- Petreraldia.com – Noticias de actualidad de Petrer y su comarca - https://petreraldia.com -

Zapateros y aparadoras eldenses emigrantes en Porrentruy

*Nota: Artículo publicado originalmente en la Revista Alborada número 50 (2006)

[1]
Vista general de Porrentruy a mediados de los 60, según una postal coloreada de la época.

Hay imágenes que permanecen en la memoria de muchos y que eran habitua­les en el NO-DO de los años 60-70 del pasado siglo: destartaladas maletas a cuadros, algunas sujetas con cuerdas, fríos andenes y trenes que desprendían un humo espeso y abundante, y familia­res despidiendo a sus seres queridos con lágrimas en los ojos. Hablamos de los emigrantes, la mayoría procedentes de pueblos de la España profunda. La emi­gración fue una dura realidad a la que se vieron abocados millones de españo­litos de la época, entre los que se contaban centenares de eldenses. Despojados del único bien que poseían, que era la fuerza del trabajo, y sustituidos casi todos por las máquinas, tanto en la agricultura como en la industria -en Elda, concretamente, por la proliferación de cadenas de fabricación de zapatos-, se generaliza en los años 60 una amarga diáspora a diversos países europeos como Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y Suiza, entre otros, en busca de cualquier tipo de trabajo que permitiera vivir dignamente.

Fue en Porrentruy, importante ciudad suiza de Jura, cantón de habla francesa, donde se produjo la mayor presencia de eldenses que se conozca en un país eu­ropeo a partir de los primeros años 60. Todo comenzó cuando Vicente Rico, que había trabajado de dependiente en Casa Pepe Cuatro Esquinas y, por lo tanto, era muy conocido en Elda, se marchó a Suiza. Una vez allí, trabajando en Calzados Minerva, de Porrentruy, y conocedor de la situación de crisis por la que atravesaba Elda, sabiendo que se necesitaba cubrir, sobre todo, puestos de aparadoras, puso anuncios en distintos medios de comu­nicación de la ciudad. Si la aparadora estaba casada, el marido tenía asegurado un puesto de trabajo en la empresa así como la vivienda, aunque, al principio, el alojamiento de algunos fue en una especie de internado o convento que estaba en desuso, en el que se acoplaron como pudieron.

Guillermo Carpió Aguado fue uno de los que se marchó a Suiza. Cuenta que, cuando terminó la mili a finales de 1963, vio el panorama tan negro que le dijo a su hermano Norberto, que ya estaba allí, que le gestionara un contrato de trabajo en la Minerva. Y fue el 28 de febrero de 1964 cuando emprendió un viaje casi épico desde Elda pasando por Valencia, Barcelona, Port Bou, Lyon, Belfort y, por fin, Porrentruy, donde se presentó ante el jefe de personal de la fábrica, que le garantizó que el 4 de marzo empezaría a trabajar. En esos días, pudo comprobar lo que era el frío de verdad -17° ó 18° bajo cero-, que algunos combatían to­mando grapa con el café antes de co­menzar la jornada, aunque en las casas y en la fábrica había buena calefacción: «Acostumbrados a las fábricas de Elda, me llevé una impresión grande, porque, allí, todo era maquinaria, todo se hacía a máquina. La fábrica tenía ciento veinte o ciento treinta operarios y todo se hacía allí, las suelas, las cajas, los envases, todo, todo se confeccionaba allí». Cuando Guillermo llegó, el sueldo base de un oficial en Elda era de 160 pesetas diarias y, en Suiza, su contrato le garan­tizaba a Guillermo 4’5 ó 5 francos a la hora, con lo cual, al final de su jornada laboral, triplicaba el salario de aquí, pues entonces, y como reza el título de una reciente película, el cambio era Un franco, catorce pesetas. Aquel contrato, que en principio era de seis meses, se convirtió en una aventura que duraría trece años, hasta 1976. «Cuando me vine, ya cobra­ba a doce francos la hora, los suizos cobraban algo más».

Nostalgia

Cuando Guillermo llegó a Suiza, «no había centro español, se organizó estando nosotros. Llegaba el viernes y, al terminar de trabajar, teníamos un sitio para reunirnos en vez de ir a un bar. La nostalgia se acentuaba allí cuando oíamos canciones de Juanito Valderrama como El emigrante, El inclusero y otras parecidas». También había otras diversiones, como los bailes con pick up y los campeonatos de cartas y dominó. Además, el Centro Español de Porrentruy fue testigo de otros aconteci­mientos sociales y deportivos: «Creamos un equipo de fútbol en el que casi todos éramos de Elda. Las botas y todo lo demás nos lo dieron en la Embajada. En la Mi­nerva, jugué cuatro o cinco años con el equipo de la empresa, en el que la ma­yoría eran suizos. Al equipo del Centro Español nos tenían mucha rabia porque éramos muy buenos. También había otro equipo italiano con el que no se metían tanto como con nosotros. El campeonato empezaba en abril o mayo, duraba hasta julio y se jugaba casi todos los días. La mayoría de jugadores suizos no eran profesionales, aunque jugaban en equipos de Primera División y también con los de sus empresas».

