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Personajes de nuestra fiesta: José Luis Torres Andreu

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NOTA: Artículo realizado por José María Navarro Montesinos y Vicente Olmos Navarro para la revista Moros y Cristianos 2014, la tradicional revista de fiestas que incluye dvd y toda la información de la celebración en sus casi trescientas páginas. Disponible en librerías y quioscos. 

Nos recibe José Luis en el despacho de la trastienda de su administración de lotería. El despacho es pequeño pero muy ordenado, con fotos de la familia en las paredes y, como cabía esperar, otras de la fiesta.

Holgadas las presentaciones, ya que tanto entrevistado como entrevistadores nos conocemos de largo tiempo y puesta en marcha la grabadora, enseguida entramos en materia. José Luis, buen previsor, ya nos tiene preparadas unas cuantas fotografías entresacadas de un voluminoso álbum que servirán para ilustrar la entrevista, algunas de ellas muy interesantes, como en la que aparece en un acto de alardo cuando fue capitán en 1967 y en la que sus cargadores aparecen debidamente uniformados.

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José Luis en el último año, 2009, desfilando en la fiesta.

¿Qué nos puedes comentar de esta foto?
Me fui a Valencia a alquilar los trajes porque aquello de que fueran los cargadores vestidos de paisano pues no quedaba nada bien.

¿Y esta otra de la comparsa Tercio de Flandes del año 1896 en la que aparece tu abuelo materno, Antonio Andreu Cabedo?

Es la foto más vieja que hay de la comparsa –comenta con orgullo-. Esta foto se publicó por primera vez cuando imprimimos el primer reglamento de la comparsa. Nació en 1860 y fue uno de los fundadores de la comparsa de los Flamencos -añade refiriéndose a su abuelo-. Como dato curioso de cómo se entendía entonces la fiesta, os voy a contar que una de las hijas de mi abu¬lo se casó con Gonzalo Castelló que, aunque era de Novelda, era moro viejo de toda la vida y durante las fiestas tenía prohibido que fuera a casa de mi abuelo vestido de moro, lo tenía vetado, y mira que estaba casado con una de sus hijas, pero mi abuelo decía que a su casa no entraba ningún moro porque en su casa eran todos flamencos. Luego, mi madre, fue también rodela de la comparsa. Yo he salido de capitán dos veces: la primera en 1951 con mi hermana Antoñita y la segunda en 1967 en que la abanderada fue mi rodela del año 51, Carmen Poveda Segura, y la ro dela mi hija Mercedes que luego fue a abanderada de 1980….

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Año 1986. El segundo por la derecha arrodillado es Antonio Andreu Cabedo, su abuelo materno.

… Y en 1996 fue su nieta Teresa la rodela -interrumpo-, la abanderada mi hija Amor y el capitán fui yo.

Sí, señor. Y mi otra nieta, Nuria Torres Vidal, la hija de mi hijo Antonio, fue la rodela en 2006 con la capitanía de Isabel y Pascual, los hijos del alcalde Pascual Díaz. Toda mi familia sale en la fiesta –ratifica, y sigue con su relación-. Yo en la fiesta he hecho de todo. A mí me hicieron el primer traje de flamenco en 1940 y desde entonces estuve vistiendo siempre los colores de la comparsa, todos los años, hasta que salí por última vez en el 2009.

En su vida de festero ha estado usted metido casi siempre en tareas directivas. Quizá, visto ya con la perspectiva que da el tiempo, la más importante fue la de formar parte de la conocida en el ambiente festero como comisión Warren.

Hombre, en la directiva, la primera vez me metieron. Yo tenía veintitrés años y fue el entonces presidente de la comparsa de Flamencos, Juan Bautista Navarro Tortosa, Boina,  el que se empeñó en que fuera como adjunto a las reuniones de lo que era la Junta Central de Comparsas. El presidente era Hipólito Navarro, Guitarra. Entonces a las reuniones de la junta iba cada presidente acompañado de un adjunto. Bueno, y allí estaba yo de pajarito, porque entonces en la junta estaban los personajes de toda la vida en la fiesta: Elías Bernabé, José Navarro, Pepe Caja…, todos personas mayores. Cuando llegué yo estaban en plena discusión sobre unas sanciones que pusieron en la comparsa Moros Viejos y que trajeron mucha polémica.

