Don Ricardo y Don Severiano Sánchez Algarra: el fin de una aristocracia

El día 3 de marzo de 1926 fallecía en su domicilio D. Ricardo Fernández de Algarra, capitán retirado ddel ejército, siendo sepultado en el cementerio viejo de esta población.

Su mujer le sobrevivió bastantes años, hasta 1950 concretamente. Enclaustrada en su casa, ajena por completo a lo que sucedía en la calle, edificó su mundo en la sala de su residencia, atestada de muñecas de porcelana, bibelots, abanicos y un sinfín de fotografías…, señores de levita, damas con miriñaque y niños a lo petit prince, como si el siglo XIX no se hubiera marchado para siempre.

Doña Ramona, aristocrática, puntillosa y desconfiada (nos dicen que dormía con sus joyas ocultas bajo la almohada) no tenía trato alguno con casi nadie, dedicaba su tiempo a escribir cartas a parientes o amistades de otras épocas. Vivió merced de las rentas del arrendamiento de las fincas que su esposo conservó y fue atendida hasta el fin de sus días por Dª Marina Cortés Muñoz, que aún vive.

La anciana señora murió rodeada de sus recuerdos y, no teniendo parientes, nombró heredero a un sobrino de Palma, el marqués de la casa Ferrandell que, posteriormente, vendió la casa a D. Marino Rico (por deseo expreso de la finada) y que actualmente sigue siendo su propietario.

Esta es,  grandes rasgos, la biografía de D. Ricardo y sus deudos más cercanos, que viviendo con intensidad en muchos lugares de la geografía  española, volvió a Petrer donde murió y donde sus convecinos (quizá por su talla menuda) le conocían como D.Ricardo El capitanet.

Don Severiano Fernández Algarra

D. Severiano es uno de los personajes de oscura memoria que aparecen en casi todas las familias,rescatada su figura del olvido por D. Hipólito Navarro Villaplana en su artículo “Don Severiano: el último hidalgo”, pocas son las noticias que de él teníamos. Es nuestro propósito sacar a la luz algunos aspectos desconocidos de su biografía.

Un precedente para la historia de la Cruz Roja en Petrer.

Severiano Vicente Telesforo Laureano Fernández de Algarra vino al mundo, en la ciudad de Requena, el día 4 de julio de 1849 y llegó a Petrer cuando sus padres se trasladaron definitivamente a esta población en 1857.

La personalidad de D. Seve­riano la imaginamos indolente y acomodaticia; aficionado al juego y al bello sexo -tanto de casa pública como de hogar privado-.

No fue militar como sus ante­pasados, pues en su expediente de quintas con fecha 29 de julio de 1874 se lee: «En el reemplazo para el ejército del año 1870, obtuvo el n° 8 en el sorteo del pueblo de Petrel y fue declarado libre del ser­vicio ante la Diputación provin­cial, por haber resultado inútil en los reconocimientos facultativos que sufrió al efecto».

Comenzó los estudios de Derecho pero no los acabó nunca. En un documento por el que mani­fiesta su disconformidad en una herencia, con fecha de 1898, se declaraba de estado soltero y de profesión estudiante (contaba con 37 años de edad).

Retrocediendo a 1876 su ma­dre, D.á Joaquina, con ánimo de encauzarle, escribe a su hermano el teniente coronel D. Domingo Algarra, residente en Madrid, para que busque un empleo digno y honrado para su hijo. Don Domin­go, se pone en contacto con un amigo de la familia, D. ¡osé Di-centa y Blanco, a la sazón jefe superior de Administración Civil y secretario del Ayuntamiento de Madrid. En breve obtiene respues­ta: «Mi estimado y antiguo amigo: venciendo mil dificultades y faltan­do a unos compromisos he podido conseguir la credencial para el hijo de su hermana, mi antigua y queri­da amiga y la amiga de mi padre y de mi hermana, tal era mi deseo por complacerla».

Curioso documento en el que D. Ricardo manifiesta haber saldado todas las cuentas con su pródigo hermano.

Así, el día 8 de febrero de 1876, Severiano fue nombrado escribiente de la clase segunda del Ayuntamiento de Madrid con un sueldo anual de 1.250 ptas., cifra muy considerable para la época.

Figuró en dicho empleo hasta el año 1880, pero durante este perío­do de tiempo solicitó múltiples licencias para trasladarse a Petrer por motivos de salud; períodos que veíanse incrementados por prórro­gas que el bueno del Excmo. Sr. Dicenta le concedía, conservándo­le además la mitad del sueldo.

Aunque desconocemos la grave dolencia que padecía D. Severiano, entendemos que al final se produje­ra el inevitable cese por el cual se le agradecían los servicios presta­dos. Así terminó la estancia en la corte de este señor, que retornó al solar de sus mayores o quizás podríamos decir que ya no tuvo necesidad de abandonarlo para regresar a Madrid, según se mire.

