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La villa romana de Petrer (I)

Nota: Estudio recogido en el coleccionable BITRIR, nº 1, tomo II (1991)

0. INTRODUCCIÓN.

Hace unos meses se me solicitó, desde la dirección de los medios de comunicación municipales, una colaboración para «BITRIR», suplemento de El Carrer. Acepté el ofrecimiento comprometiéndome a preparar una aproximación al estudio de la villa romana de Petrer, intentando presentar ordenadamente los hallazgos arqueológicos, que unas veces de forma fortuita y otras a través de excavaciones sistemáticas, han venido a enriquecer el patrimonio histórico de nuestra villa.

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Miembros del Grupo Arqueológico (1968), de izquierda a derecha: Boni, Dámaso, Pepito y Paco.

Lo primero que se nos plantea al acometer este estudio, es la necesidad de hacer una breve reseña histórica del hallazgo del mosaico, elemento patrimonial, que ha sido, sin duda, la base de concienciación para un nutrido grupo de ciudadanos, deseosos de conocer con mayor profundidad las raíces histó­ricas de nuestra población.

Llegados aquí, no podemos sino hacer referencia a un grupo de jóvenes inquietos, que allá por los años sesenta, con ilusión y gran carga de romanticis­mo, salían a prospectar los cerros y los valles del término en busca de las huellas dejadas por nuestros antepasados más remotos. Pasaron los años y como suele ocurrir, a la inquietud le siguió el compromiso, pero no por ello se deja de arañar las entrañas de la tierra, buscando el fragmento cerámico que, en ocasiones mal catalogado, iba ampliando el registro cultural de épo­cas antiguas.

La década de los setenta será importante, gente nueva revitaliza el grupo, con la buena fortuna de poder ayudar en las tareas de limpieza del mosaico aparecido en septiembre de 1975. Fue todo un acontecimiento, ya que se dieron cita tanto el Director del Museo Arqueológico Provincial de Alicante, Enrique Llogregat como José María Soler, Director del Museo Arqueológico Municipal de Villena, no faltando el asombro y la curiosidad de niños y mayores; todos se acercaban a ver el pavimento hecho de pequeñas «tesellas» de colores, estaba ennegrecido, pero a medida que se iba limpiando aparecían ante nuestros ojos un conjunto de formas geométricas, octógonos for­mados por cuatro hexágonos, que formaban un motivo cuadrangular central.

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Limpieza del mosaico romano, bajo la dirección de don José Mª Soler, Director del Museo Arqueológico Municipal de Villena (septiembre de 1975).

La rápida y eficaz intervención de Hipólito Navarro ante las autoridades lo­cales, y unidos, ante los organismos provinciales, dieron como resultado que los mosaicos, ya que son dos, se quedasen en la población y fueran expues­tos, de forma permanente, en las paredes del Excmo. Ayuntamiento de la villa, para deleite de los curiosos y quizá, también, como recordatorio de las raíces históricas de Petrer.

Todo ello motivó que en octubre de aquel mismo año, se montase una expo­sición con las piezas encontradas y otras procedentes de otros yacimientos, en la Casa de la Comparsa de los Labradores, en la Plaça de Dalt. Posteriores hallazgos en la zona próxima al mosaico, como dos dolium, ladrillos circula­res y cuadrados, entre otros restos cerámicos y monetarios, área, ahora, ocu­pada por el edificio del Banco Popular y viviendas colindantes, venían a confirmar la ubicación de una villa romana, origen del actual núcleo poblacional de Petrer.

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Exposición montada por el Grupo Arqueológico en el año 1976 en la Casa de los Labradores de Petrer.

El grupo, animado siempre por nuestro infatigable compañero Dámaso Na­varro, no sólo hizo todo lo posible por salvar de la máquina excavadora los restos dejados por las gentes que durante largo periodo de tiempo ocuparon y trabajaron estas tierras, sino que restauró, junto con otros miembros del grupo, como mejor pudieron uno de los dos dolium encontrados, expuesto en una exposición, nuevamente, en octubre de 1977, en la Casa de los Labradores.