Por la época en que nos dice que entró usted en la junta, quizá se trate del año en que en la comparsa Moros Viejos salieron dos hermanas de abanderadas en la entrada, una con la bandera y otra con un banderín.

Sí, era el año cincuenta y nueve. Ya a partir de ahí, metidos en la junta, pues colaboramos. Las reuniones las hacíamos en un local del Majo, en lo que hoy es el cuartelillo de la fila Legazpi. Pero llega un momento, pasadas las fiestas del sesenta y seis, en que Hipólito, ya sabes cómo era, en uno de sus enfados dimite: «Que no seguía, que no seguía y que no seguía». La junta le admitió la dimisión, pero nadie quería hacerse cargo de la presidencia. Entonces se habló con el Ayuntamiento y se acordó crear una comisión para sustituir a la junta central a partir del año sesenta y siete.

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Año 1951. Capitán José Luis Torres Andreu, abanderada Antoñita Torres Andreu y rodela Carmen Poveda Segura.

Pero, ¿no había un reglamento de la Junta Central de Comparsas?

Sí, lo había, pero la última palabra la tenía el Ayuntamiento, porque la junta era delegada del Ayuntamiento; había incluso un representante en la junta, que entonces era José Mª Amat Alcaraz, el del Hostal. El alcalde podía hacer y vetar lo que quisiera. En fin, el Ayuntamiento era dueño y señor. Bien, se empieza a pensar en gente que pudiese ocupar el puesto y finalmente se pone como presidente a Vicente Amat Alcaraz. Vicente no es que hubiera estado en la fiesta, todos sabían que era inclinado a los Estudiantes, pero no salía a la fiesta. Siguiendo con esto se incluye a Luis Sánchiz, de secretario y a José Mª Navarro Montesinos, Costalet. Faltaba el tesorero y alguien salió por allí y dijo: «Ese ha de ser José Luis». A mí, no se por qué, siempre me han arrimado el tema económico. Y me hice cargo de la tesorería, aunque os tengo que decir que a mí siempre me ha gustado el dos y dos son cuatro. Así que de la noche a la mañana me encuentro allí con tres señores que no eran festeros y no conocían la fiesta desde dentro y yo como único festero activo.

Pero ¿por qué lo del nombre de Comisión Warren? -pregunta Vicente.
Eso fue en tono de guasa. La comisión Warren fue una comisión que creó el gobierno norteamericano con el fin de investigar el asesinato de Kennedy, que había ocurrido unos años antes. Una vez constituida la comisión lo primero que se acuerda es la compra de una casa, pues el Majo, dueño del local donde estábamos, ya nos había dicho que no podíamos seguir allí porque necesitaba disponer del local. Nos lanzamos a buscar una casa hasta que alguien nos dijo que estaba en venta la de la esquina a la entrada de la plaça de Baix. Como no había dinero alguien lanzó la idea aquella de los «boletos», que desafortunadamente hubo que retirar más adelante.

Pero, ¿eso era legal?

El asunto era ilegal por completo, pero por mediación del alcalde, que no se opuso en principio, el gobierno civil tratándose para lo que era hizo la vista gorda. Más adelante, cuando el Ayuntamiento ya vio el dinero que daba aquello nos llamó el alcalde y exigió que diéramos una parte para el Ayuntamiento, que al final terminó quedándose con todo. A nosotros nos tocó movilizar todo el trabajo, incluso encontrar una persona que era la encargada de repartir los boletos por los bares. Bueno, lo cierto es que aquello nos dio un buen dinero con el que compramos la primera casa.

Y cuando lo quitaron empezaron los problemas. Lo recuerdo porque en la Unión, donde acababa de entrar yo de secretario, tuvimos que hacer tarjetas, bailes, y hasta encajes de bolillo con el fin de recaudar dinero para acometer la construcción de la Casa del Fester.

