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El mulato

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Inés llevaba mucho tiempo sin encontrarse con Jonatan por la Zona, por eso, cuando esa noche lo vio entrar en La Cama con un amigo de inmediato supo que no podía dejarlo escapar. De corte chichipán, era moreno de piel, ojos profundos y castaños, boca carnosa e insinuante y pelo oscuro. De ahí el apodo de ‘Mulato’ a pesar de que su familia fuera gallega y viviera prácticamente toda su vida en Alicante. ‘Mira, nena, el ‘Mulato’’, dijo la chica a su amiga Cristina, con quien había salido esa noche ‘solas ante el peligro’. ‘¡Ostras!, qué lleva en la cabeza, menudo pelucón, podría provocar un eclipse ja, ja, ja! ‘Qué mala eres, ja, ja, ja´’. Por mucho que le molara, Inés tenía que reconocer que el chaval llevaba un pelo… con demasiado volumen. Aun así estaba guapo.

Él no la reconoció. Tenía la melena más larga y oscura, lisa, y había adelgazado un poco; eso, unido a que habían hablado sólo una vez, rodeados de alcohol y humo y con la música a toda leche, favoreció que no la recordara. Y la chica lo aprovechó para acercarse a él y dárselas de ‘brujilla’. ‘A ver, te llamas Jonatan, estudias informática y tienes… tres años más que yo, 23’, dijo sonriendo satisfecha. Jonatan se quedó perplejo, casi asustado, e Inés lo sacó de su asombro: ‘Charlamos un día en Veracruz, hace ya, ¿no te acuerdas?’. El joven hizo memoria y al fin la ubicó. ‘Sí, sí, ja, ja’.

Los cuatro se presentaron oficialmente y disfrutaron juntos de la noche. De La Cama se fueron a La Habana, en La Rambla. Había  fiesta de no sé  qué y al pedir, a Jonatan le dieron un collar que regaló a Inés, quien se lo agradeció con un beso, en la cara. ‘Pónmelo’, dijo girándose y levantándose el pelo para dejar descubierta su nuca. Comenzaron a tontear.

Y el tonteo fue a mayores en el Puerto. A los dos les gustaba bailar y estuvieron un buen rato llevando el ritmo de la música latina que sonaba en el bar. Con el movimiento, sus menudos cuerpos se acercaban cada vez más hasta rozarse. A un milímetro de distancia se miraron unos segundos directamente a los ojos, ella ladeó levemente la cabeza y se besaron. ‘¡Menos mal!’, exclamó Cristina. Ella y el colega de Jonatan se habían quedado de ‘aguantavelas’.

Se liaron, con más ternura que pasión. La música que escuchaban ya no era latina, sino de violines y sí, tenían cosquillas en el estómago.

Fueron donde sus amigos, risas y charlas, y chupitos. Salieron los cuatro del bar y fueron a la cola de los taxis de La Explanada. Cuando les llegó el turno para que las chicas cogieran el suyo, Jonatan e Inés se despidieron con un cariñoso morreo y él le dijo que la llamaría al día siguiente.

A ella le tocaba trabajar ese domingo y se levantó con un mensaje de Jonatan. Fue al curro con una sonrisa boba de oreja a oreja, que no se le borró en días. Pero, por algún extraño equilibrio trascendental, siempre lo que la vida le daba por un lado, se lo quitaba por otro -años más tarde aprendió a estar alerta cada vez que disfrutaba de una buena racha- y esta vez el pellizco fue desmesurado. Una tragedia le impidió volcarse en esa nueva relación. La tristeza y estar ahí para quien más la necesitaba en ese momento no la dejaban tiempo ni fuerzas para nada más, y tampoco quería. ‘No tienes que cargar con esto, es cosa mía, ahora yo no puedo estar contigo como mereces… por eso es mejor que lo dejemos antes de que vaya a más’. ‘No, si estoy contigo es por algo, para lo bueno y lo malo’.

Con infinita paciencia Jonatan conquistó a Inés y la hizo derrumbarse a sus pies. Entre cines, cenas, zalamerías y palabras melosas, la confianza entre los dos creció, igual que aumentó la pasión de sus encuentros. Supo tocar las cuerdas que hacían sonar nuevos acordes en la guitarra de su cuerpo, y su corazón. Ella iba cediendo terreno poco a poco en todos los sentidos. También dentro del R5 de Jonatan. De los besos pasaron a los morreos y caricias, luego a los magreos y restregones, primero por encima y después por debajo de la ropa. Una de esas noches aparcaron cerca de la puerta trasera de la urba de Inés, lejos de las luces indiscretas de las farolas. El chico bajó el volumen de la radio mientras le besaba la boca y el cuello. Se excitaron. Ella se quitó el abrigo y lo echó al asiento de detrás. Le desabrochó la camisa para palpar su carne y sus huesos. Él metió las manos debajo de su minifalda de pana y le cogió el culo. La respiración de ambos era cada vez más intensa. Inés, que gozaba provocándole, encontró su pene erecto y lo tomó. Le bajó los calzoncillos y lo frotó. Jonatan le había subido el jersey y el sujetador y buscaba con su boca sus senos de marfil. Ella cruzó de asiento y se sentó encima de él. Se la metió. Jadeaban. Sentía su polla moviéndose dentro de ella, y el volante en la espalda clavándosele. Él se estremecía con su calidez. Se corrieron.

Todo volvía lentamente a su sitio, con relativa normalidad, y a Inés le llegaron las ganas y las fuerzas para darse al cien por cien. Se quedó desarmada. Y entonces él, tras unos días de ataque psicológico le dio el golpe de gracia. Fue en una cafetería. ‘Tengo muchas dudas. Creo que vamos demasiado rápido, demasiado en serio, y no estoy bien. Yo quiero seguir viéndote, que sigas en mi vida, pero no como estamos ahora…’ ‘Dilo claro, ¿estás cortando, no? ‘Sí, pero ya te he dicho que por nada quiero perder contacto contigo, quiero seguir quedando’. Silencio. ‘Podemos ir al cine la semana que viene a ver Ocena’s Eleven…’ ‘No. Lo siento, pero no te entiendo. No entiendo que, después de todo, ahora estés cortando tú. Y no entiendo que quieras que mañana nos veamos y nos demos dos besos como amigos cuando hace dos días me has metido la lengua hasta la campanilla. No, no lo entiendo’.

Él no pudo ofrecerle ninguna explicación convincente, para estas cosas casi nunca las hay. Pero cuando Inés se repuso de la derrota inesperada, sí que comprendió que lo que pasó pasó porque tenía que pasar, porque el ‘Mulato’ no era para ella, ni ella para él.