*Nota: Artículo publicado originalmente en la Revista Alborada número 50 (2006)
Hay imágenes que permanecen en la memoria de muchos y que eran habituales en el NO-DO de los años 60-70 del pasado siglo: destartaladas maletas a cuadros, algunas sujetas con cuerdas, fríos andenes y trenes que desprendían un humo espeso y abundante, y familiares despidiendo a sus seres queridos con lágrimas en los ojos. Hablamos de los emigrantes, la mayoría procedentes de pueblos de la España profunda. La emigración fue una dura realidad a la que se vieron abocados millones de españolitos de la época, entre los que se contaban centenares de eldenses. Despojados del único bien que poseían, que era la fuerza del trabajo, y sustituidos casi todos por las máquinas, tanto en la agricultura como en la industria -en Elda, concretamente, por la proliferación de cadenas de fabricación de zapatos-, se generaliza en los años 60 una amarga diáspora a diversos países europeos como Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y Suiza, entre otros, en busca de cualquier tipo de trabajo que permitiera vivir dignamente.
Guillermo Carpió Aguado fue uno de los que se marchó a Suiza. Cuenta que, cuando terminó la mili a finales de 1963, vio el panorama tan negro que le dijo a su hermano Norberto, que ya estaba allí, que le gestionara un contrato de trabajo en la Minerva. Y fue el 28 de febrero de 1964 cuando emprendió un viaje casi épico desde Elda pasando por Valencia, Barcelona, Port Bou, Lyon, Belfort y, por fin, Porrentruy, donde se presentó ante el jefe de personal de la fábrica, que le garantizó que el 4 de marzo empezaría a trabajar. En esos días, pudo comprobar lo que era el frío de verdad -17° ó 18° bajo cero-, que algunos combatían tomando grapa con el café antes de comenzar la jornada, aunque en las casas y en la fábrica había buena calefacción: «Acostumbrados a las fábricas de Elda, me llevé una impresión grande, porque, allí, todo era maquinaria, todo se hacía a máquina. La fábrica tenía ciento veinte o ciento treinta operarios y todo se hacía allí, las suelas, las cajas, los envases, todo, todo se confeccionaba allí». Cuando Guillermo llegó, el sueldo base de un oficial en Elda era de 160 pesetas diarias y, en Suiza, su contrato le garantizaba a Guillermo 4’5 ó 5 francos a la hora, con lo cual, al final de su jornada laboral, triplicaba el salario de aquí, pues entonces, y como reza el título de una reciente película, el cambio era Un franco, catorce pesetas. Aquel contrato, que en principio era de seis meses, se convirtió en una aventura que duraría trece años, hasta 1976. «Cuando me vine, ya cobraba a doce francos la hora, los suizos cobraban algo más».
Nostalgia
Cuando Guillermo llegó a Suiza, «no había centro español, se organizó estando nosotros. Llegaba el viernes y, al terminar de trabajar, teníamos un sitio para reunirnos en vez de ir a un bar. La nostalgia se acentuaba allí cuando oíamos canciones de Juanito Valderrama como El emigrante, El inclusero y otras parecidas». También había otras diversiones, como los bailes con pick up y los campeonatos de cartas y dominó. Además, el Centro Español de Porrentruy fue testigo de otros acontecimientos sociales y deportivos: «Creamos un equipo de fútbol en el que casi todos éramos de Elda. Las botas y todo lo demás nos lo dieron en la Embajada. En la Minerva, jugué cuatro o cinco años con el equipo de la empresa, en el que la mayoría eran suizos. Al equipo del Centro Español nos tenían mucha rabia porque éramos muy buenos. También había otro equipo italiano con el que no se metían tanto como con nosotros. El campeonato empezaba en abril o mayo, duraba hasta julio y se jugaba casi todos los días. La mayoría de jugadores suizos no eran profesionales, aunque jugaban en equipos de Primera División y también con los de sus empresas».
También se celebraban convites y bautizos en el Centro Español, «como el del hijo de Juan Llopis. Nosotros representábamos a los verdaderos padrinos, que estaban en Elda. Cuando me vine, querían poner una escuela española, aunque no sé si llegarían a ponerla. Lo que sí nos daba la embajada española era libros y hubo clases de apoyo para que los chiquillos no se olvidaran del español. Lo de la escuela no llegué a verlo». Según Guillermo, al principio, los suizos frecuentaban mucho el Centro Español porque «se empezó a vender jamón, coñac, queso y otras cosas que ellos no tenían. Pero era un pueblo pequeño y los bares se quejaron de que estaban perdiendo clientes. La policía nos dijo que allí no podían entrar extranjeros, pero aún así todavía entraba algún suizo».
Regreso
En cuanto a la integración, «los suizos te trataban mal si veían que no hacías lo mismo que ellos. No les gustaba que ahorráramos. Yo no tuve ningún problema, tenía amistad con todos en la fábrica porque hacía una vida normal y, como al principio estaba soltero, vivía bastante bien».
Llegó el momento del regreso y, parafraseando el tango, trece años no es nada, sobre todo cuando los ahorros se habían empleado para pagar el piso. «Cuando me vine, yo dije: me tapo los ojos y que sea lo que Dios quiera, aunque en la fábrica me dijeron: tú volverás. Esto fue en julio de 1976 y hasta septiembre no me dieron la baja por si volvía. Pero me salió bien la cosa aquí, encontré un trabajico… y mira, aquí me quedé. Muchas veces he pensado en volver a Suiza, a veces estaba durmiendo y soñaba que estaba allí. Eso lo he soñado muchas veces. Mi mujer todavía se acuerda de Suiza, aunque, si volviéramos, lo más probable es que no conociéramos a nadie de allí».
