Nota: Artículo publicado originalmente en la revista «Tiempo de Historia» en octubre de 1981.
Tras la caída de Cataluña en 1939 y un momentáneo exilio en Francia, el Gobierno de la II República regresó a la porción de territorio español que todavía dominaba y, lejos de volver a fijar su residencia en Madrid o Valencia, Juan Negrín y sus ministros comenzaron una andadura errante por todas las provincias controladas; pero pronto el Presidente se instaló secretamente en una finca de recreo situada en los alrededores de Elda: la «Posición Yuste».
El secreto de «Yuste»
Cuando tanto se ha escrito sobre la Guerra Civil, lógicamente debería haberse tratado con gran amplitud de datos de la que fue la última sede del Gobierno republicano, pero no es así. Muchos escritores no mencionan el lugar, otros hablan de él de pasada en narraciones más o menos autobiográficas, la mayoría incurre en errores de mayor o menor importancia y algunos de ellos mienten sin el menor escrúpulo.
Y es que en torno a «Yuste» concurren ciertas circunstancias que lo convierten en una posición histórica especial. Por un lado, el intento de mantener su situación en el más hermético secreto; por otro, mucho más importante, el parcialismo interesado con todos los implicados en aquel desastre histórico han enfocado el tema. Para los anarquistas, «Yuste» será el alojamiento del Gobierno de los escenarios bélicos, su preparación para la huída; para los comunistas, el intento de resistencia a ultranza en espera de un conflicto mundial generalizado, que al hundir a las potencias del Eje barrería también a los franquistas; para estos últimos, el refugio de unos criminales que lanzan a su pueblo a la derrota mientras ellos nadan en la abundancia y escapan con las riquezas de España (su archisabida teoría maniqueista que les llevó a llamar Cruzada al genocidio). Sólo algunos historiadores abordan el problema con vocación de objetividad.
«Yuste» fue, antes que nada, un refugio, un lugar de toda confianza donde el Presidente del Gobierno intentó durante diez días -del 25 de febrero al 6 de marzo- organizar de nuevo la resistencia en la cada vez más escasa porción de España que resistía a los rebeldes. Por ello no es de extrañar que la prensa no ofreciese en ningún momento la situación exacta de la sede del Gobierno: «a un lugar de la provincia hasta ahora desconocido a fin de reunirse con los demás miembros del Gobierno y celebrar el anunciado Consejo», dirán los periódicos madrileños; ni siquiera la prensa de la provincia, como «Humanidad», de Alcoy, se atreve a ampliar datos en ningún momento.
¿Cuándo y por qué eligió Negrín la «Posición Yuste» para fijar su residencia? El cuándo no parece aventurado asegurar que fue a su mismo regreso de Francia, el 10 de febrero, cuando el doctor Negrín y su ministro de Estado, Alvarez del Vayo, se trasladan desde Alicante a Valencia -pasando por Elda- para tomar contacto con los jefes militares acerca de la situación concreta de la zona Centro-Sur. El porqué tampoco nos ofrece dudas si tenemos en cuenta que la finca «El Poblet» -pues así se llama popularmente a la que luego se rebautizó pomposamente con el sobrenombre de «Posición Yuste»-, situada en el término municipal de Petrel, a un par de kilómetros de Elda (núcleo industrial de amplia fidelidad republicana), presentaba los siguientes factores positivos para ubicar en ella la residencia de don Juan Negrín:
a) La mansión es amplia y confortable, bellísima y se encuentra completamente oculta entre los árboles de tal forma que es absolutamente invisible desde el exterior.
b) Está enclavada junto a la carretera nacional de Madrid a Alicante, a menos de cuarenta kilómetros de la capital alicantina.
c) A pocos kilómetros de la finca se encontraba el aeródromo militar de El Mañá, en el término municipal de Monóvar (aproximadamente a veinte minutos de viaje en coche).
d) A pocos metros de la finca circula el ferrocarril de Madrid a Alicante.