Bueno, eso es la parte tuya. Pero ya se compra la casa y nos trasladamos allí cuando ya se terminan los estatutos y se constituye la Unión de Festejos San Bonifacio, Mártir, y en ella iba a crearse la primera junta de la que iba a ser yo el presidente según querían algunos presidentes de comparsa que vinieron a buscarme a casa para que fuera yo y así acabar con el mandato de la comisión Warren, que estuvo desde 1967 a 1969. Dije que no podía porque mi trabajo de viajante requería estar mucho tiempo fuera del pueblo, que lo que sí podría hacer, era estar en segunda fila, pero en primera línea nada. El único que se oponía a que yo fuera presidente era Joaquín Martínez, el Chato, pero se quedó solo.

Me estoy acordando que en los años de la comisión hubo mucha polémica cuando se declaró a la fiesta de interés turístico y se la denominó «fiestas hispano-árabes» en vez de Moros y Cristianos.

Eso fue a raíz de la visita de D. Jaime A. Segarra, subdirector general para la Promoción del Turismo. Se publicó una resolución de la subsecretaría general del entonces Ministerio de Información y Turismo concediendo el título honorífico de «fiestas de interés turístico hispano¬árabes», como podéis ver en los carteles y la portada de los programas de los años sesenta y siete a sesenta y nueve.

El cambio de denominación ¿no fue debido a que solamente reconocían como fiestas de Moros y Cristianos las de Alcoy?

No, que va. Ten en cuenta que se hacen y se hacían fiestas de Moros y Cristianos por todos los sitios y se llamaban así. Lo que sucede es que al ministerio le interesaba atraer no se qué clase de turismo y creían que aquella denominación era la mejor. Dieron algún dinero cambio, pero yo me opuse terminantemente al cambio, y cuando en 1970 ya se cons­tituye la Unión de Festejos San Bonifa­cio Mártir con sus estatutos, el primer acuerdo fue volver a la denominación de siempre: «Moros y Cristianos».

Entonces -interrumpe Vicente- la comisión Warren, ¿se puede decir que fue una junta gestora?

Exacto, era una junta gestora, pero seguía con el nombre oficial de Unión de Festejos.

Entonces ¿no se dedicó mera­mente a organizar la fiesta? -pre­gunta Vicente.

Hizo una buena labor -interven­go-. Y vista la perspectiva que da el tiempo, yo considero que la ac­tuación de la comisión fue muy po­sitiva para la fiesta. Hizo una labor fundamental: estructurar la fiesta y crear la Unión de Festejos tal como la conocemos en la actualidad.

Y desligar la fiesta-del Ayuntamiento –remacha José Luis– además de redac­tar los estatutos.

¿No fueron redactados por de­legados o comisiones de trabajo? -pregunta Vicente.

No, la comisión fue la que los redac­tó. Y llevó mucho trabajo.

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Año 1967. Capitán José Luis Torres Andreu, abanderada Carmen Poveda Segura y rodela Mercedes Torres Perseguer.

¿Cuántos eran?

Los cargos directivos éramos cuatro: Vicente Amat Alcaraz, Luis Sánchiz Rico, José M.a Navarro Montesinos, Costalet, y yo. Nosotros cuatro éramos, pode­mos decir, el comité ejecutivo, pero la comisión éramos todos, nosotros y los presidentes de comparsa. Y, eso sí, las reuniones se hacían con los presidentes de las comparsas, que nunca estuvieron fuera del mando.

Entre otras cosas, los nuevos es­tatutos se cargaron a los adjuntos de comparsa -le recordamos.

Sí, porque no era lógico. Pero lo más importante es que una vez aprobados los estatutos se salió de debajo de la capa del Ayuntamiento. El concejal de­legado del Ayuntamiento, como miem­bro de la junta, tampoco se contempla­ba en los nuevos estatutos.

Creo recordar que había un artículo en los nuevos estatutos que sí permitía «invitar» a las reuniones a un miembro del Ayuntamiento -lo recuerdo.