También se celebraban convites y bautizos en el Centro Español, «como el del hijo de Juan Llopis. Nosotros representábamos a los verdaderos padrinos, que estaban en Elda. Cuando me vine, querían poner una escuela española, aunque no sé si llegarían a ponerla. Lo que sí nos daba la embajada española era libros y hubo clases de apoyo para que los chiquillos no se olvidaran del español. Lo de la escuela no llegué a verlo». Según Guillermo, al principio, los suizos frecuentaban mucho el Centro Español porque «se empezó a vender jamón, coñac, queso y otras cosas que ellos no tenían. Pero era un pueblo pequeño y los bares se quejaron de que estaban per­diendo clientes. La policía nos dijo que allí no podían entrar extranjeros, pero aún así todavía entraba algún suizo».

[2]
Guillermo Carpio en la máquina de montar enfranques en Minerva.

Regreso

Guillermo se dijo a sí mismo que no quería morir en Suiza. Se había casado y «los chiquillos» empezaban a ir a la escuela suiza mientras veía a otros que, cuando iban a España, se aburrían: «Así que le dije a Ana Mari, mi mujer, que nos íbamos. Ella no quería, pero yo lo tenía decidido, había que venirse para España. En la Minerva, no querían que me fuera. El jefe de personal, para con­vencer a mi mujer, le dijo: ‘Usted se va a ir a España, pero no se va a su país, no se va a su tierra, se va a Elda y no a Casares, su pueblo de Málaga, se va a la tierra de su marido’. Y yo le dije: ‘Esto te lo dicen para que no nos vayamos’ «. Por cierto, que había allí una gran colonia de malagueños, mayoritariamente de Cuevas del Becerro, que trabajaban en otras actividades como la agricultura, la construcción y también en fábricas de relojes donde estaban empleados otros eldenses.

En cuanto a la integración, «los suizos te trataban mal si veían que no hacías lo mismo que ellos. No les gustaba que ahorráramos. Yo no tuve ningún proble­ma, tenía amistad con todos en la fábrica porque hacía una vida normal y, como al principio estaba soltero, vivía bastante bien».

Llegó el momento del regreso y, parafra­seando el tango, trece años no es nada, sobre todo cuando los ahorros se habían empleado para pagar el piso. «Cuando me vine, yo dije: me tapo los ojos y que sea lo que Dios quiera, aunque en la fábrica me dijeron: tú volverás. Esto fue en julio de 1976 y hasta septiembre no me dieron la baja por si volvía. Pero me salió bien la cosa aquí, encontré un trabajico… y mira, aquí me quedé. Muchas veces he pensado en volver a Suiza, a veces estaba durmiendo y soñaba que estaba allí. Eso lo he soñado muchas veces. Mi mujer todavía se acuerda de Suiza, aunque, si volviéramos, lo más probable es que no conociéramos a nadie de allí».

Ésta es, a grandes rasgos, parte de la aventura suiza que protagonizó Guiller­mo, pero hay muchos más protagonistas y muchas más historias.

[3]

Maribel, Antonio y Adelita

Para Maribel Patricio, todavía sigue siendo una asignatura pendiente el volver a Porrentruy, del que guarda unos entraña­bles recuerdos, casi todos ligados a momentos vividos con su marido, Germinal El Moñiguero, ya fallecido, y otros paisa­nos en el año en que trabajaron allí: «Hacíamos excursiones por aquellos bos­ques tan verdes y, cuando había nieve, salíamos a esquiar con unos peculiares trineos. Teníamos un buen ambiente entre nosotros y nos sentíamos privilegiados por estar allí ganando un buen sueldo. Al volver a Elda, algunos de nosotros seguimos saliendo juntos. Con los corros, nos compramos una Vespa y nos apuntamos a las excursiones que organizaba el Vespa Club. Y también dimos la entrada para el piso». Para Antonio Hernández y Adelita Juan, «aquella experiencia supuso asomarnos a otro mundo, a otro tipo de sociedad mucho más moderna. Nos sentíamos más valorados como trabajadores que éramos a pesar de ser emigrantes. Allí, pudimos descubrir por fin lo que era la semana inglesa para disfrutarla saliendo a ver cosas de por allí, como los lagos, Ginebra, Lausanne… Pero las chiquillas se quedaron en Elda y nos volvimos a los seis meses. A partir de entonces, ya nada ería igual. Suiza nos marcó mucho». Hay tantas historias por descubrir… Noto que, cuando hablo con todas estas personas, sus ojos brillan de una manera especial. No cabe duda de que, a pesar de haber tenido momentos de soledad  y nostalgia en Suiza, de haber sufrido la dificultad del idioma y alguna que otra discriminación, en casi todos existe una añoranza por volver, siquiera para recordar una aventura que, a casi todos, les reportó salir de una crisis económica temporal que padeció Elda en aquellas fechas. Muchos manifiestan que, si alguien se hiciera para adelante y organiza un viaje a Porrentruy, aunque fuera en plan turista, volverían.

