Autoridades, abanderadas, festeras y festeros, amigos, amigas, villa de Petrer…previamente al comienzo de la tarea encomendada, quiero agradecer el honor dispensado hacia mi persona a quienes habéis conspirado, para que esta noche sea yo quien proclame desde esta tribuna el próximo comienzo de nuestras fiestas mayores. En honor de la verdad y con el corazón en la mano voy a confesaros que en su momento no me pareció buena la elección pues considero que existen otros festeros y festeras más merecedores por mérito y preparación. Más tarde, cuando ante la insistencia lo planteé a mi mujer, a mis hijas y algún amigo intimo, todos abogaron porque mi respuesta fuese positiva. Si bien la cuestión que logró que el fiel a la balanza se inclinase con determinación hacia el sí, fue el hecho de que a pesar de que en la actualidad no participo activamente en la fiesta, no podría darle la espalda a lo que tanto he querido y creído sin escatimar esfuerzos. Y aquí estoy.
Disculpadme si no os hablo de fechas, datos acontecimientos históricos, personajes de la fiesta, ni festeros relevantes, porqué para ello existen eruditos más versados en esta materia. Tampoco glosaré acerca de las bondades y excelencias de nuestra fiesta, algo totalmente innecesario, por ser todos ellos perfectamente conocedores de ello. Os voy a hablar de mis sentimientos hacia la fiesta. Los sentimientos son como los hijos, todos estamos convencidos de que los nuestros son los mejores…o como dicen los árabes, “cada uno vende sus pulgas como gacelas”. Ahí van los míos: la fiesta comenzó para mi de niño, de la mano de mi padre. Tan niño que aduras penas permanecen en mi algunos recuerdos, que no llego a visualizar con total claridad…la botella de brandy de la redecilla amarilla encima de la mesa camilla, con su previsible acompañamiento de sequillos, suspiros y magdalenas. La llegada del músico el día del comienzo de la fiesta y el regalo con que se esforzaba agasajando a la anfitriona de la casa. “Les paraetes” que plantaban en el Derrocat y en la misma Plaza de Baix, donde compraban mis padres unas bolitas blancas y rugosas que llevaban un “torrat” en su interior.
Otros recuerdos cobran mayor intensidad merced a algunas fotos en blanco y negro. Entre ellas, una del año 1963 en la que aparezco durante la entrada por la calle Gabriel Payá junto a mi primo Dani, y tras nosotros mi padre, desfilando codo con codo junto a mi tío Daniel, ataviados con sus túnicas blancas de moros nuevos y armados con unas espindargas adornadas con un banderín con la mano de Fátima. En otra foto, mi padre a la puerta del bar Tadeo en el paseo de la Explanada, rodeando de una pleyáde de moros nuevos, moros viejos, flamencos y algún estudiante, todos ellos derramados en la acera con el denominador común del botellín de cerveza en la mano, y haciendo coros con alguna canción que, evidentemente, no podemos adivinar.
Tras un paréntesis en la fiesta, llega 1976 y es mi tía Emma “La peixeta”, con su irreductible entusiasmo festero quien se encarga de que ingresase de nuevo en la comparsa de moros nuevos, ¡como no! Concretamente en los Walíes. “Gracies” tía.
Gracias a mi madre que me inculcó en mis años de joven festero que la fiesta consiste en los actos que se realizan durante el día (independiente de la hora de regreso por la madrugada). Aunque el método para enseñarme la lección era un poco cruel, pues por las mañanas de los días de fiesta en oír la primera banda de música en algún acompañamiento, me tiraba de la cama diciendo “¡ale vesteix-te i a la festa, que ja està al carrer!” Con esta expulsiones fulminantes del catre logré en algunas ocasiones acompañar a la abanderada yo sólo ¡ Hasta el jefe de comparsa llegaba tarde incorporándose a mitad del recorrido!