Ya en la década de los ochenta, otros hallazgos fortuitos, junto con la realiza­ción de un pequeño sondeo arqueológico en la calle Cánovas del Castillo, n.° 9, han venido a ratificar la importancia de la villa romana y su relación, como posteriormente veremos, con otros asentamientos del Valle Medio del Vinalopó. Contribuyendo también a ello, la localización y consulta, de la obra de Montesinos, referente a la historia de los pueblos de la antigua Goberna­ción de Orihuela, escrita en 1745, en la que nos dice que todavía en esa épo­ca, siglo XVIII, se podía ver parte de un fino mosaico romano por debajo de un terraplén, nota que había pasado desapercibida y que ahora valoramos en su justa medida.

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Limpieza y extracción de un dolium romano por componentes del Grupo Arqueológico (1976).

No obstante, hay que decir que el estado actual de la investigación, en rela­ción a los valles del Vinalopó, está todavía en proceso de realización y por lo tanto, son muchos los elementos que se nos escapan, dentro del proceso romanizador de las gentes que ocupaban estas tierras, cuya ocupación era fundamentalmente el cultivo y la explotación de la tierra.

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Restauración y exposición de un dolium romano (1977).

1. SITUACIÓN GEOGRÁFICA Y MARCO FÍSICO.

El término de Petrer, enclavado en la parte oriental del Valle Medio del Vinalopó, se caracteriza por un relieve montañoso entre el que quedan una serie de valles intercalados, aprovechados para la agricultura, ramblas y barrancos que descienden, en su mayor parte, buscando la falla del Vinalopó situada en la parte occidental del término. Las ramblas situadas al Oeste de­sembocan en el conocido Barranco de las Ovejas.

Su relieve enclavado en el Sistema Bético, concretamente, en el Pre-Bético Interno, está formado predominantemente por materiales Secundarios a los que se ha superpuesto el Terciario y en ocasiones, el Cuaternario, con estra­tos calizos, margas arcillosas y materiales triásicos; como consecuencia de fenómenos diapíricos.

El clima de la comarca entra de lleno en el tipo mediterráneo, caracterizado por la suavidad de los inviernos, que contrasta con una fuerte sequía estival y con precipitaciones en otoño y primavera. Estando las medias anuales en­tre 350-400 ó 500 mm., al aumentar la precipitación en la zona N. y E. del término, con un relieve más montañoso.

La temperatura es moderada y puede oscilar entre 8-9° C., en enero y 27° C., en julio-agosto, con una amplitud térmica de unos 18° C.

En cuanto a la vegetación, la degradación del típico bosque mediterráneo de encinas, ha dado paso a un pinar de hojas cortas y tronco retorcido, pino ca­rrasco, unido a un matorral formado por la garriga, el enebro, el brezo, el ma­droño, la coscoja, el romero, la aliaga, etc.. Matorral de suelos poco profun­dos y escasa pluviosidad. No obstante, en zonas de mayor aridez, la degrada­ción vegetal es mayor, apareciendo el tomillar y el esparto.

Sólo en las ramblas y barrancos se da una vegetación más húmeda, con especies como la adelfa, el baladre y el junco.

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Vista panorámica de Petrer.

2. LA ROMANIZACIÓN

Quizás,estas páginas no sean las apropiadas para desarrollar el largo proceso de transformación experimentando en las comunidades ibéricas del litoral mediterráneo durante más de dos siglos en su proceso de romanización. Pero sí para contextualizar la villa romana de Petrer, dentro de una provincia romana La Tarraconensis, y de un conventus jurídico, el Carthaginensis, surgidos como consecuencia de la reorganización territorial propiciada por Augusto.

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División administrativa de Augusto.

2.1. ANTECEDENTES

La cultura ibérica, formada ya con rasgos propios en el siglo V-IV a.d.C., a través de un proceso de autotransformación y de un contacto con las cultu­ras mediterráneas de fenicios, griegos y cartagineses, alcanzará un alto gra­do de desarrollo con el uso de la cerámica a torno, la metalúrgica del hierro, la escritura y la acuñación de su propia moneda hacia finales del siglo III, principios del II a.d.C.

