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Personajes petrerenses (V): Alberto Ibáñez Juanes, un artista tenaz

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*NOTA: Artículo publicado originalmente en la revista Festa 1991

Alberto Ibáñez Juanes, el artista tenaz

por Concepción Navarro Poveda y Mª Carmen Rico Navarro


Alberto Ibáñez Juanes nace en Palacios de la Sierra, pequeña localidad burgalesa, en 1936. Asiste a la escuela desde los seis a los doce años.

Su padre, de oficio albañil, decide trasladarse a Novelda en la década de los 40, pues eran éstos tiempos difíciles y había que subsistir y proporcionar un oficio a los hijos. El motivo de la venida a esta población, fue debido a que esta zona era conocida para el padre de nuestro pintor, puesto que durante la guerra civil había estado en la misma.

A los doce años y a causa de las necesidades familiares empieza a sentir, en su propia carne, la dureza del trabajo, yendo durante tres años consecutivos a Elda para trabajar de aprendiz de escayolista, realizando el trayecto en bicicleta.

En el año 1952 se traslada toda la familia a Petrer, donde se instalan y donde viven actualmente.

La profesión de escayolista no le disgustaba del todo, si bien debido a que el calzado estaba mejor retribuido abandona su primer oficio y comienza a trabajar en una fábrica de zapatos, pero pronto descubre que tampoco es esto lo que realmente le gusta. Así decide, a sus diecisiete años, montar un taller de pintura industrial, siendo éste el trabajo que más se parece a su auténtica vocación, ya que le permitía experimentar con los colores y en cierta forma, tener más tiempo libre para dedicarse al dibujo. Esta afición, le venía desde su infancia, ya que en sus años escolares si se quedaba alguna vez sin recreo para él no suponía ningún castigo, puesto que aprovechaba este tiempo para quedarse en clase dibujando.

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Edu, Alberto y un amigo en el primer estudio de Alberto en la calle Calvario. 1960.

Los primeros cuadros que empezó a pintar fueron los «tapices» que, enmarcados, servían como decoración de las chimeneas bajas. Realiza su primera exposición colectiva en el año 1960, en Petrer, en colaboración con su hermano Edu y José María Bernabé.

Su afición por la pintura iba en aumento y así, este mismo año, se presenta decididamente en el estudio de Gastón Castelló, sito en la calle de San Fernando, con la pretensión de recibir clases de este gran artista. Castelló no impartía clases, pero nuestro osado pintor incluso se sentiría satisfecho con que sólo lo dejara observar. El maestro intuyó algo especial en aquel joven despierto, alegre y simpático, aceptando la propuesta de Alberto y acordando que un día a la semana —martes— éste pudiera ir a su estudio. El trayecto Petrer-Alicante lo realizaba por la mañana en autobús y el regreso lo hacía en el tren de las diez de la noche. No sólo marchaba con su ilusión y sus pinceles sino también llevaba la comida, ya que era tanto su interés que no salía durante todo el día del estudio. En él, normalmente, solía pintar bodegones. Alberto piensa que la dificultad del mismo radica en alcanzar la perfección de las formas.

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El primer cuadro que vendió, una copia de un tapiz de Goya. 1955.

Entre Castelló e Ibáñez, surge una fuerte amistad que se perpetuará hasta la muerte del primero. Gastón no aceptó nunca retribución alguna por la impartición de estas clases que duraron tres años.

El cese de estos viajes a Alicante es debido a que, Alberto, contrae matrimonio, adquiere mayor número de obligaciones y tiene que aportar mayores ingresos al hogar. En 1962, nace la primera de sus tres hijas.

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Los hermanos Ibáñez junto a José Mª Bernabé y José Labrador, reunidos con motivo de su primera exposición colectiva (7-10-1990).

Su inquietud por la pintura es cada vez mayor y así viaja a Madrid y estudia a los pintores clásicos del Museo del Prado. Queda impresionado con la pintura de Goya, tanto la de estilo neoclásico, costumbrista, como de la negra; Rubéns y el Bosco, entre muchos otros. Se dedicó a ver todas las exposiciones. Conoció lo clásico y lo moderno, no identificándose en ninguna medida con el abstracto, debido a que él es figurativo, tanto en su obra como en su vida.