Tras el fallecimiento de su padre D. Joaquín Fernández, en 1888, D. Severiano recibió una nada despreciable herencia que, bien administrada, le hubiese per­mitido vivir como notable hacen­dado. Mas si como antes dijimos, las armas y las letras no conquis­taron el corazón de nuestro hidal­go, tampoco lo hizo la tierra y la pesada carga fue aliviada trocán­dose en billetes del Banco de España y moneda de curso legal que D. Severiano destinaría al culto de Baco y de Venus, como piadosísimo adorador que era de las referidas deidades.

Ajeno a la milicia fue en cambio diestro en el manejo del sable, que empuñó en muchas ocasiones con­tra sus conciudadanos que tras la cuchillada siempre obcecábanse requiriendo al buen hidalgo para que los sanara, si bien éste optaba las más veces por dejar la herida abierta. Tal era la afición de dicho señor por solicitar créditos onerosos que, incluso en menosprecio de su linaje, algunos lo recuerdan frente a la que fuera su casa solariega gritan­do a pleno pulmón: «menos honra y más dinero». Su propio hermano D. Ricardo se expresaba al respecto en un documento de 1911, redacta­do en los siguientes términos: «Habiéndome molestado mi herma­no D. Severiano, en diferentes oca­siones con peticiones continuas de dinero, debo manifestar: que tengo saldas con éste todas mis cuentas, tanto por herencia de mi padre, como particulares (…) así es que nada le soy en deber, a excepción de la tercera parte de los libros de la librería de mi padre, no contando en estos los de mi profesión y cua­tro cuadros que representan la Sagrada Familia, Santa Bárbara, una moza sultana y Judit con la cabeza de Holofernes, estos objetos cuando se vendan, se le dará el dinero a cuenta de su manutención».

Como podemos suponer dila­pidó todos sus bienes hubo, sin embargo, uno que siempre conser­vó. Nos cuenta D. Hipólito, en su artículo antes mencionado, que siendo niño conoció a este persona­je y un día, sentado en sus rodillas, su curiosidad infantil reparó en una cadena que pendía de su chaleco. Don Severiano, percatándose de ello, sacó del bolsillo un reloj de oro y abriendo la tapa mostró la fotogra­fía de una señora: «Era mi madre…», le dijo con voz melancólica.

Pues bien, repasando el testa­mento de su padre encontramos en la sección de legados lo siguiente: «para su hijo Severiano, dos cubiertos de plata con sus cuchi­llos y un reloj de oro del propio testador». Casi con toda seguridad el mismo que D. Hipólito viera en su niñez.

Como curiosidad diremos que D. Severiano fue amigo de nuestro poeta D. Miguel Amat y que cono­ció a su sobrino, el gran maestro Azorín -eterno estudiante de Derecho como el propio D. Seve­riano-. En dos cartas de D. Miguel escritas a su sobrino puede leerse: «Querido Pepe (…) D. Elíseo en

Orihuela, Severiano en Valencia, estoy muy solo; por eso si te vinie­ses esta noche me harías un gran favor». En la segunda, por si que­dara alguna duda, dice: *(…) pue­des recoger el artículo de La correspondencia de España en casa de D. Domingo Algarra, que es tío de Severiano».

Nuestro biografiado pasó sus últimos años en manifiesta pobreza, habitando una modestísima casa y con el único sustento que el procu­rado por sus bondadosos vecinos. Pero sabemos, por lo que alcanza­ron a conocerle, que jamás perdió ese aire de señorío que distingue a los que se saben de familia antigua y que la miseria no logra borrar.

Más tarde fue acogido en el asilo de Monóvar, donde falleció en la década de los años cuarenta a muy avanzada edad.

Machado seguramente incluiría a D. Severiano en el tipo de hom­bre que «no es una fruta madura, ni podrida, es una fruta vana…». Pero a fin de cuentas ningún mal causó, murió pobre, pero gozó de la vida; nada dejó tras de sí, pero que más da cuando nadie queda para recordarte.

Don Severiano murió como todos lo haremos, pero se fue con algo que pocos consiguen: habien­do vivido, nada más y nada menos, que como él quiso.

 

 

BIBLIOGRAFIA

AZORIN (1913), Antonio Azorín, Renacimiento, Madrid.

NAVARRO VILLAPLANA, H. (1987), «Don Severiano: el último «hidalgo»», Fes ra 87, Ayto., Petrer.

OYARZUN, R. (1944), Historia del carlismo, Editora Nacional, Madrid.

PAVÍA PAVÍA, S. (1984), Don Mi­guel Amat y Maestre (Pascual Verdú) y los orígenes literarios de Azorín, Caja de Crédito de Petrel, Petrer.

RICO NAVARRO, M.* C. (1988), «El brigadier Algarra o la histo­ria de una familia», Festa 88, Ayto., Petrer.

SALCEDO RUIZ, A. (1914), Historia de España, Ed. Saturnino Calleja Fernández, Madrid.

DOCUMENTOS varios de la familia Fernández Alcana.

 

FUENTES ORALES

Don Marino Rico Amat y D. Fran­cisco Torregrosa Verdú.

 

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