Y no me muero de ganas por ti

Jordi y Nadia acababan de empezar a salir juntos. Estaban muy ilusionados, como un niño con un juguete nuevo, que no deja de sorprenderse al descubrir cada uno de sus usos y detalles y no para de investigar y experimentar con él, pese a que ambos venían curtidos. Se conocían de la escuela de idiomas, hacía un par de meses. Y tras un tiempo prudencial de flirteo por fin quedaron un sábado y… ‘pim, pam, pum, bocadillo de atún’, como decía Nadia a sus amigas al contar la historia.

Él tenía dos años más, y los chicos con los que Nadia había estado hasta entonces solían ser o menores o de su misma edad, pero no le importó, al contrario. Quería cambiar y encontrar la estabilidad y el amor que necesitaba. Jordi no era feo, pero tampoco era un tío de anuncio (ella tampoco buscaba eso ya). Transmitía simpatía y era buena persona, y eso era lo importante.

Esa noche habían quedado para dar una vuelta y tomar algo. Fueron al Malatesta, en Gadea, donde pidieron unas cervezas. Lo pasaron bien, charlando y riendo; pideron otra ronda. Más charla y más risas. No era muy tarde cuando salieron. Llovía y ninguno llevaba paraguas, así que fueron corriendo hasta el coche -aparcado en una perpendicular a Alfonso El Sabio- refugiándose en cada portal para darse calor humano. Aun así, terminaron mojados, y no sólo por el agua de la lluvia.

Nadia condujo hasta la casa de Jordi, en la parte alta de San Blas. A diferencia de ella (que aún seguía en la casa de sus padres a esperas de que le dieran su piso) vivía solo, pero su padre había venido de Valladolid a Alicante a pasar unos días. Aparcó. Se despidieron, numerosas veces. Tantas que la temperatura en el automóvil subió demasiado para que pudieran irse a dormir sin pasar por la ducha. ‘¿Dónde vamos?’, preguntó ella. ‘Es una putada lo de mi padre… Podemos ir al castillo, ¿no?, está aquí al lado’. ‘Vale, vamos allí’, aceptó ella quitando el freno de mano mientras lo miraba insinuante y golosa. A él se le hizo la boca agua.

El camino hasta la cuesta del castillo fue muy rápido a pesar de que a la chica le costaba concentrarse en la conducción por culpa de los besos y tocamientos de Jordi. Tenían la piel erizada, no por frío, sino porque había muchas ganas de hacerlo. Llegaron a un recodo en la carretera donde doblaron para dejar el coche, el conocido picadero del castillo. Al entrar en el rellano, la rueda delantera izquierda del Clio de Nadia se introdujo en una zanja. Embelesados en lo suyo, no se dieron cuenta exactamente de lo que había pasado y en vez de dar marcha atrás para sacar el coche, continuó y metió la rueda trasera en el hueco. Frenaron en seco. El vehículo estaba totalmente atascado, doblado a la izquierda, en una hendidura de más de treinta centímetros, y ellos con la ropa casi medio quitada. Nadia arrancó e intentó sacarlo, pero aquello sonaba muy mal. Salieron algo sofocados a comprobar la situación. La líbido estaba ya al mismo nivel que el coche, hundida. Tras varios intentos a los chicos les dio la risa nerviosa. ‘Mira que si tenemos que llamar a la grúa…a los que vengan les vamos a alegrar la noche porque se van a partir el culo de nosotros, por pringados’ ‘¡Qué vergüenza, ja, ja, ja!, si es que esto sólo nos pasa a nosotros’. Jordi pidió ponerse a los mandos del automóvil, ‘por favor’, dijo ella, pero tampoco lo logró. Pero le llegó la inspiración: ‘¿y si cogemos unas piedras y hacemos una especia de rampa para que coja impulso?’. Dicho y hecho. Resultó.

Ella se echó a los brazos de él para abrazarlo y darle las gracias. Le llenó de besos. Relajados después de resolver el embarazoso y ‘gracioso’ problema, volvieron a motivarse, volvieron las ganas, con más fuerza.

Se metieron en el coche, en el asiento trasero y cerraron con llave. Se quitaron los zapatos. Empezaron a sobarse y enrollarse. Se movían con fuerza y pasión, y el espacio se les quedaba pequeño (y eso que ambos eran menudos), pero tras haber pasado el ‘mal trago’, aquello no les iba a frenar ahora. Jordi le quitó el jersey y empezó a palpar su cuerpo menudo, a recorrerlo con su lengua recreándose en sus tetas. Ella se dejaba querer y le correspondía con besos y lengüetazos. Le metió la mano por debajo de los vaqueros y le frotó la polla hasta ponerla bien dura. Costó más de lo que esperaba. Lo hicieron. Se corrieron y los cristales empañados al estilo Titanic -no tuvieron la precaución de dejar abierto un cuchillo de las ventanas- y una mancha en el asiento dieron fe del final feliz de la noche.