Ésta es, a grandes rasgos, parte de la aventura suiza que protagonizó Guillermo, pero hay muchos más protagonistas y muchas más historias.
Maribel, Antonio y Adelita
Para Maribel Patricio, todavía sigue siendo una asignatura pendiente el volver a Porrentruy, del que guarda unos entrañables recuerdos, casi todos ligados a momentos vividos con su marido, Germinal El Moñiguero, ya fallecido, y otros paisanos en el año en que trabajaron allí: «Hacíamos excursiones por aquellos bosques tan verdes y, cuando había nieve, salíamos a esquiar con unos peculiares trineos. Teníamos un buen ambiente entre nosotros y nos sentíamos privilegiados por estar allí ganando un buen sueldo. Al volver a Elda, algunos de nosotros seguimos saliendo juntos. Con los corros, nos compramos una Vespa y nos apuntamos a las excursiones que organizaba el Vespa Club. Y también dimos la entrada para el piso». Para Antonio Hernández y Adelita Juan, «aquella experiencia supuso asomarnos a otro mundo, a otro tipo de sociedad mucho más moderna. Nos sentíamos más valorados como trabajadores que éramos a pesar de ser emigrantes. Allí, pudimos descubrir por fin lo que era la semana inglesa para disfrutarla saliendo a ver cosas de por allí, como los lagos, Ginebra, Lausanne… Pero las chiquillas se quedaron en Elda y nos volvimos a los seis meses. A partir de entonces, ya nada ería igual. Suiza nos marcó mucho». Hay tantas historias por descubrir… Noto que, cuando hablo con todas estas personas, sus ojos brillan de una manera especial. No cabe duda de que, a pesar de haber tenido momentos de soledad y nostalgia en Suiza, de haber sufrido la dificultad del idioma y alguna que otra discriminación, en casi todos existe una añoranza por volver, siquiera para recordar una aventura que, a casi todos, les reportó salir de una crisis económica temporal que padeció Elda en aquellas fechas. Muchos manifiestan que, si alguien se hiciera para adelante y organiza un viaje a Porrentruy, aunque fuera en plan turista, volverían.
Olvido injusto
La fortaleza de ánimo y la ilusión de encontrar una vida mejor fueron, sin duda, las cosas más importantes que pudieron llevar en sus magros equipajes aquellos audaces eldenses que no vacilaron en dejar familia y amigos, además de un clima cálido, para enfrentarse a un clima mucho más frío e inhóspito como el suizo, a otros hábitos y a un idioma distinto, todo ello en una inmensa soledad, muy lejos de los suyos. Flurina Joray, una estudiante de origen alemán, en un trabajo sobre la emigración española en Suiza que hizo en febrero de 2004 para el Instituto Cantonal de Porrentruy, revelaba que «el 29 de enero de 2004 apareció un artículo en el Quotidien Jurassien que explicaba el proyecto del periodista de la TSR Claude Schauli de hacer un documental sobre los emigrantes españoles de Cuevas del Becerro (Málaga) que iban a volver a Suiza por primera vez desde su partida». Este proyecto de documental me lleva a sugerir que, inmersos en un año donde se reivindica la recuperación de la memoria histórica, no estaría nada mal que, a través de algún organismo como la concejalía de Cultura, el Museo del Calzado o la Fundación Paurides, se organizara un retorno de los emigrantes eldenses a Porrentruy, donde ellos explicarían todas sus vivencias y avatares, que quedarían plasmados en un documental para que su aventura no quedara en el olvido y fuera difundida por colegios e institutos. Sería el mejor homenaje que Elda les puede tributar para que su gesta no cayera en un olvido injusto. R.H.
Aparadoras y zapateros eldenses que, entre otros, trabajaron en Calzados Minerva, aunque no todos coincidieran juntos:
GUILLERMO CARPIO AGUADO Y ANA MARI FLORIA – JOSÉ LLOR Y ESPOSA – VICENTE RICO Y ANTOÑITA SORIANO – NORBERTO CARPIO AGUADO Y MARUJA SORIANO (t) – DIEGO MUÑOZ Y FINI – JUAN MUÑOZ (t) Y ROSA – GERMINAL EL MOÑIGUERO (t) Y MARIBEL PATRICIO – EDITO BELTRÁN Y OLIMPIA – PEPE Y CARMEN LA MORENA, CRISTÓBAL Y LOLA – PACO FALCÓ Y MARUJA – PROCESO Y SALUD – PACO Y HORTENSIA SEGURA (t) – ENRIQUE BUSQUIER (t) Y JUANA (t) – ENRIQUE Y PACO (t) BUSQUIER – JUAN LLOPIS Y LEONOR – ELIOS E ISABEL – ANTONIO HERRERO Y PAQUITA SORIANO – ÁNGEL Y ADELFA – PEPE Y ANGELITA – MIGUEL CANDEL, VIDITA Y SALUD (t) -MARUJA Y FRANCISCO SORIANO -PEPE Y ROSA – LIMORTI Y CLEMENCIA – ANTONIO HERNÁNDEZ Y ADELITA JUAN – GUILLERMO Y CARMEN – VICENTA.
Eldenses que trabajaron en otros oficios en Porrentruy
DIEGO AZORÍN, SU ESPOSA JULIA (+) Y SUS SIETE HIJOS.