Sí, pero ya no era como antes en que venía obligado, representando al alcal­de. y hasta podía vetar acuerdos. Tened en cuenta que hasta entonces, por encima de todos siempre estaba la persona del alcalde. Lo que pasa es que, cuan­do empecé, Nicolás Andreu, Colau, era una persona muy dispuesta que no se metía en nada y dejaba trabajar, igual que José Ma Amat, al que conocía de muchos años y luego, cuando Juanito Andreu fue el representante del Ayunta­miento, igual. Vamos, todos eran gente con la que se podía hablar. Y volviendo al tema, ya os digo, los boletos nos die­ron mucho dinero. Pero resumiendo: Yo creo que la comisión Warren realizó un enorme trabajo.

Tranquilizó los ánimos, porque Hipólito, cuando estábamos en el local del Majo, con la anterior Junta Central, hacía y deshacía porque no había un reglamento claro, sólo que él te­nía siempre el respaldo de la autoridad y todo aquello trajo disgustos y divisio­nes, incluso entre familias; aquello era una tragedia… pero más que nada por­que la fiesta estaba montada así. Pero ya cuando la comisión finaliza sus dos objetivos, que eran crear unos estatutos y comprar un edificio, que no tenía, en­tonces dicen «no seguimos», por unani­midad «ya no seguimos». Y ahí vino la papeleta de montar la nueva junta.

Y el edificio ¿cómo estaba?

Para derribarlo. Nosotros no había­mos hecho un edificio ni habíamos he­cho nada. Simplemente habíamos com­prado la casa, así que cogimos lo que teníamos y nos trasladamos. La casa te­nía arriba un salón y ahí nos reuníamos, pues en la planta de abajo aún vivían. Luego, planificando el futuro edificio, compramos la casa de al lado, que era de Luis Payá, el Llop. Bien, como ya os dije antes: Finaliza la comisión Warren y se terminan los estatutos pero, con­forme a éstos, había que montar una nueva junta.

Una noche se presentaron en mi casa Evaristo Plá, el Rollero, An­tonio Mira, el Xulla, que eran presiden­tes de los Moros Viejos y de los Estudiantes, y otros cinco o seis presidentes más de comparsa, que me ofrecieron la presidencia. Yo les dije que no podía ser de ninguna forma, pues al trabajar de viajante estaba mucho tiempo fue­ra. Entonces alguien dijo: «¿Por qué no buscamos una fórmula? Busquemos a alguien para que sea presidente y tú te quedas de vicepresidente. Pero tú vas a ser el que lleve prácticamente la fiesta». Aquello ya no me disgustó a mí. Enton­ces dando vueltas a posibles personas, al final alguien sugirió: «Hay que hablar con Luis Vera». Yo con Luis Vera siempre había tenido muy buena relación, había sido amigo de mi familia y tenía mucho trato con el hombre, y no me pareció mal porque sabía que Luis no me iba a crear muchos problemas, pues tengo que decir que Luis era muy festero y daría campo. Entonces les dije: «Bueno, eso podría ser una solución. Yo buscaré al secretario, al tesorero y al contador y me quedo de vicepresidente».

Así que yo tenía que buscar una junta que presentar a la asamblea, porque eso ya se tenía que hacer conforme a los nuevos estatutos. Hablamos con Luis Vera que no se opuso. «Si lo lleva él, yo de acuerdo», dijo, y yo de acuerdo también porque me gustaba esa situación. Así que les dije que era una buena solución, pero que yo buscaría al secretario y al tesorero. Así que busque a Carlos Cortes Navarro, Carlitos Pandorga, con el que tenía mucha relación y con Juan Poveda López, el Sevilet. Después teníamos que nombrar al contador, y metí a Rafael Morant Brotons, Rafaelet, y a Juanito Andreu de vocal, quedándome yo de vicepresidente.

Eso estaba montado como os voy a decir. Había unas cabezas que eran las que iban a trabajar y los presidentes de comparsa venían una vez al mes, el «comité ejecutivo» (miembros electos por la asamblea de la Unión) que era el motor y el que trabajaba, y los presidentes de comparsa que tomaban los acuerdos. No era como ahora en que los presidentes se han incorporado como uno más y van a trabajar, cosa que a mí me gusta mucho.

