La graduada

 

Antonio Such era profesor en la UCAM. Impartía, entre otras, la optativa de fotoperiodismo. Rondaba los 35, moreno, no muy alto, simpático, de modales exquisitos y con un toque de pedantería. No era el típico profesor guaperas e interesante que nos enamora a las alumnas -para eso ya estaba Manuel Perea, de comunicación institucional- pero tenía encanto. Laura había cogido su asignatura en el último curso y desde el principio la enganchó. Era inteligente, aguda, participativa en las clases, y atractiva. Antonio se fijó en ella, le gustaba su entusiasmo, y ella. La buena relación entre los dos trascendió las aulas. Ella pasaba a menudo por su despacho, y cuando se encontraban por los pasillos sus saludos guardaban más complicidad de la estrictamente necesaria. Yo no le daba importancia, no podía imaginar que aquel juego pudiera ir más allá.

Pero Laura sí que veía lo que pasaba. Sabía que los prolongados roces cuando le daba apuntes, su excesiva preocupación por cómo llevaba los estudios, sus conversaciones trascendentales e íntimas y sus ofrecimientos a llevarla en coche a casa -eran vecinos- no eran casuales, evidenciaban que había algo más. Y ella le seguía el juego encantada. Ese quiero y no puedo, ese caminar por el filo de la navaja era excitante, y sabía que para él también lo era. Sabía que atravesar esa línea podía ser peligroso, pero eso era también parte del morbo que mantuvieron todo el curso.

Llegó el día de la graduación. Todos estábamos exultantes. Tras la ceremonia, más larga de lo deseable, y el catering de la universidad, alumnos y profesores fuimos a cenar a los salones del Cherro. En mesas redondas, nos fuimos colocando entre risas y brindis. Antonio fue con su novia, María, una chica bastante sosa, que contrastaba con el entusiasmo arrebatador de Laura. Mi amiga llevaba un vestido a media pierna, de tirantes y escote en pico estampado en tonos dorados y marrones, y sandalias doradas de tacón fino.

Cuando empezó la barra libre, los grupos de las mesas se deshicieron y todos nos mezclamos en la pista hablando y riendo. Laura y Antonio conversaban animadamente. Coqueteaban, aunque nadie nos dimos cuenta porque nos habíamos tomado ya los primeros cubatas y estábamos en nuestras propias cosas y, por su parte, la novia se había quedado en la mesa dialogando con la profesora de reporterismo. De lo que sí me percaté fue de que Laura fue al aseo y al poco tiempo el profesor hizo el mismo camino.

En el pasillo que separaba los baños de chicas y los de chicos se encontraron. No hubo palabras. Sólo un pequeño gesto de insinuación de ella y él la besó en la boca unos segundos. ‘Espérame en el piso. Cuando cierren, llevo a María a casa y voy para allá’.  ‘De acuerdo, allí estaré’. Ya estaba todo dicho.

Ella salió del baño. Apuró su copa, estaba algo distraída. No tardaron mucho en ‘echarnos’ del restaurante. ‘Vamos al De Nai Clu’, propuso Pedro, y casi todos estuvimos de acuerdo, a esas horas era la mejor opción. Laura, sin embargo, dijo que quería ver a unas amigas que estaban en el centro y se marchó por su cuenta, a su piso.

Antonio y su chica, con la que se iba a casar en unos meses, cogieron el coche. Fueron a casa de María. Ella esperaba que se quedara a dormir, era lo más lógico, pero Antonio se excusó diciendo que había bebido demasiado y no se encontraba muy bien. ‘Nos vemos mañana, ¿vale?’. ‘Está bien’, aceptó su novia con resignación. Se dirigió hacia su casa, dirección a Don Juan de Borbón, pero la pasó de largo y dobló hacia la Flota. Bajó del coche y tocó el telefonillo de Laura. No oyó ninguna voz respondiendo al otro lado, pero la puerta se abrió. Subió.

Laura tenía la puerta abierta cuando Antonio llegó en el ascensor. Le hizo pasar. Se sentaron en el tresillo del salón. Había puesto música suave y encendido una lámpara de pie que daba una luz tenue. Ella sirvió dos copas de champagne. ‘¿Por qué brindamos, profesor?’ ‘Por tu graduación’. ‘Por esta noche’ ‘Eso, chin, chin’.

Se acercaron despacio, midiendo cada movimiento. Ella posó su cara sobre su pecho, acomodándose en su regazo, y él la besó en la frente, en la mejilla y en los labios. Fue la señal de salida. A partir de ahí dieron rienda suelta a nueve meses de fantasías encubiertas.

Antonio le bajó el tirante derecho y le besó el hombro. Ella le contestó con un beso en la comisura de los labios. El profesor la tumbó, le bajó el traje lentamente y le cubrió el cuerpo de tiernos besos, que se fueron convirtiendo en salvajes mientras ella le quitaba la chaqueta y la camisa. Antonio continuó bajando con sus besos hasta el pubis, pasando por el ombligo, al tiempo que con las manos le acariciaba los muslos prietos, suaves, y le quitaba las medias. Ella gemía y le arañaba la espalda, lo que le excitó todavía más. Con la boca le arrancó el tanga y le comió el coño. Laura gritaba de puro placer hasta alcanzar el orgasmo. Después fue ella la que se la chupó sin parar antes de sentarse encima de él y que la jodiera.

Perdieron la cuenta de las veces que lo hicieron: de lado, por detrás, de pie a horcajadas… Vieron amanecer y subir el sol. Al final cayeron exhaustos en la cama.

Cuando Laura despertó, pasada ya la hora de comer, Antonio no estaba. En la mesilla había una nota: ‘Te deseo lo mejor en esta nueva etapa que comienzas. Hasta siempre’. Lloró. Nunca esperó nada más, y ella era fuerte, no era una sentimental, pero tampoco esperaba sentirse así el día después. No contaba con eso. La despedida fue lo único que no imaginó en sus fantasías.

 

One thought on “La graduada”

  1. Una despedida no es el final….ni tampoco el olvido. Tal vez sirva para recorrer hacia atrás….para hacerse preguntas. O quizás para buscar con más fuerza el reencuentro…el camino de vuelta a la pasión.

    P.D.- Fiel relato de la realidad…»chapó», LIDIA.

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