Dentro del conjunto de pueblos ibéricos conocidos a través de las fuentes latinas, la provincia alicantina quedaba incluida dentro de la Contestania, limitada al Norte por el río Júcar y al Sur por el río Segura. Dentro de este amplio territorio se han localizado centros de hábitat importantes como La Bastida de les Alcuses en Mogente, La Serreta en Alcoy, El Tossal de Manises en Alicante, El Monastil en Elda, Ílice en La Alcudia de Elche, el Portus Ilicitanus en Santa Pola, junto con Cabezo Lucero y El Oral en Guardamar, cerca de la desembocadura del río Segura.

Puntos costeros importantes dentro de las rutas marítimas mediterráneas, a la vez que centros de distribución y difusión de productos de lujo y de nue­vas corrientes culturales, hacia los poblados situados en el interior, a través de valles y vías naturales de comunicación, como sería el caso del Vinalopó, valles en los que vamos a centrar nuestro estudio, al estar la villa romana de Petrer geográficamente ubicada dentro del Valle Medio del Vinalopó.

En el año 218 a.d.C., un ejército romano bajo el mando de Cineo Escipión, se apodera de Ampurias y de la ciudad de Tarraco (Tarragona) para desde allí dirigir sus legiones contra los cartagineses, en esos momentos sus más fuertes enemigos, dentro de la Segunda Guerra Púnica. A los pocos años en el 209 a.d.C., Publio Cornelio Escipión toma Carthago-Nova (Cartagena), fun­dada por Asdrúbal en el 228 a.d.C. Esta ciudad, importante no sólo por su puerto, dentro del Mediterráneo Occidental, sino por la riqueza de sus mi­nas de plata, supuso un gran triunfo y un punto de apoyo para la conquista de las tierras andaluzas, ricas en cereal y en olivo, productos que servirían para el avituallamiento de los ejércitos romanos, desplazando así a los car­tagineses de la mitad sur peninsular, con la franja costera mediterránea.

En la primera mitad del siglo II a.d.C., continúa la expansión romana por Hispania, así denominada la península, al tiempo que había sido dividida (197 a.d.C.) en dos provincias; La Citerior y La Ulterior. Al final del periodo repu­blicano, cuando ya los pueblos indígenas estaban prácticamente bajo el con­trol político romano, es escenario de las guerras civiles entre César y Pompeyo. La llegada al poder de Octavio Augusto, a finales del siglo I a.d.C., abre un nuevo periodo dentro de la política romana, al concentrar en su persona amplias cotas de poder, consiguiendo definitivamente la conquista y pacifi­cación de cántabros y astures, estableciendo una importante reforma del sis­tema político-jurídico, creándose las bases del imperio.

2.2. PERIODO ALTOIMPERIAL.

El proceso romanizador de la península ibérica, iniciado en época republica­na, se ve acelerado al decretarse la «Pax Romana» y perfilar Augusto una nueva ordenación jurídica, administrativa y social.

En el área administrativa, Augusto divide Hispania en tres provincias, La Tarraconensis, La Bética y La Lusitania; en ellas reside el gobernador, a su vez la provincia queda dividida en conventus jurídicos, que son los distritos de la administración judicial. Las tierras alicantinas quedan dentro de la Tarraconensis, y pertenecen al coventus jurídico de la Carthaginensis.

Continuador de la obra de César, por un lado, crea nuevas colonias y por otro, convierte núcleos de población indígena en auténticos municipios romanos. Se darán distintos tipos de ciudades en función de su origen y de su relación con el Estado, de ahí que hubieran colonias, municipios de derecho latino y ciudades estipendarias, fortaleciendo con ello la unidad imperial; otras unidades territoriales, dependientes posiblemente de ellas, serían las villas.

