El carácter revelado: Retratos del poeta Paco Mollá en la pinacoteca municipal

El siguiente retrato es ya de 1980, obra de la sobrina del poeta, Amparo Montesinos Beltrán. Esta fotógrafa petrerense cultiva una fotografía pictoricista con un sello muy característico. Sus bodegones y composiciones de ambientes de la vida cotidiana están empapados de una poética muy pictórica que sin duda vino de su pasión por la poesía, en especial la de Paco Mollá.

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Dibujo de Amparo Montesinos, realizado en 1980.

A pesar de considerar a la fotografía superior a la pintura por su capacidad de documentar la rea­lidad permitiendo al espectador sacar sus propias conclusiones (4), es amante de la pintura, de otro modo no realizaría una fotografía pictoricista. Esto queda patente en su habilidad para el dibujo, como demuestra en el retrato de madurez que hizo de su tío a carboncillo sobre papel, que mide 32,7 x 25,8 cm. No sólo se detuvo en cada arruga de expresión, sino que además tuvo muy en cuenta las luces y sombras. En el ángulo inferior izquierdo firmó: «A. Montesinos 1980».

El primer componente femenino del Grupo Fo­tográfico de Petrer nos muestra a un poeta anciano pero con una actitud muy distinta a la de 1945. Está claro que el tiempo había curado las heridas del alma, porque aunque presenta bastantes arrugas, también es cierto que su sonrisa y la contracción de sus ojos delatan felicidad. Su cabello nunca más volvió a ser tan corto, y las canas fue­ron colmándolo hasta el final de sus días. Sus cejas pobladas acompañan aquí a unos ojos que, si bien parecen muy pequeños, ahora sí tienen vida.

Amparo Montesinos nos ofrece un perfil de su tío sin añadidos, sin trucos. Es éste un retrato na­tural y espontáneo de alguien muy querido del que ha sabido extraer su humanidad y su sencillez.

El dibujo de esta importante fotógrafa petrerense se encuentra hoy día en la sede de la Funda­ción Paco Mollá. También está allí y ocupando gran parte de una pared debido a su tamaño (115 x 96 cm con marco), el retrato que en 1985 le pintó su amigo de juventud (5) Gabriel Poveda Rico. En la parte trasera del lienzo el pintor expresó su deseo de que fuera donado al pueblo de Petrer tras el fa­llecimiento de Francisco Mollá.

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Óleo pintado por Gabriel Poveda cuatro años antes del fallecimiento del poeta.

Este pintor, cuya familia era de origen petrerense, nació en Sao Paulo (Brasil), aunque cuand era un niño volvió al valle de Elda. Su talento artístico se reveló muy pronto y su facilidad innata para manejar el pincel tuvo como recompensa el ingreso en las mejores academias del país: la de Bellas Artes de San Jorge en Barcelona (1929) y la de San Fernando en Madrid (1932). Pero a pesar de la distancia, nunca perdió el contacto con los intelectuales de Elda y Petrer, aquellos que en 1932 le rindieron homenaje con discursos y poe­sías dedicadas.

Nunca abandonó la pintura, aunque en oca­siones sólo lo hiciese como entretenimiento, lo cual hizo que su técnica se perfeccionase y al­canzase tan alto nivel que no sólo expuso en di­ferentes puntos de España, el norte de África o América Latina, sino que además son varias las colecciones particulares y las instituciones con obra suya, como la Caja de Crédito de Petrer, la Fundación Museo del Calzado de Elda o el MNAC (Museu Nacional d’Art de Catalunya) de Barcelona.

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Dedicatoria y firma del pintor.

El óleo sobre lienzo en tonos terrosos que nos dejó de Paco Mollá lo muestra en plano medio y sentado delante de una mesa con un libro abierto que sin duda alude a su condición poética. Una mano descansa sobre una página y de la otra vemos la palma semiabierta, con el dedo índice ex­tendido, lo que parece indicar que está dispuesto en breve a comenzar un recital. Además, Gabriel Poveda o Leirbag (su seudónimo, que no es más que su nombre leído al revés), redunda en la acti­tud de rapsoda en plena inspiración vistiéndolo con una saya cuyos pliegues sombreados están resuel­tos en su modo habitual. Con una pincelada suelta y corta, jugó con diferentes y estudiados tonos cro­máticos para confeccionar las luces y sombras, lo que aporta frescura a la pintura.

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En imágenes de detalle como ésta se aprecia el espléndido trabajo tonal de Gabriel Poveda.

Pero centrémonos en su expresión de mirada perdida hacia el infinito. Dado que el poeta se en­contraba en sus últimos años de vida, su físico es el de un anciano con faz repleta de arrugas y pelo cano. Mas, al contrario que en el retrato de Amparo Montesinos, el pintor eligió una expresión seria y serena para describir a su amigo, pues hay que en­tender que Gabriel Poveda era un pintor intimista, poético y melancónico.

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