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La extraña comunidad de Paco y Lola

 

Los curanderos de Petrer y la extraña comunidad de Paco y Lola

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El reportaje fue publicado en una doble página al día siguiente de ser mandado a la redacción del periódico Información en Alicante. Fu el domingo de Pascua de 1988.

A mitad de la década de los años setenta se produjo en Petrer un fenómeno que traspasó nuestras fronteras. Hasta el barrio de Salinetes llegaban coches y autobuses cargados de gentes procedentes de gran parte de la península. Venían para que Paco -y después también Lola- les ahuyentaran sus males. Cada fin de semana una casa de planta baja de la calle Pintor Escrivá, junto a la rambla que viene de la Horteta, se llenaba de gentes que a cambio de ser sanadas dejaban una gratificación económica al sanador.

Unos años después los curanderos Paco y Lola fundaron en la vecina población de Biar una «comunidad autosuficiente». Recuerdo que aquel reportaje escrito a primeros de abril de 1988 fue todo un reto desde el principio (hicieron falta muchísimos contactos para concertar la entrevista) hasta que salimos -mi mujer y yo- por la única puerta que había en aquel recinto que se asemejaba más a un campo de concentración que a una explotación agroalimentaria de carácter comunal. Los dos coincidimos en que los momentos de más «inquietud» fueron durante la visita a los modernos sótanos donde se cultivaban champiñones.

Una anécdota. Aquel día estrenábamos cámara fotográfica (algo complicada, por cierto) y de las 36 fotografías captadas solamente pudimos revelar media docena. El reportaje fue publicado en una doble página al día siguiente de ser mandado a la redacción del periódico Información en Alicante. Fu el domingo de Pascua de 1988. 

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María Amparo, según dice, era una enferma incurable.

En Biar existe una extraña comunidad en la que los hombres pastorean en los montes cercanos y arrancan de la tierra alimentos, mientras las mujeres cuidan una inmensa granja y a una prole de niños. Entre todos amontonan patatas, lentejas, cebollas y avena. Miman a seis centenares de cabras, incontables gallinas, cincuenta vacas y varios cientos de cerdos con sus crías. Laboran en la bodega, la almazara, la fábrica de quesos, el horno de pan y en las cuevas champiñones. En el exterior comercializan los excedentes por medio de dos carnicerías, un restaurante y los puestos de los mercadillos cercanos.

No son una comuna ni tampoco una secta. Son agnósticos y, paradójicamente, se consideran cristianos. No son políticos pero, sin embargo, se consideran socialistas primarios. Detrás de todo ello está Paco y Lola, los dos curanderos que sanan con agua bendecida por ellos mismos. Paco -Francisco Martí Donart- es el guía, el administrador, «el padre» y la reencarnación de Jesucristo. De Lola le viene todo el poder.

Veinte adultos y cincuenta niños viven habitualmente en el lugar. Otros tantos conviven por temporadas mientras curan sus males. Todos tienen una fe ciega en Paco y Lola, y se consideran elegidos de Dios. Todos cambian diariamente su trabajo por el sustento, el cobijo y la protección.

Las tierras que cultivan y los animales que crían se encuentran cercanos a la población de Biar, en un lugar apartado del municipio. Las parcelas agrícolas circundan la granja y en ellas se cultiva «de todo» lo que la tierra y la bendición de Paco y Lola les ofrecen (lentejas, garbanzos, avena, cebollas, frutas y hortalizas). La granja y los rústicos servicios de esta comunidad están escondidos detrás de un impresionante muro de hormigón de tres metros de altura y casi dos mil metros de lado. No existe ventana alguna y sólo una gran puerta, por la que a lo largo del día el trasiego es continuo, franquea el recinto. A primera vista el lugar parece inexpugnable y receloso. Sin embargo, es todo lo contrario. Con una sonrisa siempre a punto y con una amabilidad inusitada, estas buenas gentes que viven en el lugar se desviven por mostrarnos todo el reciento. Son gentes que parecen humildes pero que muchos vendieron un cierto bienestar y lo pusieron a disposición de esta comunidad.

Llegaron a Biar procedentes de Extremadura, La Mancha, Andalucía, Aragón y otros puntos de España siguiendo ciegamente a Paco y Lola. En su día, fueron enfermos desahuciados, hombres y mujeres -según cuentan- para los que el futuro no existía. Ahora son personas agradecidas, y al parecer, felices con la vida que llevan. Alejados de las tentaciones mundanas, «de los vicios» y de las comodidades. Actualmente viven allí más de veinte adultos con su correspondiente descendencia que supera en mucho la tasa de natalidad española.

Conviven y trabajan con el único salario de ver cumplida la voluntad de Dios que tiene en Paco a su brazo ejecutor. Otro número importante de personas en período de curación pasa largas temporadas trabajando y esperando ser sanados por los poderes de Paco y Lola.

El instrumento de Dios

Paco y Lola forman una simbiosis estrictamente espiritual que arrastra como un torbellino a sus seguidores. No parecen fanáticos pero para ellos Paco es la reencarnación de Jesucristo, el hombre del que dependen sus vidas. Es el líder, «el padre», el instrumento que Dios ha puesto en este mundo para salvarlo de su exterminio. Los niños le besan para impregnarse de él y los adultos lo veneran. Paco es natural de Caudete y comenzó a curar en Petrer a mitad de la década pasada. Es de moral estricta y combate el vicio. En sus comunidades no se permiten las infidelidades, tampoco el aborto ni el más mínimo desliz. Cualquiera que incumpla estas normas será expulsado inmediatamente de la comunidad. Francisco Martí -Paco- asegura sin titubeos que un día creará una fundación.