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Encuentro con Álvaro de la Iglesia.

Alberto, no sólo cultiva la obra pictórica sino que también practica el humor. Esta faceta humorística tiene su origen a partir de una serie de reuniones de amigos, entre los que reinaba una inquietud cultural, ésta se materializa en la realización de una publicación local —Villa—. Colaboraba en las páginas de humor en las que también participaba su hermano, Edu, que ha llegado a ser una personalidad dentro de este género. Otros colaboradores de esta publicación eran Juan Ramón Montesinos, Francisco Máñez, Antonio Espinosa, Antoliano Rico, Luis Navarro, Rafael Antolín, Dámaso Navarro y Juan José Navarro.

A raíz de esto, Ibáñez, en 1964 se decide a enviar sus chistes a la Editorial Bruguera, publicándose sus dibujos en diversas revistas de humor: Can Can, Tebeo, Jaimito, DDT; en los diarios Ya, Información y La Verdad; en periódicos como  Nueva Ciudad y en revistas como Estafeta Literaria y Blanco y Negro.

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Un aspecto desconocido para muchos de nuestro artista.

Con motivo de la visita a Petrer del humorista Álvaro de la Iglesia para dar una conferencia, nuestro pintor aprovecha esta ocasión para mostrarle sus dibujos de humor. De La Iglesia, director de «La Codorniz», la revista de humor más importante del país en esos momentos, queda gratamente impresionado de su trabajo y le invita a que mande sus chistes para ser publicados en la misma.

A un concurso-exposición convocado por la Diputación de Alicante, Ibáñez presentó su obra. Su pintura levantó polémica entre el Jurado, pues algunos miembros consideraban que ésta era copiada; decisiva fue la intervención del director del Instituto de Estudios Alicantinos para la comprobación de que su obra era original. Así consigue la beca para pintar durante una semana en Villajoyosa, allí junto a su ya amigo, el gran maestro alicantino, Gastón Castelló, tiene la oportunidad de conocer a otros pintores que anteriormente habían sido premiados con una estancia en La Valí de Laguart. En las tertulias nocturnas Alberto se dedicaba a retratar y caricaturizar a sus compañeros. De la convivencia de estos artistas surge la idea de formar un grupo denominado «Cercle Laguart», reuniéndose periódicamente para hablar de sus proyectos y trabajos, lo que les comprometía y obligaba a llevar a dichas reuniones obras que comentaban y analizaban.

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Alberto Ibáñez con su amigo Gastón Castelló y otros pintores alicantinos, el día de la inauguración de su actual estudio en la calle Babieca.

En 1972, aparece publicado un anuncio en la prensa solicitando dibujantes que realizaran, de forma rápida, un retrato a carbón, cera o lápiz. Alberto, animado por sus compañeros, decide presentarse. Acudieron un gran número de pintores, resultando seleccionado Ibáñez para dicho trabajo, que consistía en realizar 296 retratos de personajes relacionados con la medicina en Alicante, Alcoy, Cartagena, Murcia, Albacete, Elche y Lorca. Para él supuso una gran experiencia, tanto a nivel personal como artístico, ya que le permitió conocer a mucha gente, al tiempo que estudiar y conocer con más detalle el rostro humano.

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Alberto Ibáñez ha participado en numerosas exposiciones individuales: Petrer, Elda, Novelda, Alicante, Valencia, Madrid, Valdepeñas, etc., al mismo tiempo que también ha mostrado su obra en numerosas exposiciones colectivas. Posee un segundo y tercer premio nacionales de dibujo y un accésit de pintura.

La obra de nuestro pintor no ha pasado desapercibida para los críticos de arte, habiendo sido, también, objeto de reportajes en Televisión Española y Radio Nacional.

NOTA:

Este trabajo se realizó para la asignatura de Historia del Arte Contemporáneo en 1981. Los años que han transcurrido desde aquel entonces han demostrado que la calidad, perfección y originalidad de la obra de Alberto Ibáñez eran ya una realidad.