Gracias también a quien fue mi mentor durante aquellos primeros pasos de joven festero, Juan Fernandez Antón, moro nuevo de los que concedemos el “marchamo de tota la vida”. Status que yo jamás alcanzaré al haber abandonado el bando de la media luna creciente y enrolarme en las tropas del señorío de Vizcaya, concretamente en las esforzadas filas templarias, para en la actualidad por avatares de la vida, militar en la comparsa más grande, mientras San Bonifacio así lo prefiera. Con esto aprendí que nada es para siempre…que todo puede cambiar y sin embargo seguir un curso desconocido y establecido como si nada. No obstante, la fiesta debe ser algo que va incluido en el código genético, pues como tantos otros que no participamos activamente cuando suenan los acordes de un buen pasodoble dianero o una marcha mora o cristiana, todo nuestro ser se convierte en un diapasón que vibra a sus acordes, haciendo aflorar emociones y sentimientos que solo la fiesta nos concede. Todavñia me emociono cuando recuerdo las dos entraetas conmemorativas de los 25 años en las que tuve la suerte de participar en las cuales presentamos la marcha mora “Walíes” del petrerense Francisco Albert Ricote y cristiana “Cavallers Templaris”del entonces casi un niño Javier Sanz Vila. ¡Cómo disfrutamos!, nos faltó calle. O cuando estrenamos el último traje de la fila Templaris, portando el santo en su bajada. Los rostros que aparecen en la foto en la ermita escoltando a San Bonifacio, minutos antes de sacarlo en la plazoleta revelan nuestra ignorancia a la tormenta emocional que estaba a punto de desencadenarse. Durante la bajada sucedieron instantes eternos en que no sabíamos si estábamos en Petrer del siglo XXI o en la ciudadela de alguna antigua fortaleza templaria. Transcurría como una película a cámara lenta, entre la bruma, absortos, en silencio, ajenos al tiempo y a todo cuanto acontecía a nuestro alrededor. A la llegada a la plaza de Baix, el alborozo de las campanas tocando a gloria nos arrancó de la ensoñación, sumergiéndonos bruscamente en el frenesí de las vueltas de rigor a la plaza. Mientras, la fina lluvia de plegarias y los vítores al santo que a su paso los festeros le dirigían iba calándonos el alma; y el santo levitaba y nosotros con él.
Desfiles de honor subiendo por Gabriel Payá al paso de Primavera, Reina de fiestas o El desijat, donde miraba el cielo azul y decía para mis adentros “¡la gloría deu de ser aixína!” Y que recuerdo tan especial, el debut de mi hija Guadalupe en el desfile infantil, junto a su fila, las Sarainas. Fueron la sensación de esa edición. Unos años después la primera entrada de mi hija María; la estirpe ya estaba asegurada, así lo creímos. Mas tarde el estreno de su primer traje en “Les Dames del Temple”, aquello fue un regalo pero lo vimos tarde ¡lo que daríamos por recrear esos momentos de nuevo! Un abrazo muy fuerte para ellas dos y para mi mujer, pues si yo he vivido con tanta intensidad la fiesta ha sido gracias a su desprendimiento, generosidad y entrega.
Guardo con mucho cariño el momento de ponerme el traje de festero el primer día de fiesta. Por la mañana estaba todo dispuesto, las prendas de ropa planchadas con primor y con olor todavía a las bolas de naftalina, la golilla refulgente, el fez cepillado y los zapatos limpios. La faja, la golilla y el chalecome gustaba que me las pusiese mi madre de soltero y más tarde mi mujer de casado. Para mí era un ritual muy importante, que tenía algo de iniciático. Por ello nunca he entendido como entre actos podíamos desprendernos de alguna prenda del uniforme, excusando incomodidad o calor. Pues por fin había pasado la larga espera de todo el año, ponerme mi traje de fiesta y no quitármelo hasta que finalizase.