Todas estas condiciones hacían de esta finca un lugar de seguridad idóneo, y fue mantenido con tanto cuidado que hasta después de concluidos los acontecimientos nadie sospechó en Elda (ni tan siquiera la representante del PCE en el Consejo Municipal eldense, como nos ha confirmado personalmente) que allí se encontraba la Presidencia del Gobierno y muy cerca el Buró Político del Partido Comunista de España. Hay que comprender que, aunque fueran confiscadas algunas viviendas de las afueras y algunas dependencias escolares, se pensaba que era para instalar alguna de las oficinas ministeriales que el Gobierno había anunciado se iban a repartir por todas las ciudades alejadas del frente; el superior tráfico de vehículos (la carretera pasaba por el centro del pueblo) se consideraba normal en el mayor eje de comunicaciones de aquellos momentos en la zona republicana. Pocas personas supieron con certeza de qué se trataba.
Desde este punto de vista, el lugar elegido fue un éxito, aunque un análisis político demostraría que con este alejamientos del frente las posibilidades de salir adelante para una sublevación como la de Casado y su Consejo de Defensa, aumentaron considerablemente.
La vida en «Yuste»
Antes que nada sería conveniente aclarar que el conjunto de lugares incautados -para residencia del Gobierno, para sede del Buró Político del PCE, para instalación de despachos ministeriales y para residencias de altos cargos– se extendían en un radio de varios kilómetros. Hay que recordar que en aquellos diez días del «gobierno de Elda», como lo llama Tamames, ‘acudieron bien a la «Posición Yuste» o bien a la «Posición Dakar» (sede del PCE) ministros como Álvarez del Vayo, Uribe, Paulino Gómez, Moix, Segundo Blanco, Velao o González Peña; militares como Modesto, Líster, Hidalgo de Cisnero, Miaja, Galán, Casado, Matallana o Cordón; dirigentes comunistas como Dolores Ibarruri, Palmiro Togliatti, Stepanov, Irene Falcón, Tagüeña o Checa; intelectuales como Rafael Alberti, María Teresa León o Fernando Claudín… aunque algunos de ellos en estancias de pocas horas.
Tras la llegada de Negrín a la finca «El Poblet» y la conversión de ésta en «Posición Yuste» se instalan en el lugar destacamento militar y una decena de funcionarios civiles. No es de extrañar que los enemigos de Negrín le acusen de que no pretende rehacer el Estado, sino defenderse para preparar la huida. Así, el anarquista García Pradas dice que Negrín vivía en «Yuste» «no como jefe de un gobierno, sino como jefe de una partida de bandoleros que preparase una fechoría. Quinientos guerrilleros comunistas, muy feroces de aspecto, con un fusil ametrallador a la espalda y muchas bombas de mano a la cintura, le daban escolta allí permanentemente. En la finca no había oficinas ni el menor indicio de vida estatal»; más moderado, también Casado ataca la situación en que se encontraba Negrín y se pregunta: «¿Cómo es posible que el doctor Negrín pensara seriamente en poner en marcha estos Estados Generales sin personal, sin archivos y sin todo aquéllo que era necesario para trabajar con alguna eficacia?». Algunos historiadores menos sospechosos de tendenciosidad, como Martínez Bande o Hugt Thomas, mantienen la duda; el primero, aunque no acepta la gangsteriana descripción de García Pradas, reconoce que no había aparato administrativo estatal; el segundo, sospecha que sólo se preparaba la escapatoria. Pero, en este caso, una pregunta quedaría en el aire: ¿por qué había vuelto el Gobierno a España dos semanas antes?
Hay que añadir que el Consejo Municipal de Elda había desocupado las escuelas para instalar dependencias ministeriales (entre ellas ya funcionaba el Servicio de Inteligencia Militar) y que cuando, tras la salida definitiva del Gobierno, un grupo de militantes anarquistas entra en «Yuste» se encuentran con varios funcionarios, teletipos, copias, papeles… Tal vez más que de una búsqueda de huida, habría que hablar de una ineficacia para organizar una resistencia ordenada en un momento en que la CNT comenzaba a conspirar contra el Gobierno, Casado pensaba en el pacto con el franquismo y el PCE se organizaba para la guerrilla.