 

Una sinfonía de color

por Ricardo Gómez Soria

Cuando Alberto llega de su Castilla natal a Novelda yo era un niño que correteaba por La Glorieta, quizá fuimos vecinos en la carretera de Aspe algún verano, pero no tuvimos ocasión de conocernos durante los pocos años que vivió allí.

Yo me creo en la obligación de despertar aquellas sugerencias plástico-anímicas que siento como espectador ante la obra.

No soy partidario de hacer literatura de la obra plástica ya que cada una de ellas tiene distinto vehículo, distinto código de comunicación, pero cuando hay que traducirlo en palabras lo estoy haciendo. Tampoco lo quiero hacer desde un punto de vista crítico pues no es mi función ni me agrada la misma. Hablaré de lo que pienso procurando no perderme en circunloquios banales, preferiría hacerlo con concisión.

Tanto la temática como la composición de sus obras es variada aunque no se puede poner en duda que elige a la figura humana, ya sean niños, adolescentes, jóvenes o ancianos en distintas actitudes vitales y distintas profesiones, como tema central y utilizando los otros géneros pictóricos la mayoría de las veces como complementos de la obra, a la manera de los clásicos.

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¡Qué amor en su cuidada preparación de las telas, en la selección de los temas, en el trazado de los bosquejos, en las primeras manchas casi monocromas para llegar a una verdadera sinfonía armónica del color, sobre las bases invariablemente blancas, todo lo más veladas por sutiles y transparentes tonos pastel!

A partir de este embrión, Alberto ataca la obra. Nunca con improvisaciones, casi siempre sobre bocetos previos que fueron paridos, en muchas ocasiones, de manchas al azar profundamente estudiadas y que fueron cantando al autor, según sus estados anímicos, todo aquello que nos quiere transmitir en un lenguaje plástico muy personal. Como personal ha sido su formación y el saber y querer mantenerse en unas actitudes determinadas.

Aquí entra su sereno dominio del dibujo y de la mancha, su quehacer paciente, dominando su impaciencia, domeñando sus nervios que eventualmente le traicionaban.

¡Cómo busca la transparencia de los materiales! Es un maestro en sus veladuras, frotados, raspados o … Los pinceles guiados con el esmero de una mano experta, que obedece fielmente a un alma que quiere hablar. Ocasionalmente, los trazos del pincel no son suficientes para transmitir sus sensaciones y entonces, entra en acción el pulpejo de sus dedos que en ocasiones acaricia la superficie y en otras quita con energía aquella mancha o grosor que cree desmedidos. Sus obras no sería necesario que fueran firmadas. No sólo porque sabemos con certeza quién es su autor si no porque en ellas quedan indelebles sus huellas digitales. ¿Qué mejor firma?

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Siempre observé, desde que le conozco, a principios de los setenta, que rechazaba en su obra el empaste grueso, del que yo soy tan asiduo practicante, siempre buscando lo sutil, lo etéreo en la materia; lo sensible o lo trágico en los temas.

Confiesa el autor una dualidad en su obra para la que no tiene explicación y ante la cual se extraña. Pero esa dualidad no se observa tan sólo en la elección temática o en el tratamiento del plano plástico, quizá donde más se deja traslucir es en sus dibujos o en las diferentes técnicas que utiliza con un dominio nada fácil.

Su dibujo puede ser de un trazo de línea continua, muy sencillo o enmarañarse, sin levantar la pluma de la superficie del papel hasta que consigue plasmar aquello que siente y en su mensaje no se aparta ni un ápice de sus óleos o pasteles.

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También, espíritu inquieto, ha tratado y conseguido excelentes puntas secas en la técnica del grabado. Aunque él no quiera denominarse grabador, podría conseguir a poco que se lo propusiera notables estampaciones que deberían ser aceptadas como el resto de su obra.

De su incisiva pluma brota el humor a raudales y baña toda su producción, a veces dulcemente,desgarrada otras, la mayoría. De ese dramático mundo nos nace la evocación de los grabados del genio de Fuendetodos. Ibáñez, gran dibujante tiene muchas cosas que decir y lo hace de una forma terriblemente directa, sin concesiones, sin pensar en agradar. Aquí, de nuevo, se nos muestra dominador de esta técnica y como dice Moreno Galván, en la presentación que hizo de una de sus múltiples exposiciones: «Todos los grandes dibujantes de la Historia del Arte han sido fundamentalmente pintores. Piénsese otra vez en Goya, en Rembrandt o en Picasso».