Al hilo de los genes festeros, por intercesión seguramente de san Bonifacio, al alimón de algún que otro oportuno y discreto empujón por parte de Mari Nieves Candela, entusiasta festera donde las haya, mi sobrina paula bajó el último día de fiestas de 2001 como rodela (al brazo de su padre, pero bueno con el título al fin y al cabo). Ahora faltaba que fuese algo más que un cargo. Para ello, algunas tardes de aquél tórrido verano en el campo, cuando el sol ya estaba bajo y la brisa de la Almadraba nos daba algo de tregua, sacábamos el arcabuz y con pistones intentábamos convertirla en una rodela digan heredera de la sangre artillera que corre por las venas de los vizcaínos. No había forma, en cuanto veía asomar el cañón del arcabuz, el pánico se apoderaba de ella, poniendo pies en polvorosa llorando sin consuelo. Su padre para quitarle hierro al asunto le decía que era “un trabuquillo”. Nos convencíamos con que no pasaba nada, aduciendo: “es que nincara es molt xiqueteta”. Fijaros la obsesión que tenía, que los Reyes en casa le pusieron un carrito de bebé que iba plegado dentro de un embalaje de cartón largo y estrecho. Cuando vio la forma del cartón salió disparada a la puerta de la calle gritando “¡el trabuquillo no!” Los meses iban pasando y mi hermana, con el canuto de un rollo de tela y unos retales de colores le había hecho una bandera pequeña. Hasta llevaba un corbatín con su nombre. Y allí por casa iba a todas horas con la bandera al hombro con una gracía que yo le decía a mi hermana. “A vore si nos avem equivocat i esta lo que va es pa abanderà!” Y llegó la tarde del día de banderas y tal y como no queríamos ver, al primer tiro del capitán desapareció de la escena del alardo, para reaparecer más tarde a la altura de la relojería de Paco y ¡prueba superada! Llegaron las fiestas y nos hizo disfrutar a rabiar, ganándose el título de rodela de los vizcaínos con nota.
Y es que ha sido tantos y tan intensos y gratificantes los momentos sublimes disfrutados en la fiesta que me hacen sentir repleto. De hecho, si San Bonifacio dispone que no vuelava aparticipar de forma activa me tendría que dar por conforme, además de por afortunado. En mi periplo festero siempre me he encontrado orlado de personas para quienes la fiesta es más una forma de vida, que unos días en que la rutina de lo cotidiano desaparecía con la aplicación de la patente de corso de “toto es festa”. En aras de la verdad, festeramente no puedo pedir más. Por ello doy gracias a quién corresponda.
Pero no es mi intención que esta noche nos pongamos melancólicos, ya que la verdadera esencia de la fiesta es el entusiasmo, la ilusión y por ende la alegría. Y a su vez la alegría mantiene una íntima relación con la sencillez. De hecho, para hacer con dignidad algunos de los oropeles con la que nos afanamos en aderezarla son vanos y faustos. Los ingredientes fundamentales de esa receta tan adictiva que llamamos fiesta son pocos: varias cucharadas soperas bien colmadas de ilusión, y alegría, unos puñados de entusiasmo, si es posible de cultivo ecológico ( es decir, sin contaminar por personalismos y otros “ismos” que en nada la favorecen). Condimentar al gusto con unos finos aires musicales levantinos (que pueden ser frescos como un pasodoble dianero, envolventes como una marcha mora o vigorosos como una marcha cristiana). Cocer a fuego lento al calor de la generosidad y la amistad durante todo un año y aderezar con unos magistrales toques de devoción al patrón. Antes de servirlo salpimentaremos con pólvora negra, preferiblemente de las “TRES EFES”, y al final y fundamentalmente para que el plato sea alimenticio lo acompañaremos con una espléndida guarnición de sentimientos positivos. No olvidaremos que la comida entera primero por los ojos, por tanto presentaremos la receta con una indumentaria vistosa.
Básicamente esa es la receta, no hace falta más. Si bien en cuanto uno de los ingredientes falte o se exceda, se descompensa y aunque aparentemente sepa igual, la fórmula pierde sustancia. Y de la misma manera todo cuanto se le añada es mera decoración, la presenta muy apetitosa a la vista, pero nada más. Lo que realmente importa son los sentimientos. Me pregunto si no anteponemos muchas cosas por delante de ellos, pues cuando abusamos de los aditivos, la fiesta la encarecemos y escuchamos la muletilla ¡la fiesta es un lujo! Personalmente me ha entristecido esa expresión. Existen festeros y festeras para quienes la fiesta es algo casi vital para el desarrollo de su persona. En muchos casos todos sus esfuerzos, habilidades personales y sociales e incluso el escaso dinero que les queda de la economía familiar para el ocio lo dedican a la fiesta. Por eso, en acoasiones, personas de valía festera, tienen que dejarla con pesar y eso me entristece, pues algo de su esencia personal se pierde y a su vez el kharma colectivo de la fiesta se altera. Ahora, quizás más que nunca la fiesta debe reivindicar su papel regenerador y de concordia social; aunque para ello quizás debamos volver los ojos atrás y hacer una fiesta más sencilla, y sobretodo más familiar, despojándola de los elementos más superfluos.