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Año 1940.

Pero eso era también porque las comparsas eran en principio reacias al espíritu de la Unión, vamos, seguían siendo reinos de Taifas. 

Sí, pero ya habíamos empezado a funcionar y a toda marcha, con un reglamento en la mano y todo. Habíamos comprado la casa y todos contentos. Cada presidente, naturalmente, tenía su particularidad.

¿Hay alguna anécdota de aquella primera junta de la Unión? -nos interesamos.

Mirad, voy a contaros dos anécdotas que tuvieron repercusión entre los festeros. Primero llegó una noche Luis Vera a la reunión y sin ningún comentario a nadie nos dijo: «¿por qué no hacemos unas corridas de toros? Eso nos daría mucho dinero y podríamos arreglar esta casa». Yo lo vi todo tan oscuro que dije: «Bueno, aquí está todo el mundo, que opinen los presidentes, porque si aquí no apoyan todas las comparsas no hay nada que hacer». Oye y allí salió todo el mundo y todos se cogían con Luis: que querían las corridas. Yo les advertí que las corridas nos podían salir caras, pero Luis estaba entusiasmado: «Mira que podemos sacar un montón de dinero. Montamos una plaza, traemos los toreros. Las comparsas a tantas entradas por comparsa…». Bueno, él ya lo había hecho todo. Todo el mundo de acuerdo: los presidentes de comparsa, el Ayuntamiento también. Total, que se contrata todo, y cuando todo el tinglado estaba montado, empiezan a rajarse los presidentes: «Que yo no puedo, que yo tal, etc.». Y una noche, viendo yo que todo aquello se iba de la mano, convoco una reunión extraordinaria y les digo: «Si vosotros ahora no os coméis todo esto que estáis diciendo, porque sois los culpables de que este hombre (por Luis Vera) se embarcara con lo de la plaza de los toros, aquí nos vamos todos y todo esto se deshace».

Les impactó tanto la reacción que todo el mundo tuvo que apechugar y se quedaron no se cuantas entradas por comparsa. Al final se montó la plaza en un descampado que había enfrente de la Cooperativa del Vino y se hicieron las corridas. Aquello no nos costó un duro. No ganamos dinero, pero no nos costó un duro. Bien, al final se resolvió la cosa porque Luis era muy festero… Bueno, no os podéis figurar lo que era la casa de Luis en fiestas. Allí iba todo el mundo. Festeros, músicos gente de fuera…, porque conocía a todo el mundo.

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Año 1967. Alardo de la bajada del santo con tiradores uniformados.

¿Y la segunda anécdota… ?

La otra fue que, faltando un mes para las fiestas, se me acerca alguien y me dice: «Oye ¿te has enterado? Vera está montando una fila de buzos». «¿Cómo de buzos?». «Sí, hombre, habla con fulanito que dice que ya están los buzos preparados, que hasta tienen los cascos que les ha hecho alguien de las fallas». Llamé a los de la directiva y viendo que aquello no podía ser convocamos una reunión de toda la junta para el día siguiente sin decirle a Luis de qué iba. En la reunión le preguntamos sobre el asunto y reconoció enseguida que era verdad… ¡Estaba entusiasmado! Toda la junta unánimemente le dijimos que aquello no podía ser, ni por la imagen de la fiesta ni por antecedentes históricos. Luis dijo que el traje ya lo tenían terminado. Nosotros le insistimos en que tenía que darle una solución, pero que desde luego los trajes no salían. La solución fue que al año siguiente los sacó la Chusma. Lo que más me dolió fue que no lo contara a nadie, porque si lo hubiera consultado le hubiéramos quitado la idea. Pero Luis era un verdadero hombre de acción que cuando tenía una idea o se le presentaba algo para la fiesta se lanzaba enseguida. El lo hacía por la fiesta y por el pueblo. Pero a mí siempre me han gustado las cosas clásicas. Siempre me ha ido lo conservador de la fiesta. Yo no he sido muy lanzado para cosas como, por ejemplo, aquello de cuando se desfilaba al paso de Levando anclas y se hacían caracoles desfilando, aquello me ofendía.