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En su última exposición que tuvimos la suerte de ver en esta ciudad y en Elda, presentó una serie de cuadros con una técnica nada fácil. Parece ser que las dificultades le retan y en ese reto aceptado Alberto Ibáñez triunfa, me estoy refiriendo a sus obras trabajadas al «pastel». Barras de color que apenas tienen más médium que aquél que sirve de ligazón a las tierras para que no se desmenucen entre los dedos y el amplio arco iris que supone tener entre las manos una caja de los mismos. Entonces y desde una base monocroma, de color terroso con superficie aterciopelada, consigue efectos plásticos de un rigor ajustado indudablemente al resto de su producción.

No busquemos en su obra nuestra realidad subjetiva, nos perderíamos en la lectura. Nunca hay realidad objetiva, ni en el más exigente de los hiperrealistas. Tampoco busquemos situarlo en una determinada escuela o «ismo», él tiene su código, su lenguaje propio que aceptaremos, o no, en la medida que seamos capaces de admitir que todo aquello que nos dice algo es arte siempre que se haya hecho con ese fin. Alberto es un hombre de su tiempo que pictóricamente está fuera de ese tiempo, y al decir esto lo hago consciente de lo que digo. Autodidacta hecho a sí mismo y conocedor de lo que se hacía y se hace en el momento, a pesar del aislamiento que puede suponer el no estar en los llamados centros neurálgicos del arte, es capaz de no dejarse llevar por el viento arrebatador de las «modas» que tiene la ventaja de deslumbrar en ese instante, pero que corren el riesgo de desaparecer cuando aquellos vientos huracanados o iconoclastas pasaron. La Historia del Arte está cuajada de ejemplos que no es el momento de tratar.

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Hombre honrado, fino humorista, campechano diría yo. Nos abre en multitud de ocasiones su alma con desgarro y utiliza ese humor para satirizar todo aquello que él cree satirizable o para descargarla de esas vivencias desconocidas.

¿Qué extraños misterios pueblan su subconsciente para en medio de un derroche barroco llenar el fondo de sus obras de extraños seres en ocasiones monstruosos, no por el tamaño, si no por la proliferación como de un magma animaloide que nos inquieta u otras veces con sencillez casi franciscana y con brevedad deleitar al espectador?

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¿De dónde procede tanta rabia contenida y tantas veces dominada? … no nos queda más que dejar la pregunta en el aire y que otros concurrentes más avezados y conocedores de la psique puedan interpretar esos gritos que el artista nos lanza intermitentemente desde el fondo de su obra y de su alma.

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Quizás nos fuera más sencillo tratar de desentrañar el significado de esas figuras principales, casi descompuestas por el cinismo o la hipocresía que dominan la sociedad llamada «del bienestar y el consumo», superpuestas aojivas góticas, o el oropel con que se cubren. Aquí podemos encontrar una abierta y valiente denuncia contra todo tipo de dominación. También podremos encontrar en sus personajes:
incomunicación en esas cuencas vacías, añoranza, ensueño, candor, elegancia…

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Pero no me puedo detener aquí quiero terminar este escrito pensando en sus obras más amables, en donde deja traslucir todo su amor, su sensualidad, con todo aquello que de bueno tiene la vida, lo positivo que nos hace pensar que el mañana por ventura será mejor.

Tienen ante sus ojos una obra hecha con amor, una obra en la que el artista nos habla de esa dicotomía vital en la que se ve envuelto.

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Amigo continúa tu andadura, tú eres un buen pintor, al margen de las modas, tu obra quedará no sólo en las paredes de nuestras casas, sino también en las almas de los que contigo confiamos.

