He tenido ocasión de dejar transcurrir los largos días del estío bajo la avidez en la lectura de la primera novela surgida de la pluma del petrerense David L. Cortés, la cual lleva por título “De Dragones y Hombres”.
Lo primero que llama la atención en la obra, es la más que adecuada presentación de su cubierta en tonos oscuros y con alguna estampación alegórica, así como su título, que nos anticipa un universo de ficción descubierto más tarde al deslizarnos entre sus renglones. La nada desdeñable extensión del trabajo, 556 páginas, revelan las muchas horas pasadas por el escritor enfrentado a la pantalla de su ordenador.
“De dragones y hombres» nos sumerge en un mundo fantástico plagado de referencias tolkienianas, con influencias claras procedentes del orbe cervantino y guiños disimulados a la ciencia ficción de Herbert (Dune) o de Lucas (El Imperio Contraataca). Preñada de sostenidos recursos del realismo mágico, su oferta de escenas y episodios esotéricos, mágicos o pseudoreligiosos, cristaliza en una amalgama de creencias, situaciones y puntos de vista muy actuales, toda vez que disimulados bajo el manto de la ilusión.
La estructura de la obra, concebida bajo el soporte de un prólogo y veintisiete capítulos más un epílogo, me parece muy acertada; la inclusión de un mapa descriptor en el inicio del volumen, como apoyatura gráfica para cada uno de los escenarios elegidos por los personajes, totalmente plausible.
Del estilo de Cortés, al que me ha cabido el placer de conocer en persona, se ha de remarcar su capacidad para imaginar aventuras con denuedo y ligarlas una y otra vez de manera más que apacible. Para ello salta en el tiempo o se traslada en el espacio cuantas veces se vea precisado. El desenlace de su trabajo le abre de par en par las puertas a la hipótesis de posteriores secuelas de su novela. Desbordante imaginación y amplitud de léxico completan el elenco de sus facultades, dando prueba de ello la prolija adjetivación de los párrafos y sus notables esfuerzos descriptivos.
En conclusión, una literatura que satisfará plenamente a los amantes del género -no importa la edad- y cuya encarecida lectura, desde estas líneas, recomiendo desde ya, no sin antes advertir al ilusionado lector de la perniciosa presencia de algunas erratas de impresión, -que no de técnica literaria- que de manera acertada, han sido anotadas por el propio autor para salvarlas en una próxima edición.
Por Fermín Bonet Ferrándiz; leedor de libros.