Personajes de nuestra fiesta: José Luis Torres Andreu

Entonces ¿no se dedicó mera­mente a organizar la fiesta? -pre­gunta Vicente.

Hizo una buena labor -interven­go-. Y vista la perspectiva que da el tiempo, yo considero que la ac­tuación de la comisión fue muy po­sitiva para la fiesta. Hizo una labor fundamental: estructurar la fiesta y crear la Unión de Festejos tal como la conocemos en la actualidad.

Y desligar la fiesta-del Ayuntamiento –remacha José Luis– además de redac­tar los estatutos.

¿No fueron redactados por de­legados o comisiones de trabajo? -pregunta Vicente.

No, la comisión fue la que los redac­tó. Y llevó mucho trabajo.

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Año 1967. Capitán José Luis Torres Andreu, abanderada Carmen Poveda Segura y rodela Mercedes Torres Perseguer.

¿Cuántos eran?

Los cargos directivos éramos cuatro: Vicente Amat Alcaraz, Luis Sánchiz Rico, José M.a Navarro Montesinos, Costalet, y yo. Nosotros cuatro éramos, pode­mos decir, el comité ejecutivo, pero la comisión éramos todos, nosotros y los presidentes de comparsa. Y, eso sí, las reuniones se hacían con los presidentes de las comparsas, que nunca estuvieron fuera del mando.

Entre otras cosas, los nuevos es­tatutos se cargaron a los adjuntos de comparsa -le recordamos.

Sí, porque no era lógico. Pero lo más importante es que una vez aprobados los estatutos se salió de debajo de la capa del Ayuntamiento. El concejal de­legado del Ayuntamiento, como miem­bro de la junta, tampoco se contempla­ba en los nuevos estatutos.

Creo recordar que había un artículo en los nuevos estatutos que sí permitía «invitar» a las reuniones a un miembro del Ayuntamiento -lo recuerdo.

Sí, pero ya no era como antes en que venía obligado, representando al alcal­de. y hasta podía vetar acuerdos. Tened en cuenta que hasta entonces, por encima de todos siempre estaba la persona del alcalde. Lo que pasa es que, cuan­do empecé, Nicolás Andreu, Colau, era una persona muy dispuesta que no se metía en nada y dejaba trabajar, igual que José Ma Amat, al que conocía de muchos años y luego, cuando Juanito Andreu fue el representante del Ayunta­miento, igual. Vamos, todos eran gente con la que se podía hablar. Y volviendo al tema, ya os digo, los boletos nos die­ron mucho dinero. Pero resumiendo: Yo creo que la comisión Warren realizó un enorme trabajo.

Tranquilizó los ánimos, porque Hipólito, cuando estábamos en el local del Majo, con la anterior Junta Central, hacía y deshacía porque no había un reglamento claro, sólo que él te­nía siempre el respaldo de la autoridad y todo aquello trajo disgustos y divisio­nes, incluso entre familias; aquello era una tragedia… pero más que nada por­que la fiesta estaba montada así. Pero ya cuando la comisión finaliza sus dos objetivos, que eran crear unos estatutos y comprar un edificio, que no tenía, en­tonces dicen «no seguimos», por unani­midad «ya no seguimos». Y ahí vino la papeleta de montar la nueva junta.

Y el edificio ¿cómo estaba?

Para derribarlo. Nosotros no había­mos hecho un edificio ni habíamos he­cho nada. Simplemente habíamos com­prado la casa, así que cogimos lo que teníamos y nos trasladamos. La casa te­nía arriba un salón y ahí nos reuníamos, pues en la planta de abajo aún vivían. Luego, planificando el futuro edificio, compramos la casa de al lado, que era de Luis Payá, el Llop. Bien, como ya os dije antes: Finaliza la comisión Warren y se terminan los estatutos pero, con­forme a éstos, había que montar una nueva junta.

Una noche se presentaron en mi casa Evaristo Plá, el Rollero, An­tonio Mira, el Xulla, que eran presiden­tes de los Moros Viejos y de los Estudiantes, y otros cinco o seis presidentes más de comparsa, que me ofrecieron la presidencia. Yo les dije que no podía ser de ninguna forma, pues al trabajar de viajante estaba mucho tiempo fue­ra. Entonces alguien dijo: «¿Por qué no buscamos una fórmula? Busquemos a alguien para que sea presidente y tú te quedas de vicepresidente. Pero tú vas a ser el que lleve prácticamente la fiesta». Aquello ya no me disgustó a mí. Enton­ces dando vueltas a posibles personas, al final alguien sugirió: «Hay que hablar con Luis Vera». Yo con Luis Vera siempre había tenido muy buena relación, había sido amigo de mi familia y tenía mucho trato con el hombre, y no me pareció mal porque sabía que Luis no me iba a crear muchos problemas, pues tengo que decir que Luis era muy festero y daría campo. Entonces les dije: «Bueno, eso podría ser una solución. Yo buscaré al secretario, al tesorero y al contador y me quedo de vicepresidente».