Por otro lado, uno de los aspectos más discutidos de la estancia en «Yuste» es la pretendida relajación de costumbres en el ocaso de la República. Casado, García Pradas y Castro Delgado, en sus libros sobre el final de la guerra, acusan directamente de inmoralidad tanto a Negrín como al PCE. Así, Casado hablará de la glotonería de Negrín dibujando un panorama esperpéntico: «En el cocido no faltaba nada. Todo exageradamente abundante,¡me dio asco! Al doctor Negrín le sirvieron un plato muy copioso. Lo comió rápidamente y salió del comedor. Entonces el general Miaja le dijo al camarero que sirviera otra vez al doctor Negrín otro plato igual. Ante mi extrañeza, el general Miaja me aclaró que el doctor Negrín cuando comía algo que le gustaba mucho, lo vomitaba y repetía otra vez». Por su parte, Castro Delgado, al hablar del lugar donde se reunía el PCE, dice que «era el lugar de descanso una maravillosa residencia campestre. Allí estaban como hoteleros el poeta Rafael Alberti y su mujer, María Teresa León. Y como domésticas, varias jovencitas preciosas y ligeras de ropa, amables y serviciales. Y buenos dormitorios. Y buena comida a base de conservas. Y un paisaje tranquilo y encantador…»; una versión tendenciosamente idílica teniendo en cuenta sobre todo que Castro Delgado llegó a Elda en la noche en que la sublevación ya se había desatado y en medio de una gran tensión, idas y venidas y llamadas telefónicas, se discutía sobre el dilema de la huida o el comienzo de una guerra civil dentro de la Guerra Civil. Sin embargo, la dudosa veracidad de algunas afirmaciones fueron consideradas hechos históricos irrefutables por la historiografía franquista, y así el escritor y procurador en Cortes Diego Sevilla Andrés, en su «Historia política de la zona roja», gozará en decir que «el presidente recibía hermosas mujeres, se le buscaban perdices por todas partes, bebía buen champagne y fumaba puros habanos», aparte de situar su residencia acerca de Elche» (sic), Mariano Ansó, ministro de Negrín, habla simplemente de que, terminado el Consejo el día 5 de marzo, a los ministros se les servía un refrigerio». Nada hemos podido saber entre las gentes de la zona, ya que el Gobierno, recordemos que secretamente instalado, llevaba avituallamiento propio. Evidentemente, no debió ser tan esplendorosa la situación de los residentes en «Yuste», aunque infinitamente mejor que la que padecían los defensores de Madrid, con un abastecimiento escasísimo al final del conflicto.
De otra parte, Rafael Alberti, en su obra «La arboleda perdida», recuerda con nostalgia los momentos vividos en Elda en la residencia de Hidalgo de Cisneros, no por la situación material, sino por el ambiente de franqueza y camaradería, y revive como anécdota unas bulerías de Modesto.
La dimisión de Azaña y los preparativos de las sublevaciones
Pese a todo lo anterior, apenas hubiese tenido importancia la estancia en Elda del Gobierno de la República y del Buró Político del PCE, de no haber sucedido tres acontecimientos: la dimisión de Azaña, la sublevación de Cartagena y la formación en Madrid del Consejo Nacional de Defensa.