La ciudad no sólo tenía un sentido de agrupación urbana, sino que se constituye como unidad de ámbito territorial, religioso, económico y político. En ella se desarrolla una burguesía urbana dedicada a las tareas administrativas y  una aristocracia local que solían ser grandes terratenientes.

Cerca de las ciudades, el territorio ocupado por villas venía a constituir un poblamiento rural disperso, dedicado a las tareas agropecuarias, cuyo excedente era comercializado en las ciudades, con las que estaban íntimamente relacionadas, ya que a través de ellas obtenían las cerámicas de lujo y objetos de adorno importados de ciudades mediterráneas.

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Dentro de la reorganización imperial impulsada por Augusto, son importantes los cambios en la ordenación del territorio, tanto en el ámbito urbano co­mo en el ámbito rural.

En los primeros años de conquista romana, época republicana, la explotación de la tierra se había realizado en función de las necesidades de abasteci­miento del ejército; ahora la planificación y división del territorio, «el ager publícus», se realiza aplicando el modelo italiano, consistente en un reparto sistemático de tierra, para su puesta en cultivo, a licenciados legionarios y a familias inmigrantes de otras provincias imperiales. Este sistema de distri­bución de la tierra recibe el nombre de «centuriato», surgiendo así junto a las ciudades núcleos de población rural relacionados en ocasiones con las villas.

En rigor, sólo las colonias se centuriaban, pero con posterioridad este sistema se aplicó también a los municipios y a territorios adyacentes a ciudades de menor importancia. La centuriación es el reparto, a cien licenciados, de 100 parcelas de terreno de una extensión de 2 yugadas cada una. Como ejemplo del asentamiento de 100 veteranos en una colonia podemos tomar la centuriación de la colonia Julia Ilici Augusta (La Alcudia de Elche). Las medias empleadas arrancan de una unidad básica de longitud, el pie, que equivale a 29,57 cms., siendo la medida tipo de los agrimensores romanos el «actus», que equivalía 120 pies, que viene a ser 35,48 metros. Dos actus cuadrados eran una yugada.

Las centuriaciones se orientaban teniendo en cuenta los puntos cardinales a partir de dos puntos preestablecidos, en los que confluían dos ejes «el kardo maximus» que va de Norte a Sur, y «el decumanus maximus» que va de Este a Oeste. Las parcelas tenían un módulo lateral de 711 metros, aunque podían oscilar entre 703-714 m.

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Trabajos agrícolas en una villa romana (dibujo Saura, J.L.- Álvarez, C.).

Como ya apuntaba en su día el profesor Lorenzo Abad, sobre las centuriaciones romanas en el País Valenciano estamos relativamente bien informa­dos. Recientemente gracias al trabajo realizado por José Miguel Payá, tene­mos constancia de una posible centuriación en Petrer, es decir, todavía que­dan residuos del catastro romano petrerense. Catastro que puede estar rela­cionado con la «villa romana de Petrer».

2.3. VILLAS Y POBLAMIENTO RURAL

En las primeras décadas del cambio de Era, en pleno desarrollo de la política imperial, la sociedad hispanorromana puede considerarse estructuralmente dividida en sociedad urbana y sociedad rural; junto a una aristocracia ciuda­dana que impulsa el crecimiento de las ciudades, es frecuente encontrar tam­bién, en áreas rurales, una aristocracia local que potencia la creación de «vi­llas rústicas». En nuestra área de estudio, Valle Medio del Vinalopó, el poblamiento rural es mucho más significativo al impulsarse la creación de vi­llas a partir de la salida de las ciudades de ricos propietarios, del asentamiento de nuevas gentes como consecuencia del licénciamiento de veteranos, o de la concentración de población ibérica romanizada, que a diferencia de etapas anteriores, asentada en puntos elevados y más o menos fortificados, ahora ocupará declives de colinas y zonas de valles con alta fertilidad productiva como serían los valles del Vinalopó y del río Segura.

