudieron pasar revista a decenas de espectaculares atuendos. Finalmente, una carroza con los miembros más jóvenes de la comparsa, ofreciendo un bello contraste a lo contemplado hacia unos instantes, daba paso a la entrada a caballo de la capitanía de este año (capitán, Jorge Alcolea; abanderada, Sara López; rodela, Gisela Alcolea), acompañada por el embajador moro, hecho que volvió a levantar de nuevo al público de sus asientos, que aprobaba los momentos que estaba viviendo.
Después de que los berberiscos siguieran a sus cargos, fue avanzando el resto del bando de la media luna, en idéntico orden al que se siguió el día anterior (Moros Fronterizos, Moros Nuevos, Moros Beduinos y Moros Viejos). El bando cristiano disfrutó del largo atardecer, con la misma imponente presencia que ya deslumbró la jornada anterior. Cerca de las diez de la noche, los festeros se retiraron a cenar a los cuartelillos, antes de embarcarse en la última noche de fiesta antes de despedir, hasta el año que viene, a San Bonifacio.