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Recuerdos de una infancia frustrada

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Verano de 1936, tardes calientes del mes de julio, Hasta las hojas de los almendros se agostaron y los atardeceres agonizaban de rojo y violeta. Dejamos Elda al término del año escolar e iniciamos, como en veranos pasados, el período de vacaciones en el campo, entre gentes labradoras y tierras de secano.

Cada día, bajo un sol de justicia, acudíamos al borde del camino de la ermita a esperar al cartero rural montado en su diminuto borrico gris. Una de las veces nos entregó, doblado, un ejemplar del diario ABC. La fotografía del rostro del político monárquico, José Calvo Sotelo, ocupaba toda la portada. Su muerte violenta presagiaba jornadas de sangre y lágrimas.

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«...La muerte violenta de Calvo Sotelo presagiaba jornadas de sangre y lágrimas...»

Algo estremecedor flotaba en el ambiente del caluroso verano. Una noche, bajo un cielo de estrellas, recorrimos, en silencio, el sendero hasta la casa labradora de doña Etelvina, persona devota y de rosario al atardecer. Adosado a un montículo de vegetación rala, aquel enorme caserón dominaba un paisaje de viñas y almendros. Penetramos, con cierto misterio,en una pequeña habitación. En la penumbra, junto a un aparato de radio alimentado por batería de coche, un grupo de agricultores acomodados escuchaba, con atención, los mensajes y arengas que, a través de las ondas, lanzaba el general Queipo de Llano con su voz chillona. Tropas de artillería bombardeaban el barrio de Triana, en Sevilla. ¿Qué estaba ocurriendo?

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«...Mensajes y arengas que, a través de las ondas, lanzaba el general Queipo de Llano con su voz chillona...»

Los milicianos

Al oscurecer, antes de la cena, un grupo armado con escopetas de caza y provistos de un bidón de gasolina, penetraron en la ermita y amontonaron frente a su puerta, en una pequeña explanada, todo cuanto encontraron en su interior. Las llamas iluminaban los rostros atónitos de los hombres y mujeres del campo. Otras noches, desde aquel lugar, divisábamos la luz lejana de los faros de un automóvil hundiéndose en la oscuridad de la carretera. Con las primeras luces del día, gentes labradoras que iban a su labor, encontraban, bajo los olivos y junto a la cuneta, los cuerpos sin vida de hacendados del lugar. ¿Qué estaba ocurriendo?

Durante el día, de improviso, aparecía el camión de la requisa. A casa de la tía Consuelo, octogenaria de temple, fueron varias veces a por el cupo de cabras. Cabras blancas que Rosa, la pastora, todos los días del años acaba al campo. En ocasiones, los milicianos de mono azul y pañuelo rojo, se fueron de vacío. La octogenaria tía Consuelo, con un catalejo heredado de su padre, el tío Elías, miliciano republicano cuando la carlistada, desde el moruno ventanal de su alcoba divisaba la nube de polvo del camión de la requisa a su paso por la carretera. Antes de la subida por el camino de la ermita, atrancaba el portón de su casa. Se sentaba detrás de la puerta y, sin inmutarse, escuchaba los golpes de las culatas y las amenazas de los milicianos.

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«...En la Calle Nueva, en el local de La Gran Peña, montaban guardia sentados en sillones, milicianos de las Juventudes Socialistas...»

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El retorno a Elda

A principios de septiembre regresamos a Elda, pasando por los controles de los milicianos. La variopinta indumentaria y pertrechos de aquellos hombres recordaban las huestes del mejicano Pancho Villa, tantas veces contempladas en las ilustraciones gráficas de revistas de su época.

Tan solo tres meses de ausencia y, al volver a Elda, todo lo encontramos totalmente cambiado. Muchas de nuestras amistades desaparecieron, algunas definitivamente. Calor, gentes y bullicio en las calles polvorientas de la ciudad zapatera. Coches pintados de rojo y negro, con las siglas C. N. T. – F. A. I. pasaban vertiginosamente abarrotados de milicianos armados. En la calle Nueva, en el local de La Gran Peña, montaban guardia sentados en sillones, milicianos de las Juventudes Socialistas. Se comentaba en los bares, invadidos por gentes desconocidas, los recientes sucesos: «Las milicias de Elda, con su coche fantasma, habían actuado decisivamente en la toma de Albacete. Frente al Cine Coliseo, un grupo de milicianos, mataron a tiros a varios guardias civiles. Diez pesetas diarias cobraban los que se marchaban al frente… Uno que ha logrado huir de Zaragoza, dice que el General Cabanellas ha fusilado al gobernador, Ángel Vera, hijo de Elda.

Entre bulos y hechos reales,discurrían las conversaciones, entorno a las consumiciones de los bares. ¿En realidad, qué estaba ocurriendo?

El hambre

Con la caída de las hojas, el fantasma del hambre hizo acto de presencia. En aquel otoño del 36,se agudizó la carencia de alimentos. Surgió el espectáculo de las interminables colas frente a las panaderías y tiendas de comestibles. El panorama se ensombrecía, todo escaseaba. La guerra no era cosa de días, iba para largo. En torno a la mesa camilla, las familias se sentaban a escoger las lentejas y por las calles de Elda, camino del matadero, pasaban las escuálidas recuas, compuestas por burros, mulas y caballos desahuciados para el trabajo.

Refugiados

A Elda llegaron niños procedentes de Madrid y los alojaron en hogares eldenses. Procedían de familias obreras de los barrios madrileños más castigados por la guerra. Las vanguardias del ejército de Franco, compuestas por tropas marroquíes, penetraron hasta el madrileño barrio de Argüelles. El ¡NO PASARÁN! fue la consigna que aglutinó a todas las fuerzas políticas para la defensa de Madrid. Madrid, bajo los bombardeos de la aviación, se convirtió en el símbolo de la resistencia. En los primeros días de estancia en Elda, aquellos niños madrileños, cuando sonaban las sirenas de la fábricas de calzado, las identificaban con las alarmas aéreas y, por unos segundos, en sus rostros se reflejaba el pánico.