Así que yo tenía que buscar una junta que presentar a la asamblea, porque eso ya se tenía que hacer conforme a los nuevos estatutos. Hablamos con Luis Vera que no se opuso. «Si lo lleva él, yo de acuerdo», dijo, y yo de acuerdo también porque me gustaba esa situación. Así que les dije que era una buena solución, pero que yo buscaría al secretario y al tesorero. Así que busque a Carlos Cortes Navarro, Carlitos Pandorga, con el que tenía mucha relación y con Juan Poveda López, el Sevilet. Después teníamos que nombrar al contador, y metí a Rafael Morant Brotons, Rafaelet, y a Juanito Andreu de vocal, quedándome yo de vicepresidente.

Eso estaba montado como os voy a decir. Había unas cabezas que eran las que iban a trabajar y los presidentes de comparsa venían una vez al mes, el «comité ejecutivo» (miembros electos por la asamblea de la Unión) que era el motor y el que trabajaba, y los presidentes de comparsa que tomaban los acuerdos. No era como ahora en que los presidentes se han incorporado como uno más y van a trabajar, cosa que a mí me gusta mucho.

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Año 1940.

Pero eso era también porque las comparsas eran en principio reacias al espíritu de la Unión, vamos, seguían siendo reinos de Taifas. 

Sí, pero ya habíamos empezado a funcionar y a toda marcha, con un reglamento en la mano y todo. Habíamos comprado la casa y todos contentos. Cada presidente, naturalmente, tenía su particularidad.

¿Hay alguna anécdota de aquella primera junta de la Unión? -nos interesamos.

Mirad, voy a contaros dos anécdotas que tuvieron repercusión entre los festeros. Primero llegó una noche Luis Vera a la reunión y sin ningún comentario a nadie nos dijo: «¿por qué no hacemos unas corridas de toros? Eso nos daría mucho dinero y podríamos arreglar esta casa». Yo lo vi todo tan oscuro que dije: «Bueno, aquí está todo el mundo, que opinen los presidentes, porque si aquí no apoyan todas las comparsas no hay nada que hacer». Oye y allí salió todo el mundo y todos se cogían con Luis: que querían las corridas. Yo les advertí que las corridas nos podían salir caras, pero Luis estaba entusiasmado: «Mira que podemos sacar un montón de dinero. Montamos una plaza, traemos los toreros. Las comparsas a tantas entradas por comparsa…». Bueno, él ya lo había hecho todo. Todo el mundo de acuerdo: los presidentes de comparsa, el Ayuntamiento también. Total, que se contrata todo, y cuando todo el tinglado estaba montado, empiezan a rajarse los presidentes: «Que yo no puedo, que yo tal, etc.». Y una noche, viendo yo que todo aquello se iba de la mano, convoco una reunión extraordinaria y les digo: «Si vosotros ahora no os coméis todo esto que estáis diciendo, porque sois los culpables de que este hombre (por Luis Vera) se embarcara con lo de la plaza de los toros, aquí nos vamos todos y todo esto se deshace».

Les impactó tanto la reacción que todo el mundo tuvo que apechugar y se quedaron no se cuantas entradas por comparsa. Al final se montó la plaza en un descampado que había enfrente de la Cooperativa del Vino y se hicieron las corridas. Aquello no nos costó un duro. No ganamos dinero, pero no nos costó un duro. Bien, al final se resolvió la cosa porque Luis era muy festero… Bueno, no os podéis figurar lo que era la casa de Luis en fiestas. Allí iba todo el mundo. Festeros, músicos gente de fuera…, porque conocía a todo el mundo.

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Año 1967. Alardo de la bajada del santo con tiradores uniformados.

¿Y la segunda anécdota… ?

La otra fue que, faltando un mes para las fiestas, se me acerca alguien y me dice: «Oye ¿te has enterado? Vera está montando una fila de buzos». «¿Cómo de buzos?». «Sí, hombre, habla con fulanito que dice que ya están los buzos preparados, que hasta tienen los cascos que les ha hecho alguien de las fallas». Llamé a los de la directiva y viendo que aquello no podía ser convocamos una reunión de toda la junta para el día siguiente sin decirle a Luis de qué iba. En la reunión le preguntamos sobre el asunto y reconoció enseguida que era verdad… ¡Estaba entusiasmado! Toda la junta unánimemente le dijimos que aquello no podía ser, ni por la imagen de la fiesta ni por antecedentes históricos. Luis dijo que el traje ya lo tenían terminado. Nosotros le insistimos en que tenía que darle una solución, pero que desde luego los trajes no salían. La solución fue que al año siguiente los sacó la Chusma. Lo que más me dolió fue que no lo contara a nadie, porque si lo hubiera consultado le hubiéramos quitado la idea. Pero Luis era un verdadero hombre de acción que cuando tenía una idea o se le presentaba algo para la fiesta se lanzaba enseguida. El lo hacía por la fiesta y por el pueblo. Pero a mí siempre me han gustado las cosas clásicas. Siempre me ha ido lo conservador de la fiesta. Yo no he sido muy lanzado para cosas como, por ejemplo, aquello de cuando se desfilaba al paso de Levando anclas y se hacían caracoles desfilando, aquello me ofendía.

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