La ubicación de las villas, si­guiendo las directrices de los agrónomos clásicos, debían de situarse en pequeñas colinas, con dominio del valle y tierras fértiles de cultivo, próximas a los cursos fluviales, al ser el agua fundamental para conse­guir una buena productividad. Se tendría en cuenta la inme­diatez a zonas boscosas para la obtención de madera necesaria en la construcción y co­mo combustión en los hoga­res, al mismo tiempo que se procuraba tener en las cerca­nías filones de arcilla y canteras de piedra, para obtener elementos de construcción.

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Vías romanas según el itinerario de Antonio (J.M. Roldán).

Un elemento fundamental en el desarrollo de las villas, era su proximidad a las vías de comunicación. La necesidad de las calzadas estaba justificada porque permitía el acceso de personas y bienes a la villa, al tiempo que facilitaba la salida de productos agrícolas, excedentes, al mercado de las con­centraciones urbanas.

Pero, aunque era obvia la necesidad de instalar la villa en el entramado viario, no por ello ha de edificarse ésta muy próxima a la calzada principal, era más bien la inmediatez del acceso la condición que necesariamente debía de salvaguardarse; así, caminos secundarios a los tramos de primer y segundo orden cumplirían muy bien este cometido.

En definitiva, a grandes rasgos estas son las características que deben contem­plarse en la ubicación de una villa romana. Peculiaridades detectadas en las más de setenta villas rústicas documentadas arqueológicamente en el País Valen­ciano, aunque muy pocas han sido excavadas y estudiadas en profundidad. En nuestra provincia y concretamente en el Valle Medio del Vinalopó, los ha­llazgos, la mayoría de las veces fortuitos, valgan los ejemplos de los mosaicos de Petrer, los restos de estructuras y material cerámico de la villa de Arco Sempere en Elda, o los continuos hallazgos en el área del Campet en Novelda, Monforte y Aspe, se concentran en zonas de alta fertilidad, lo que nos indica una elevada e intensa ocupación del territorio, reflejándose en algunos casos la continuidad del asentamiento a partir de comunidades ibéricas, como parece indicar el estudio de materiales cerámicos encontrados en el área del casco antiguo de Petrer, y en la zona del Campet en Novelda, por citar algunos casos cercanos a nosotros.

3. LA VILLA ROMANA DE PETRER

Entrando ya de lleno en el tema que nos ocupa, hay que decir que la base documental del estudio está formada por el registro arqueológico obtenido en un área comprendida entre la calle Mayor, Plaza de Ramón y Cajal, Plaça de Baix, calle Cánovas del Castillo, Derrocat y calle Constitución confluencia con la calle Luis Chorro, lo que viene a suponer unas dos hectáreas de terreno, que a grosso modo podríamos considerar, mientras que no aparez­can otros restos, como el área ocupada por lo que serían las estructuras do­mésticas o dependencias de hábitat, con las áreas de almacenamiento y zo­nas de trabajo. Ya que la villa es un conjunto de edificios con diferentes fun­ciones, así estaría la vivienda del propietario, que sería más o menos lujosa es decir, podría tener termas, suelos pavimentados con mosaicos, pinturas murales, zócalos de mármol, etc., en función de su riqueza; otra zona estaría ocupada por las viviendas de los trabajadores, generalmente esclavos, sin ol­vidar un espacio para el almacenamiento de cereales, aceite y otros produc­tos del campo; en otra zona se concentrarían los obradores, como almazaras, molinos, etc..

Próxima a esta zona de hábitat se desarrollaría la parcelación de la tierra de cultivo, surcada por acequias por las que discurriría el agua para el riego, fundamental para la obtención de una buena cosecha, distribuida probablemente a partir de balsas concebidas para estos menesteres.

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En definitiva, en sentido estricto la villa puede considerarse estructuralmente dividida en tres partes: urbana, rústica y fructuaria. La villa concebida por los agrónomos latinos, como una edificación fuera de la ciudad, podía tener carácter señorial o rústico, que es el caso que nos ocupa, aunque la afinidad de la villa con la casa de la ciudad es patente en la común disposición arquitectónica de la edificación de la vivienda, sobre todo en el área mediterránea.