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La relación funcionaba en todos los sentidos y marchaba hacia delante. Nadia casi había olvidado por completo a David. No sentía lo mismo por Jordi, lo sabía. Pero eran historias completamente distintas y las comparaciones siempre son odiosas. Además, no quería pensar ahora en esas cosas mientras iba a casa de su ya novio formal, así que dio volumen a la radio y desechó de su cerebro estas divagaciones para rememorar con una risa boba el coscorrón que se dio la semana anterior con el cabezal de la cama cuando ‘empujaban’. Cantó con la radio: ‘I’m so lucky, lucky…’, sí, se sentía afortunada.

Decidieron no salir y coger una peli del video club para quedarse tranquilos en casa. Alquilaron ‘Camarón’. Se tumbaron en el sofá, tapados con una mantica. Como era de esperar, el film no era ninguna obra maestra, aunque estaba entretenido. O bueno, mejor dicho, ellos estaban entretenidos pero no precisamente con lo que pasaba en la pantalla, sino con lo que pasaba debajo de la manta, que era más interesante. Él la acariciaba su vientre de terciopelo y poco a poco había bajado hasta acariciarle el pubis, rasurado. Ella le hacía cosquillas en el brazo y en su torso sin depilar, le rozaba la cara; de vez en cuando le pasaba los dedos por los labios para que él los lamiera. Y así aguantaron más de la mitad de la película. Los roces y frotamientos se hicieron más intensos. Nadia se colocó a horcajadas encima de Jordi enseñando la liga de sus medias -que tanto le excitaban a él- bajo su minifalda. El le apretó las nalgas y la estrechó contra él, olió el aroma a frutas tropicales de su pelo rubio y el exotismo del perfume de su piel. Ella le metió mano susurrándole al oído que quería, deseaba hacerlo ya.

Fueron a la habitación sin dejar de tocarse. Se desnudaron, el uno a la otra y, como ya era costumbre, él se deleitó con los lunares que endulzaban el cuerpo de su compañera, mordisqueándolos como las pepitas de una Chips Ahoy. ‘Me ‘encantan tus tetas’, ‘Son para ti, todo tuyas’, rió ella. ‘Ésta también es para ti’, dijo Jordi cogiéndose la polla y acercándosela. Ella la besó. Se tumbaron y Nadia se la chupó, se la comió. Intercambiaron los papeles, y después, él encima, la penetró. Follaron. Ella se subió sobre él y mientras se la metía, con los dedos le frotaba rítmicamente los labios justo donde empezaban a abrirse. Se corrió. Cambiaron de postura, sin que Nadia dejara que él perdiera la excitación. Se colocó a lo perrito y enseguida él llegó también. Acabaron de nuevo empapados, y de sudor.

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Hacía unos días que Jordi estaba raro. Nadia lo había notado, pero no le dio importancia, aunque estaba menos cariñoso e impulsivo que de costumbre. Ella tampoco echaba chispas, no había motivo, pero estaba más fría. Habían quedado ese sábado, iba presentarle a Jordi a Lucía, que no habían podido coincidir aún. ‘¿Cómo quedamos?’ ‘… no voy a salir. Estoy muy cansado y no me apetece mucho. Nos vemos mañana, ¿te parece?’ ‘Vale, como quieras’, le espetó ella y cortó la conversación con un seco ‘hasta luego’.

Cuando subió el domingo al piso de Jordi iba a cortar con él. El plantón le había sentado mal, pero no fue eso lo que le impulsó a tomar la decisión. Fue sólo el detonante, la mecha que enciende la llama que hace que estalle la dinamita. La situación le había servido para darse cuenta de que el desplante no le cabreaba lo suficiente y que no le merecía la pena esforzarse por mejorar las cosas, porque él no le importaba lo suficiente. Y con las palabras menos duras que encontró se sinceró. ‘Quizás me estoy precipitando, y mañana me levanto pensando lo gilipollas que he sido y te llamo para pedirte que volvamos, pero esto ha sido un punto de inflexión y sé que no tengo ganas de ‘luchar’ por ti. Llevamos muy poco, a lo mejor debemos darnos más tiempo, ir más despacio y poner de nuestra parte. Por otro lado, si al principio ya se ha perdido la ilusión… Se supone que si hay algo de verdad no hay que esforzarse y tiene que ser fácil, fluir por sí mismo. Yo estoy muy bien contigo, pero no porque estoy con Jordi, sino por el hecho de tener a alguien a mi lado, y creo que eso no es justo ni para ti ni para mí, no sé si me explico. Creo que no hay lo que tiene que haber, y si no hay, no hay’. Él se quedó callado unos segundos. Se esperaba que estuviera enfadada. Se había disculpado antes por el plantón, necesitaba parar un poco porque estaban yendo algo deprisa, pero no se esperaba que rompiera con él. Sin embargo lo entendió: ‘Está claro, hay que saber qué batallas luchar’.

Nunca había probado el lado del que deja, y Nadia no negaría que eso le puso un cierto punto dulce al sabor amargo que le tocaba paladear. También dolía (aunque, la verdad, menos que cuando eres tú la dejada), sobre todo porque no podía reprocharle nada a Jordi. Era uno de los pocos chicos que no le había hecho sufrir, ni siquiera sin querer, y era ella la que le abandonaba. Era raro.

 

 

 

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