Sí, claro -interviene Vicente- pero la fiesta en realidad es toda ella un anacronismo y además en todas las poblaciones, en mayor o menor medida.

Desde luego, pero para mí aquello se iba fuera de la fiesta de siempre de los Moros y Cristianos. Pero bueno, ya os he contado las dos anécdotas que quería. Volviendo a la junta, trabajamos mucho: Carlitos que llevaba las cuentas tal como yo quería; Juanito con la secretaría y Rafaelet. Todos personas extraordinarias. Y todos éstos, en pequeño comité, éramos los que llevábamos la fiesta.

Recuerdo -le digo yo- que en aquella primera junta se comenzó a organizar el acto del pregón tal como se realiza ahora.

Sí, otra de las cosas que acometimos fue el pregón. Se hacía desde hacía al­gunos años, pero la junta quería que se hiciera un pregón en consonancia con nuestra fiesta. Entonces le dije a Juanito Andreu: «Juanito, el teatro está ahí y el pregón lo vamos a seguir haciendo. El pregonero se busca y ya está. Vamos a ir mañana a ver al señor Valcárcel a Ali­cante, que ya está baqueteado con las fallas y todo eso». Juanito era muy ami­go de Valcárcel. Fuimos a Alicante y el señor Valcárcel se ofreció desinteresa­damente. Él conocía la fiesta de Petrer porque ya había hecho varios trajes de abanderada. «Vamos a hacer un cuadro plástico que va a quedar de cine. Vamos a llevar también a San Bonifacio», nos dijo, y fue la primera vez que se llevó al teatro la imagen de San Bonifacio, naturalmente, la pequeña que está en la Unión. Bueno, se montó el pregón y aquello fue apoteósico, con un final con fuegos artificiales, la imagen de San Bonifacio, bueno… Y ahí le dimos un gran empujón al pregón…

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Año 1968. Miembros de la Comisión, con el alcalde Pedro Herrero, Vicente Amat, presidente de la comisión, presidentes de comparsas, abanderadas de las comparsas Tercio de Flandes y Moros Viejos y algunos festeros.

¿Y cómo fue salirse de la junta directiva de la Unión?

Pues, Luis ya empezaba a cansarse y había que buscar el relevo. Me lo ofre­ció a mí, pero yo ya no podía hacer más y con mi trabajo de viajante no podía, encima a mí no me gustaba el protoco­lo que conllevaba la presidencia. Enton­ces se me ocurre: «Tenemos que hacer volver a Hipólito». «¡Xe, ¿Hipólito otra vez?!». Hipólito fue siempre un hombre muy integrado en la fiesta, y eso lo sa­bía todo el mundo. En su primera época, cuando el alcalde tenía mucho poder, él era un hombre que tenía muy buena re­lación con el Ayuntamiento. Pero ahora Hipólito, con los estatutos y con la inde­pendencia de la Unión, sería otra cosa, se tendría que amoldar a eso. Luego, cuando con el primer Ayuntamiento de la democracia cambiaron las cosas, supo mantener esa buena relación y la independencia de la Unión, cosa de la que se dieron cuenta el nuevo gobierno local, que vio que la sociedad ya era una cosa seria y estructurada. Así que vamos a buscar a Hipólito. Hipólito acepta, pero lo hace diciendo que tengo que ser yo el que siga de vicepresidente. Seguí un año con él. Y también siguió prácticamente todo el equipo. Hipólito ya toma el mando. Habíamos salvado un escalón grande de la fiesta al pasar de la comisión a la junta nuestra. El primer experimento de los nuevos estatutos sale con nosotros que, aunque fuimos la primera junta de la Unión, podemos decir que fuimos una junta transitoria, y aquello funcionaba.

Y ya se disponía de un domicilio social propio que añadía, digamos, un sentido más firme a la Unión de Festejos como tal.