El primer Consejo de Ministros celebrado en «Yuste» fue la noche del 28 de febrero, después de que Negrín con algunos ministros regresase del gobierno civil alicantino. En dicho Consejo se discutió sobre los problemas internos de la zona republicana, ya que se comenzaba a sospechar del coronel Casado y la CNT se encontraba en franca rebeldía, no siendo de extrañar comunicados suyos como el aparecido en la prensa de Madrid: «si al pueblo español se le hubiese anunciado el verdadero panorama internacional, otras serían las circunstancias de nuestra lucha. Pero se le han ocultado los sucesos, pintándose como favorables…». Sin embargo, el motivo fundamental de la reunión fue la renuncia del día anterior del Presidente de la República, señor Azaña, «dimisión contenida en el histórico documento dado en Collonges sous Saliéve para París, en fecha 27 de febrero, horas antes del reconocimiento por parte de Inglaterra y Francia del Gobierno de Burgos y en perfecta sincronización con el mismo», como afirma Mariano Ansó en su obra «Yo fui ministro de Negrín». La decisión de Azaña había sido tomada basándose en el informe del general Rojo que, ya en Francia, pensaba de la situación de la España republicana que «aquello es la agonía, una agonía inevitable… Después llegará la muerte, una muerte terrible; la muerte de una etapa, la muerte de un régimen, la muerte de la esperanza de millones de gentes». Simultáneamente, Azaña había pedido otro informe a Hidalgo de Cisneros, comunista y jefe del Estado Mayor del Aire, que previendo que su informe sirviese como excusa para una dimisión, se negó a hacerlo e inmediatamente regresó a España para informar a Negrín, entrevista que nos narra en su obra «Cambio de rumbo»: «… visité a Negrín, al que expliqué este incidente con Azaña. Nunca recuerdo a Negrín tan indignado, creo que fue la única vez que lo he visto fuera de sí. Mandó inmediatamente a Azaña un telegrama, que me enseñó, en el que le hacía responsable de las consecuencias que tendría su conducta, que en aquellos momentos -decía el telegrama de Negrín- era una traición a la patria. Efectivamente, las consecuencias no se hicieron esperar. Los gobiernos francés e inglés tomaron como pretexto la dimisión de Azaña para reconocer a Franco». Ante la dimisión de Azaña y el traslado teórico de poderes al señor Martínez Barrio, el Gobierno estudió el cumplimiento de lo dispuesto en los artículos 68 y 74 de la Constitución republicana, que preveía la celebración de elecciones inmediatas, utopía legal imposible de realizar en aquellos momentos. Además, en la prensa del día 2 de marzo se anuncia que «el doctor Negrín se dirigirá por radio al pueblo. Oportunamente se dará a conocer la fecha, hora y lugar».
Sin embargo, no estaba en «Yuste» el único centro de poder de la zona republicana, ni siquiera el principal. En Madrid, en torno al coronel Casado, encargado de la defensa de la capital, se agrupaban voces descontentas procedentes delos sectores anarquistas y de la izquierda no comunista; el pretexto era un posible golpe de estado promovido por Negrín, a fin de otorgar todo el poder a los comunistas.
Así, ya el 24 de febrero se habían entrevistado Casado y Besteiro, quien luego sería el más destacado miembro civil del Consejo de Defensa; según parece, el papel jugado en dicha entrevista por parte de la diplomacia británica fue relevante. Asimismo, también en los últimos días de febrero, en una reunión secreta en la que la CNT acuerda sublevarse contra el Gobierno, el dirigente Eduardo Val dirá: «… Inmediatamente que oigáis que se ha constituido una Junta para luchar contra Negrín, apoderaos del mando de las unidades y destituir o encerrar a los negrinistas sin la mayor vacilación. A partir de ese momento todo el Movimiento Libertario debe considerarse en pie de guerra» (citado por Gregorio Gallego). En su afán por aglutinar a la mayor cantidad posible de dirigentes en torno a su proyecto, Casado llega a confiar sus intenciones al mismo Hidalgo de Cisneros, intentando convencerle de que «la mejor solución para nosotros sería una paz honrosa con Franco, en la que no hubiese vencedores ni vencidos, paz que permitiría salir de España a todo el que quisiera…», como cuenta Hidalgo en su obra anteriormente citada. «No solamente lo que te digo es posible -continúa recordando las palabras de Casado-, sino que te puedo asegurar que a los militares de carrera se nos reconocerían los grados… Franco había prometido cumplir formalmente estos compromisos, poniendo una sola condición: que prescindiésemos del Gobierno republicano y que nosotros, es decir, los militares profesionales, nos hiciésemos cargo de la situación y tratásemos directamente con él…»
Todo apunta, según Edward Holtein del Servicio de Inteligencia Inglés, que se trató de una carambola a cuatro:
Franco y su Cuartel General conocían perfectamente los movimientos de Negrin, rodeado de quinta columnista camuflados y por supuesto, la llamada posición Yuste. Tenía el dominio absoluto del aire y bombardeo tras bombardeo no lo hubieran dejado ni asomarse, no lo hizo ni tampoco con la del PCE, que todavía tenía más delatores.
Yo no los mato y Vds reconocen a mi Gobierno y de la dimisión de Azaña que se ocupen los franceses. Sabéis dónde reculó Negrin ? pues en Inglarerra, naturalmente.