Para este hombre nacido bajo el signo astrológico de Piscis, el agua bendecida en su nombre cura todos los males. El agua fue el principio  de todo y por ello el cuando el líquido «se impregna de su poder» se convierte en el mejor remedio para el enfermo. Cuando no está en esta especie de santuario se encuentra de viaje recorriendo carreteras y pueblos y sanando -según dicen- a muchos enfermos. Algunos venden sus propiedades, le siguen, llegan hasta Biar para continuar su tratamiento, y se quedan.

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En la granja, continuo trasiego de seguidores, se cultiva de todo.

Autosuficientes

La vida en la granja-santuario está privada de comodidades. En el centro se sitúan los pabellones de las parejas a las que los curanderos les han otorgado su bendición. Pegados al lugar existen otros pabellones de solteros y solteras. Pese a la gran cantidad de solar existente, los hombres, niños y mujeres viven casi hacinados en literas. Comen en habitaciones sin luz, y guisan y se calientan a base de leña. No existe ni el menor atisbo de lujo ni de comodidad. Parece que la vida en este lugar sea un calco de lo que fue la vida en el campo hace medio siglo. Las gallinas pululan y picotean, las vacas almacenan leche en sus ubres en rústicos corrales y los seguidores de Paco y Lola realizan las labores domésticas. La higiene e, incluso, el ocio se reflejan aquí de la misma manera que las familias campesinas lo llevaban a cabo hace ya varias décadas.

Paco asegura que desde siempre ha tenido poder para curar.

Lo descubrió, según nos dice, cuando todavía era un niño de pecho. Comenzó a ejercer de curandero hace unos trece años sirviéndose exclusivamente del agua bendecida por él mismo. Su clientela se basa fundamentalmente en enfermos que viven en pueblos rurales de distintas regiones españolas.

Francisco Martí Donat dice no hacer daño a nadie con sus curaciones y que sus seguidores son libres de marcharse o seguir con él. Augura males inminentes para la humanidad. Amenaza con guerras, inundaciones, «sidas», exterminios y otros males.

A Paco no le gustan los periodistas. Dice que sus declaraciones en medios de comunicación siempre han sido motivo de mofa y amenaza con maldiciones a quien se ose burlarse de sus revelaciones. Sus primeras palabras parecen fruto de la enajenación. Sin embargo, las explicaciones posteriores se asemejan a las de un hombre de negocios que dirige una gran infraestructura agrícola y ganadera.

Hoy por hoy los curanderos Paco y Lola se debaten entre la duda y la especulación. Sus seguidores y detractores, nos muestran, respectivamente, sus virtudes o sus engaños.  La granja de Biar -como todo lo que hacen- se debate entre una buena idea y la explotación de quienes le siguen. Trece años después de sus pretendidas curaciones, Paco y Lola siguen siendo una incógnita a pesar de la granja de Biar y de sus fieles seguidores.

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El curandero Paco y el hijo de Lola de espaldas.

Entrevista con Paco: «Yo soy Jesucristo»

-¿Quién es Francisco Martí Donat?

-Yo soy Jesucristo.

-Jesucristo nació en Galilea y usted en la provincia de Albacete, en Caudete.

-Yo soy la reencarnación de Jesucristo. La humanidad está equivocada, Jesucristo no nació donde creen pero de momento no voy a revelar dónde fue.

-¿Le han dicho en alguna ocasión que es un farsante?

-Me han dicho de todo, farsante, hijo de puta y que soy una mierda. Pero yo he venido a salvar a la humanidad y lo haré si se convencen de que el agua bendecida en mi nombre es la solución.

-¿Es usted curandero?

-Ya te he dicho quién soy.

-Usted cura sólo con agua.

-Está demostrado que el agua bendecida en nombre «creador Paco y Lola» cambia de sabor y si se se analiza no existe ningún elemento perjudicial sino todo lo contrario, por eso tengo un millón de seguidores.

-¿Lola es su musa?

-Lola es mi protección. Lola es más poderosa que yo.

-¿En qué situación laboral se encuentra quienes trabajan en la granja?

-Aquí todo el que trabaja está dado de alta. No hay ninguna persona fuera de la ley.

-¿Cómo lo han aceptado en Biar?

-Al principio nos miraban con mucho recelo pero hoy nos quieren y nos admiran.

Más de 50 niños viven en la granja. [5]
Más de 50 niños viven en la granja.

Niños sin juegos

Más de cincuenta niños de la comunidad asisten al colegio público de Biar. Ellos no conocen en absoluto la programación de televisión, no saben de videojuegos ni de dibujos animados. Acuden al colegio para aprender todas la materias menos una: la religión. Incluso existen tres jóvenes que diariamente se desplazan a Alicante para estudiar ciencias empresariales con todos los gastos pagados.

Paco y Lola les compran los libros, los visten, les pagan el material escolar, no les dejan ver la televisión y los protegen. Una vez en la granja realizan los deberes del colegio. Fuera de las horas lectivas el trato y el juego con otros niños del pueblo que viven a extramuros del recinto es impensable.

Aprovechando su espontánea sinceridad, les preguntamos «¿quién es Paco?»; casi al unísono nos contestan: «Paco es Jesucristo». Los niños tienen una vida programada en la granja y en la futura fundación. Paco asegura  que «si valen para estudiar lo harán sino trabajarán las tierras o cuidarán a los animales». Los niños son el futuro, la simiente de una forma de vida distinta que en absoluto quieren cambiar, de momento, por la convencional. La vida que se desarrolla en el exterior de la granja hasta ahora no les atrae. Es una vida demasiado lejana, aunque tan solo esté a quinientos metros de la población más cercana.