Y mientras el invierno y sus embajadores la nieve, el frío y la lluvia comienzan a claudicar, la naturaleza prosigue humildemente su labor…. afanosamente, sin dejarse vencer por las trabas que el ser humano nos empeñamos en ponerle.
Y es que la constancia siempre vence. Veintiún días han pasado desde que sus heraldos anunciaron su triunfal llegada por nuestro entorno. En la rambla de Puça las adelfas han dibujado el cauce de color de rosa, en Rabosa el cantueso ha dado finas pinceladas de morado, en Catí, las aliagas lo han pintado de amarillo y en perfecta sincronicidad nuestras plantas aromáticas: el sencillo romero, el discreto tomillo, el aromático abrótano, la fragante lavanda, la portentosa salvia, la vigorosa ruda y otras muchas menos conocidas han engalanado el aire con sus aromas. Un regalo para quien quiera detenerse a percibirlos y disfrutarlos. Con este estallido de vida llega la primavera. De su mano viene cogida la fiesta y con ella vosotras.
¿Que puedo deciros que no se os haya dicho o escrito en palabras de buenos oradores y narradores? Para alguna de vosotras el que hoy os encontréis aquí no es sino un destino escrito desde el tiempo, en otros casos ha ocurrido casi sin estar planificado. En cualquier caso el hecho es que ha ocurrido porqué por alguna causa así había de ser.
Jessica, Tatiana, Rosa, María, Sara, Ana, Elena, Mª Jesús, Reme, Fabiola, estáis a punto de ceder la bandera, no estéis apenadas, sed generosas alegraros de corazón porque vais a entregar a otras chicas el testigo de la fiesta de Petrer, haciéndolas partícipes de todo el universo que supone ser su abanderada. Y un deseo: que todos los sentimientos que atesorasteis durante las pasadas fiestas no caigan en el saco roto del olvido, al contrario, guardadlos en el sagrario de vuestro corazón y una vez dentro, atadlos con un hermoso lazo dorado que sirva para conjuntarlos de pensamientos negativos. Y para ello nada más infalible que escribir mentalemte una de las palabras más abracadabrantes de todas cuantas se han inventado, al mismo timepo que pronunciais con sinceridad y firmeza. Me refiero a la palabra mágica ¡GRACIAS! Con eso bastará.
Y para vosotras, Mª José, Angela, Mari Nieves, Mª Isabel, Mª Carmen, Reme, Laura, Aída, Mª del Mar, Sara, mañana os espera una jornada muy especial…el día de las banderas. Cuando por la tarde vuestros capitanes hagan uso de la pólvora, amparados por sus rodelas fieles cumplidoras de la tradición, en cuanto estas trencen su danza, en cuanto el aire comienza a vibrar con la nota de El Tito, Operador, Nieve y más nieve, y otros pasodobles, esa será la señal para que entréis en la liza, irrumpiendo en el escenario de las calles petrerenses como una suave y dulce brisa primaveral, ya la vez arrolladora, fresca y chispeante. Más tarde, con la puesta de sol tras el cortés saludo al santo, bajaréis por la calle Nueva, desfilando por donde los sentimientos de todo un pueblo fluyen desbocados como las aguas de un torrente de montaña, y la gente del pueblo os estará esperando con expectación.