[4]
Guillermo Carpio junto a Paquito Busquier y Juana, una chica catalana que también trabajaba en la fábrica suiza en 1963.
[5]
Abajo, reunión de fin de semana. Entre otros aparecen Jose Llor y su esposa, Antonio Hernández Limorti y Clemencia, Adelita Juan y Carmen y Guillermo.jpg
[6]
Antonio Hernández y Adelita Juan en su huerto de lechugas en el colegio o internado donde estaban alojados en 1963.

 

[7]
Junta directiva del Centro Español de Porrentruy. Al fondo, los juguetes donados por la Embajada para los niños españoles. Principio de los años 70.
[8]
Equipo de futbol del Centro Español de Porrentruy, en el que había siete eldenses. Arriba: Claudio (segundo por la izquierda), Pepe (cuarto), Diego Muñoz (quinto), y Norberto Carpio (sexto). Agachados: Juan Muñoz (primero por la izquierda), Guillermo Carpio (cuarto) y Elios (quinto).
[9]
Reunidos con motivo de la visita del secretario de la embajada española al Centro Español de porrentruy. De izquierda a derecha: Juan Muñoz, su esposa Rosa, Maribel Patricio, El Moñiguero, Fini y Diego Muñoz. 1963-1964.
[10]
Maribel Patricio en trineo en los alrededores de Porrentruy. 1963-1964.
[11]
Excursión por la nieve en grupo. De izquierda a derecha: Maribel, Paquito, Juana, Enrique, Vicenta y Luis (agachado).
[12]
De excursion en el campo. De pie: Proceso, Antonio y Miguel. Agachados, las tres primeras: Amparo, Carmen y Adelita. 1963.

 

[13]
Guillero Carpio (izquierda) y Vicente Rico en Ginebra, 1967-1968.
[14]
Bautizo en la iglesia de Porrentruy del hijo de Juan Llopis y Leonor. Representaban a los padrinos Guillermo Carpio y Ana Mari Floria. Julio 1975.
[15]
Fragmento de una información publicada por Valle de Elda en enero de 1964.

Olvido injusto

La fortaleza de ánimo y la ilusión de encontrar una vida mejor fueron, sin duda, las cosas más importantes que pudieron llevar en sus magros equipajes aquellos audaces eldenses que no vacilaron en dejar familia y amigos, además de un clima cálido, para enfrentarse a un clima mucho más frío e inhóspito como el suizo, a otros hábitos y a un idioma distinto, todo ello en una inmensa soledad, muy lejos de los suyos. Flurina Joray, una estudiante de origen alemán, en un trabajo sobre la emigración española en Suiza que hizo en febrero de 2004 para el Insti­tuto Cantonal de Porrentruy, revelaba que «el 29 de enero de 2004 apareció un artículo en el Quotidien Jurassien que explicaba el proyecto del periodista de la TSR Claude Schauli de hacer un documental sobre los emigrantes españoles de Cuevas del Becerro (Málaga) que iban a volver a Suiza por primera vez desde su partida». Este proyecto de documental me lleva a sugerir que, inmersos en un año donde se reivindica la recuperación de la memoria histórica, no estaría nada mal que, a través de algún organismo como la concejalía de Cultura, el Museo del Calzado o la Fundación Paurides, se organizara un retorno de los emigrantes eldenses a Porren­truy, donde ellos explicarían todas sus vivencias y avatares, que quedarían plasmados en un documental para que su aventura no quedara en el olvido y fuera difundida por colegios e institutos. Sería el mejor homenaje que Elda les puede tributar para que su gesta no cayera en un olvido injusto. R.H.

Aparadoras y zapateros eldenses que, entre otros, trabajaron en Calzados Minerva, aunque no todos coincidieran juntos:

GUILLERMO CARPIO AGUADO Y ANA MARI FLORIA – JOSÉ LLOR Y ESPOSA – VICENTE RICO Y ANTOÑITA SORIANO – NORBERTO CARPIO AGUADO Y MARUJA SORIANO (t) – DIEGO MUÑOZ Y FINI – JUAN MUÑOZ (t) Y ROSA – GERMINAL EL MOÑIGUERO (t) Y MARIBEL PATRICIO – EDITO BELTRÁN Y OLIMPIA – PEPE Y CARMEN LA MORENA, CRISTÓBAL Y LOLA – PACO FALCÓ Y MARUJA – PROCESO Y SALUD – PACO Y HORTENSIA SEGURA (t) – ENRIQUE BUSQUIER (t) Y JUANA (t) – ENRIQUE Y PACO (t) BUSQUIER – JUAN LLOPIS Y LEONOR – ELIOS E ISABEL – ANTONIO HERRERO Y PAQUITA SO­RIANO – ÁNGEL Y ADELFA – PEPE Y ANGELITA – MIGUEL CANDEL, VIDITA Y SALUD (t) -MARUJA Y FRANCISCO SORIANO -PEPE Y ROSA – LIMORTI Y CLEMENCIA – ANTONIO HERNÁNDEZ Y ADELITA JUAN – GUILLERMO Y CARMEN – VICENTA.
Eldenses que trabajaron en otros oficios en Porrentruy

DIEGO AZORÍN, SU ESPOSA JULIA (+) Y SUS SIETE HIJOS.