Sí, teníamos la casa e Hipólito entra en juego con la de al lado, propiedad de Luis Payá, el Llop, y la compramos. Para mí, que la Unión estuviera en la plaça de Baix era lo más grande que podía habernos sucedido. El marco era el más adecuado: el ayuntamiento, la iglesia, la plaza, todo le daba categoría. La gente ahora ya da esto por normal, ¿pero sabéis lo que era antes hacer una reunión? Aquello no podía ser; la junta de Herodes a Pilatos: hoy en un sitio, mañana en otro… No, hombre, no. El domicilio propio de la Unión le dio la categoría que merecía nuestra fiesta. Claro, todo eso se hizo en el transcurso de muchos años, pero yo no puede decir –afirma con orgullo–  que estuve en el cogollo de todo y jamás tuve problemas con nadie, ni con el Ayuntamiento, porque para el anterior régimen no era sospechoso. Yo terminé en el año setenta y dos que fue cuando me metí en política.

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Año 1970. Con el traje verde, confeccionado por doña Manolita Tordera.

Pero su actividad directiva en la fiesta no se limitó a la comisión Warren ni a la Unión de Festejos, también formó parte de la directiva de los Flamencos -apunto.

No, ya sabéis. Como os dije, yo me metí en la comparsa como adjunto de Boina. Luego seguí como vicepresidente con José García Brotons, Pepito el Gafas, pero eso fue después de hacer el reglamento de la comparsa. Primero estuve en la junta de la comparsa pero sin cargo concreto y luego acabé como vicepresidente de Asuntos Económicos. Yo estaba también en la directiva de la Caja de Crédito y cuando se hicieron los edificios de Carrero de la Bassa compramos el local donde tiene el domicilio social la comparsa; al estar yo en la junta de la caja pudimos elegir el local, por eso tenemos el de la esquina. Mi único arrepentimiento fue no haber comprado el local de arriba, que se compró después. Yo en la directiva de la comparsa estuve desde que empecé con Boina, luego con Pepito y también seguí con José Rico Egido, Bandera. Hubo un momento, en el año setenta, en que me encontraba metido en el Ayuntamiento, en la Caja, en la Unión de Festejos y en la comparsa.

Está claro que tuvo usted una trayectoria festera de la que pocos pueden ufanarse, pero háblenos de su fila que también consideramos fue señera para su comparsa.

La fila Gran Capitán llegó a cumplir los cincuenta años en el 2008. Nació como todas: llegabas a la entrada y te ponías con unos u otros. Empezamos unos cuantos a desfilar juntos varios años hasta que un día nos reunimos. Nos juntábamos en casa de Juan Rico, en un localito que daba a la calle Leopoldo Pardines donde había últimamente un zapatero remendón. Después nos reuníamos en el estanco de mi madre, en la avenida Joaquín Poveda; ya que allí era donde empezaba la entrada. Luego nos pasamos a un corral que tenía José Rico, el Francés, en la plaza de Pablo Iglesias. De allí al patio trasero de la casa del Francés donde estuvimos muchos años y donde se levanta ahora el cuartelillo de la fila Juan de Austria. Al final acabamos en la calle Antonio Torres, en un local de mi propiedad.

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Año 1970. Primera junta de la Unión de Festejos San Bonifacio, Mártir.

Una de las señas de identidad que tuvo esa fila fue el traje. Vista la uniformidad tradicional de la comparsa, el traje fue rompedor -le recuerdo.

El traje fue puntero, porque cuando lo hizo doña Manolita, con el color dominante en verde, aquello… aquello de meterle el verde a la comparsa de Flamencos fue «pecado». Pero hemos estado ahí cincuenta años. La fila ya se ha disuelto y a mí me ha dolido en el alma pero al final sólo quedábamos tres, el resto fueron dejándose por diversos motivos. Tuve invitaciones a salir en otras filas pero ya no era lo mismo -y termina con una frase que resume la filosofía de su vida festera-, me ha pasado como en la política, hay que saber retirarse a tiempo.

Fotos archivo José Luis Torres