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Restos de estructuras romanas, aparecidos junto a los mosaicos (septiembre de 1995).

La tipología y organización arquitectónica de las villas en la Hispania roma­na es diversa, pues se pueden dar villas de planta diseminada, villa casa-residencial aislada, villa marítima, villa urbano-rustica, entre otras. Dentro de esta última se pueden distinguir: villa urbano-rústica de bloque rectangu­lar, de este tipo son la de Tossa de Mar (Gerona) y la del Castillet en Cartagena y villa de peristilo, como la de Santa Pola, siendo este tipo el más frecuente en el área mediterránea a partir del siglo I-II d.C., desarrollándose también en el Bajo Imperio, hasta el siglo V d.C., con un patio central de iluminación y distribución de estancias.

Dentro del Valle Medio del Vinalopó por el momento no estamos en codiciones de poder hacer una valoración adecuada de la tipología de las villas a pesar de tener inventariadas un número importante de ellas, siendo muy pocas las excavadas, al tiempo que son muy incompletas las plantas descubiertas.

Sin embargo, el registro de materiales cerámicos, ornamentales y decorativos es cuantitativamente importante, detectándose dos momentos o fases en su desarrollo. Una primera fase, que viene caracterizada por una gran dis­persión de villas, con un área de explotación pequeña o mediana, concebida como elemento dinamizador de la romanización y como elemento motor de la explotación de la tierra, periodo cronológicamente comprendido entre el siglo I y primera mitad del III d.C., a tenor del registro de cerámicas comu­nes como ollas, cazuelas, ánforas, jarritas, junto a vasos y platos de sigillata aretina y sudgálica.

Tras la crisis política y económica del siglo III d.C. parece detectarse, ya en el Bajo Imperio, una concentración de población en grandes villas de tipo latifundista, como consecuencia de la salida de la ciudad de ricos propieta­rios, pues así parece indicarlo la revitalización de las villas bajoimperiales del Valle Medio del Vinalopó, vía de comunicación que continúa siendo uti­lizada para introducir en los valles interiores productos cerámicos y suntua­rios llegados a las ciudades costeras, como el Portus Ilicitanus (Santa Pola) desde centros productores norteafricanos.

Esta nueva reorganización del territorio afecta tanto al área urbana como ru­ral, al producirse cambios en la estructura social romana como consecuen­cia de las reformas propiciadas por el emperador Diocleciano, tanto en el cam­po administrativo como jurídico. Estos factores, junto a otros hechos ya men­cionados sirvieron de base a varios historiadores para formular la hipótesis del estancamiento de las ciudades frente a un aumento de la ruralización del hábitat. Sin embargo, la revisión de antiguas excavaciones junto a la apari­ción de nuevos hallazgos en varios puntos de la provincia alicantina, llevan a los investigadores a matizar el supuesto decaimiento de las ciudades, ya que la calidad del ajuar cerámico encontrado, junto a las estructuras urba­nísticas e industriales, nos están indicando un mayor desarrollo con relación a etapas anteriores.

No obstante, lo que sí queda constatado es un cierto grado de ruralización y dispersión del hábitat, en las zonas interiores de los valles. A partir de me­diados de siglo IV-V d.C., encontramos en puntos elevados y estratégicamente situados, nuevos poblados, con un claro dominio de las vías de comunica­ción. Ahora se habitarán lugares como Castellarets; El Zambo, en Novelda; La Murta, en Agost; Fontcalent, en Alicante; El Monastil, en Elda; etc. Asen­tamientos que surgen de nueva planta, o se superponen a horizontes culturales más antiguos, desarrollándose durante todo el periodo tardorromano, al encontrar en todos ellos restos cerámicos característicos de este momento como son las sigillatas Claras D, ánforas Dressel 26, tapaderas, ollas, etc..

Conjunto cerámico cuya tipología nos lleva hacia unos parámetros cronológicos entre mediados del siglo IV-VI d.C.