Surgieron problemas de convivencia con los niños evacuados, en algunos casos. La frase de «madrileño tenías que ser», se solía decir con tono despectivo, cuando alguno de ellos cometía una travesura.

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«... Madrid, bajo los bombardeos de la aviación, se convirtió en el símbolo de la resistencia...» (Photo Research Lnt.)

Heridos

El edificio del Casino Eldense [8] y el chalet del industrial Porta se habilitaron como hospitales desangre. Resultó familiar el deambular de grupos de heridos, con sus pijamas, los brazos en cabestrillo y con muletas, por las calles del pueblo. Los que podían, solían acercarse hasta «Casa de la Josefina», prostíbulo de fama, visitado por el sexo fuerte procedente de Elda y otros pueblos. Entre las meretrices destacaba la Lulú, francesa a la que casaron con Fernandico, pobre hombre de una simplicidad extrema, que lo utilizaban como recadero de la casa. El día de la boda le pusieron un sombrero de copa y cruzaron su pecho con una banda de la que colgaba un enorme pistolón. La pareja de desposados salieron al balcón del Juzgado situado frente al Casino, a saludar a un público que los aclamaba entre risas y palabrotas. Fue un espectáculo cómico en aquellos días tristes. La Lulú obtuvo por este acto la nacionalidad española y siguió al frente de sus meretrices.

Entierros

El entierro de un herido era espectacular. Acudían a él representaciones de todas las organizaciones obreras con sus pancartas, banderas rojas y rojinegras, y de ramos de flores.El cortejo fúnebre desfilaba por las calles de Elda hasta el cementerio. A veces, antes de meter el ataúd en el nicho, se pronunciaban unas palabras y se cantaba la Internacional con el puño en alto. En uno de estos actos destaparon el ataúd, y la gente desfiló, lentamente, ante el cadáver. Era casi un niño, apenas apuntaba el bozo en la palidez de su cara; su cuerpo no abultaba. Un obús le arrancó media espalda.

Los internacionales

EL amarillo chalet de Porta hospitalizaba los heridos procedentes de las Brigadas Internacionales. Los chicos los veíamos enormes, limpios y disciplinados. En la calle nos acercábamos a ellos con curiosidad. Una tarde, en la escuela durante la clase de don Jesús Andrés, un holandés altísimo, tocado con un sombrero de los usados por los exploradores, pidió permiso y se sentó en uno de los pupitres. Con rostro plácido, fue siguiendo el desarrollo de la clase con curiosidad. Terminada esta, se puso junto a la puerta y fue entregándonos unos seudo-dulces que sacaba de los bolsillos de sus pantalones.

Reemplazos

Se movilizaron hasta jóvenes de 17 años, la llamada «quinta de biberón». A cada nueva leva daban una sesión de cine soviético con fines propagandísticos. Como la entrada al Cine Cervantes, era gratuita, infinidad de veces vimos proyectar el ACORAZADO POTENKIN, EL CARNET DEL PARTIDO, LA LLAMADA DE LA PATRIA, EL CIRCO y otras más. Al terminar las proyecciones aparecía un suelo alfombrado de cáscaras de semillas de girasol y pieles de boniato.

Todas las tardes se llenaban los cines. Las gentes, cansadas de la guerra, buscaban la evasión en el celuloide americano.

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«... como la entrada al cine Cervantes era gratuita, infinidad de veces vimos proyectar EL ACORAZADO POTEMKIN...»

La iglesia de Santa Ana

Los días que duró el derribo de la iglesia de Santa Ana, impresionaba [10]. Unos obreros sacaban a cubos la miel de un gigantesco panal de abejas formado bajo la techumbre del templo parroquial. La iglesia era el único edificio de valor arquitectónico e histórico de la ciudad, aparte del ruinoso castillo.

El amplio solar lo utilizaban para el estacionamiento de los camiones militares procedentes del frente de Madrid. Si el convoy era de las Brigadas Internacionales, los camiones se situaban correctamente en batería, si pertenecían a otras unidades,cada conductor lo dejaba a su aire.

El final de la guerra

Se rumoreaba que la guerra tocaba a su fin. El Gobierno o lo que quedaba de él, se instaló en la finca de El Poblet, convertida en la famosa posición «Yuste». Una madrugada no cesaron de pasar coches con destino al campo de aviación instalado en el llano de El Mañá, cerca de Monóvar. De allí partiría el último Gobierno de la República hacia el largo exilio.

Elda amaneció con banderas blancas. Un silencio denso pesaba sobre la ciudad. Las calles, desiertas, impresionaban. Daba la sensación de que sus habitantes, en masa, habían huido. ¿Qué estaba ocurriendo?

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Contemplando los sucesos desde la distancia de los 50 años transcurridos, hoy seguimos preguntándonos: ¿Qué estaba ocurriendo en aquellos días?

¿Qué estaba ocurriendo?

Esa era la pregunta que, a lo largo de los tres años de guerra, nos hacíamos los que apenas contábamos una decena de años. Vimos los hechos como simples espectadores, no teníamos ni voz ni voto en la tragedia que se estaba desarrollando a lo largo y a lo ancho de la ibérica piel de toro. Nuestra generación quedó marcada para siempre, la experiencia no era para menos. Contemplando los sucesos desde la distancia de los 50 años transcurridos, hoy seguimos preguntándonos: ¿Qué estaba ocurriendo en aquellos días?