Los críticos opinan

 

A mí me parece IBÁÑEZ un buen dibujante, de línea palpitante y flexible, inventor de mundos en el que todo es natural, pero resulta insólito al proponerlo él, un dibujante que siente la llamada de lo expresivo tanto como la llamada de lo primaveral. Y todo ello con una técnica barroca, de contrastes y arabescos, de «formas que vuelan» más que de «formas que pesan», según la consabida distinción. En sus pinturas IBÁÑEZ usa de una técnica de color diluido que tiñe dejando ver el fondo, dando la impresión, a veces, de tratarse de un monotipo (entendiendo la comparación con toda suerte de distingos) es una pintura con una gama ajustada y bien entonada, y es rica en formas y en invenciones, con algo a veces de raíz tradicional —renacimiento, barroco en los floreros— que lo ancla en el pasado sin anacronismos.
José Hierro en «Nuevo Diario»-Madrid

 

Alberto ibáñez —Palacios de la Sierra, (Burgos), 1936— cita ingeniosamente en su grafismo arcaicas sugerencias góticas y referencias de muy fresca actualidad. Barroco, con tendencia a la opulencia, ALBERTO IBÁÑEZ también es pintor de exultante colorismo.
A.M. Campoy en «A.B.C.» – Madrid

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Por primera han viajado a Barcelona los dibujos y las pinturas del artista burgalés —con residencia en Petrel—, ALBERTO IBÁÑEZ. Viaje, pienso, que deben haber realizado por el aire, unos dibujos y unas pinturas hechas con ritmos que, desde su mismo nacer, crecen en arabescos hasta unos finales que, como ciertos barrocos, pueblan los espacios de sus argumentos, mal podían haber llegado de otro modo a la galería «Art Canuda» que los exhibe en una completa muestra.

Muestra que acredita, en IBÁÑEZ, a un personalísimo y sensible dibujante —a un gran ilustrador— que sabe, mediante la caligrafía, crear escenarios ideales para una coloración que puede vestir —lo mismo— unos argumentos que tengan que ver con una impresión directa u otra —irónica o crítica, tal vez meramente plástica— más elaborada por expresionista.

Es así que sus obras expresan siempre, un universo —concreto o plural— donde relojeramente, cada uno de los elementos participantes en las obras, señalan horas exactas.

Exactas horas de unas pinturas y unos dibujos que llegados a su final —sea por el camino que sea— expresan indefectiblemente unas realidades plásticas muy estimables.
Francesc Gali en «Nuevo Diario» – Barcelona y en «La Estafeta Literaria»- Madrid

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IBÁÑEZ tiene disposición y verdadera garra. Dibuja y pinta bien y hasta tiene suficiente imaginación para crear personajes y ambientes con su no sabemos qué de poético y de ridiculo, alguna vez. Pero no es sátira su figuración, es mejor —por lo menos así lo vemos nosotros— una expresión personal, una manera de ver y de manifestar la vida. A IBÁÑEZ se le ha de reconocer y estimar su grafía en el dibujo, su proliferación de objetos unos con otros dando la impresión abarracada de una expresión cerebral, como preñada de sugerencias y de ideas, muy en correspondencia con nuestro momento. Por ahí pensamos que es por donde camina mejor este artista, apartándose siempre de cualquier condescendencia a la pintura amable, decorativa, propia para el consumo y la simple decoración. Puede él y le corresponde pintar a su aire, que no le faltan impulsos. Y que use así de esos colores finos, de esos matices claros, de esa conjugación cromática que le da mucho encanto a su pintura. Sin olvidar jamás el dibujo, que lo profesa muy bien y le sirve para sus figuraciones más personales, entre «La realidad y el deseo».

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El aspecto creacional pensamos que es importante para la obra de arte. ALBERTO IBÁÑEZ tiene buena disposición para esa vía, y no debe desperdiciarla. Las obras que vemos en la Galería «Art Canuda» lo ponen de manifiesto.

Todo tiene una manera de ser visto, o de ser ideado; ALBERTO IBÁÑEZ tiene disposición y ánimo para buenas maneras de ver y de expresar. Por esto sin duda, nos complacen sus obras y alcanzan ese indispensable no sabemos qué, que nos atrae. Tan ricas de elementos.

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Ramón Amposta en «Radio España» – Barcelona, en «Radio Gerona», en «Radio Lérida»

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