Alguno de estos poblados continúa estando ocupado du­rante el periodo visigodo, eta­pa todavía algo oscura, en estos valles del Vinalopó, enlazando con las primeras manifestaciones de una nue­va cultura, la islámica, en su etapa emiral, siglo IX-X, o emiral taifal, como serán los casos del Zambo en Novelda y Castellarets en Petrer, res­pectivamente.

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Lámina I – Solar del Banco Popular. Fragmentos de ánforas. Tipo Dressel 1-4. Siglo I d. C.

3.1. FASE ALTOIMPERIAL.

Teniendo en cuenta las carac­terísticas generales para el de­sarrollo de una villa romana altoimperial, la ubicación de la villa de Petrer quedaba perfectamente dentro de los cá­nones dictados por los agri­mensores, ya que venía a si­tuarse en el extremo de una pequeña colina, cerca de un curso fluvial, la Rambla de Pussa, posiblemente antiguo riachuelo, no olvidemos el topónimo «cuevas del río» y el de «Barxell» (tie­rra a la orilla del río), según el filólogo Coromines.

Por otro lado, la proximidad a una vía de comunicación, la importante Vía Augusta, uno de cuyos ramales discurría por los valles del Vinalopó, según se desprende del itinerario de Antonino, siglo III d.C., u otros mas tardíos, al ser identificados por los estudiosos del tema, Enrique Llobregat, y Gui­llermo Morote entre otros, «Ad Ello» y la mansión de «Aspis» , como El Monastil y El Castillo del Río en Aspe, respectivamente. Vía que Pasando por Ilici (Alcudia de Elche) y el Portus Ilicitanus (Santa Pola) llegaba a Cartagena, y de allí, por Andalucía a Cádiz, estando por ello bajo la influencia directa de las rutas comerciales terrestres.

Esta vía de comunicación, utilizada desde la antigüedad, permitía la entrada de productos de lujo como cerámicas, objetos de adorno, bronces, vasos de cristal, etc., que procedentes de centros de producción mediterráneos, eran comercializados en ciudades costeras como Santa Pola. De allí, siguiendo la vía del Vinalopó, estos ajuares llegaban puntualmente a las villas rurales que jalonan este río, de ahí que encontremos en todas ellas, junto a ánforas, vinarias tipo Dressel 1-4, la característica cerámica sigilla­ta aretina y sudgálica, como son los vasos tipo Dressel 27, 24/25, 30/29, procedentes de centros alfareros de Arezo (Italia) o de la Groufesenque (Sur de Francia).

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Principales vías de comunicación en época romana, según itinerarios tardíos.

Este registro cerámico apare­ce junto a lucernas de volutas, es decir, candiles de ilumina­ción, ollas de cocina, jarritas pintadas de tradición ibérica, sin faltar grandes recipientes para el almacenamiento de cereales, vino u otros produc­tos agrarios, como son los dolium. De estos grandes reci­pientes aparecieron dos, en el solar que hoy ocupa el Ban­co Popular.

Unido a este ajuar de uso dia­rio, en la zona de ocupación de la villa romana de Petrer, han aparecido elementos de construcción como tejas planas y curvas, lisas o con aca­naladuras verticales o en dia­gonal. Ladrillos de forma circular o cuadrangular, que eran utilizados para hacer columnas de peque­ño tamaño, en el hipocausto, que era el horno subterráneo que se hacía para calentar las salas del baño o las habitaciones de la casa.

También aparecieron, aunque en muy mal estado, varias monedas, de ahí la dificultad para su catalogación que nos ha sido realizada amablemente por el profesor Juan Manuel Abascal, al que agradecemos su deferencia. La cata­logación es la siguiente:

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Moneda romana del emperador Antonio Pío (138 d.C.), hallada en la zona del mosaico.

1: ANTONINO PÍO. Sestercio. Roma. 138 d.C. A – IMP. T. AELIVS CAESAR ANTONINVS Cabeza de Antonino Pío a la derecha
R – TRIB. POT. COS. DES. II pietas S.V.
Pietas hacia la izq. junto a altas.
(Peso) / (Módulo) / Cuños: 11
Bib.: RIC II 1093