Esa hechizante alfombra voladora que es la fiesta ya sobrevuela el cielo de Petrer, nada ni nadie puede detenerla. Antes de que os recoga para emprender su vertiginoso vuelo mágico, permitidme unas pequeñas reflexiones en voz alta, quizás os sean de utilidad. Manteneros alerta siendo conscientes en todo cuanto acontece a vuestro alrededor, emociones, sensaciones, vibraciones, añoranzas, ausencias, encuentros, reencuentros, aplausos, halagos, piropos, vítores, Todos van a ir relevándose uno a otro, sin daros ni tregua ni respiro. En algunos instantes, un totum revolotum se sentimientos pajareará por vuestra cabeza, pugnando por ser expresados a la vez. A las muestras de carió, guiños de complicidad, besas y abrazos, les sucederán sonrisas, y lágrimas ¡porqué no! Dad rienda suelta a vuestros sentimientos, no los frustréis. En la entrada de bandas percibir la gran energía que mana de la alegría irrefrenable de los festeros y festeras, “San Bonifaci ja es”. Durante la interpretación del pasodoble Petrel, la conjunción de todos los corazones latiendo al unísono en la Plaza de Baix, logrará una vez más, que la fuerza de la fiesta efectúe su magia blanca durante unos efímeros y gloriosos instantes, convirtiendo la plaza de nuestra villa en el crisol donde funde el sentir de todo un pueblo. En la retreta, con la alegría por bandera, acercaros a al ermita con humildad a darle gracias al santo por el regalo que supone ser abanderada en su cuna… Petrer. La bajada y subida del santo serán los momentos idóneos para, al compás de las melancolías marchas procesionales recogernos y ser conscientes de lo afortunados que somos, siempre existe algo por lo que dar ¡gracias! Mientras tanto, los trabucos y arcabuces elevarán sus plegarias hacia la ermita, todos tenemos alguna merced que solicitarle a nuestro patrón, para nosotros o para alguno de nuestros semejantes. En las guerrillas tomarán protagonismo las armas, ignorantes de que la verdadera paz sólo puede lograrse con actitudes y palabras, nunca por la fuerza o el miedo. Durante las entradas luciréis vuestras mejores galas, cabalgando junto a vuestro adalid, el capitán y su angélica rodela. De nuevo la música será la encargada de transportarnos en volandas. Las marchas moras con sus finas tracerías melódicas os convertirán en princesas dignas de un cuento estrellado de mil y una noches.
Los pasobobles os contagiarán su alegría, más si cabe de la que ya gozáis y las marchas cristianas con sus fantasías épicas os trasladarán a un reino de caballeros valientes y galantes, donde los príncipes todavía besan a las princesas tras liberarlas del cautiverio impuesto algún malvado dragón. Todas esas sensaciones en simbiosis con el sinfín de aplausos y vítores de propios y extraños que iréis cosechando a vuestro paso, conseguirán haceros una marca en el corazón que perdurará durante toda vuestra existencia, y que se removerá con vida propia cada primavera por estas fechas, independientemente del lugar donde el río de la vida os haya varado. Durante en el domingo, en el desfile de Honor, percibir como la luz de la mañana de mayo, en comunión con la elegancia de los pasodobles que os acompañarán, conseguirán que el pueblo huela diferente….es el dulce y prodigioso perfume de la fiesta. En la procesión disfrutad de la compañía de quienes hacéis partícipe de vuestro cargo y aprovechad para renovar los votos a San Bonifacio. Quizás una de sus formas sea siendo conscientes del significado de su nombre, “hacer el bien”. Y finalmente y a pesar de ser reiterativo, no olvidéis dar de nuevo las gracias por todo cuanto habéis percibido, que es mucho.
Por todo ello, hoy, vigésimo primer día de la llegada de la primavera y día de San Fulberto, en la muy leal y fiel villa de Petrer, HAGO SABER: que del trece al decisieteavo día del quinto mes del corriente, celebraremos nuestra tradicional fiesta en honor a San Bonifacio donde moros, cristianos y gentes de toda raza, credo y condición, conviviremos en armonía. Dónde cualquier foráneo de buena voluntad será bien recibido donde la amistad, el entusiasmo, la ilusión, la alegría, el color, la música que emerge de nuestra tierra como sólo sabe hacerlo en levante; el olor a pólvora, acre y rudo, ya a la vez acogedor y festivo, aliado junto al tañido de la campana de la ermita, casarán en perfecto maridaje para ser felices y comer perdices. Donde la alegría natural exenta de artificios cubrirá con su manto protector la rutina, las ocupaciones y preocupaciones diarias, con el fin de convertir esas fechas en unos días repletos. Así ha de ser, ahora más que nunca. Todo ha sido dispuesto para que el hechizo vuelva a repetirse con mayor efecto si cabe que en anteriores ediciones.
Finalmente y haciendo uso de las prerrogativas que eme han sido conferidas, ordeno a los ancestrales vientos: Bóreas por el norte, Noto por el sur, Euro por el este y Céfiro por el oeste, partan raudo y sin demora trasladando el presente bando sin cambiar ni una coma.
Así sea
Gracies festa, gracies san Bonifaci, Gracies Petrer