La Colonia de Santa Eulalia, una joya arquitectónica por descubrir

Este modelo es en el que se inspiró el Conde la Alcudia para crear la Colonia de Santa Eulalia, pues según su bisnieta, Dª Pilar Mares Saavedra, por esas fechas el Conde realizaba frecuentes visitas a Barcelona, donde residía su amigo y correligionario carlista, D. Manuel María de Llanza y Pignatelli de Aragón, Duque de Solferino y de Monteleón. En estos viajes pudo contemplar el desarrollo y construcción de las colonias textiles que se estaban creando en la cuenca del río Llobregat. Los lazos de amistad entre el Conde de la Alcudia y el Duque de Solferino se estrecharon años después cuando el primogénito del Conde, Antonio de Padua Saavedra y Fontes, se casó, en 1915, con Concepción de Llanza y Bobadilla, hija menor del Duque de Solferino.

Por esos años finales del siglo XIX, el Conde solicitó una línea telefónica y en 1896 pidió autorización para colocar una rueda hidráulica en el cauce del río Vinalopó, cuya agua hizo que en la Colonia de Santa Eulalia se (re)crease un “oasis” en el que pudo germinar la consecución de un ambiente sano e higiénico para el trabajo y bello para el ocio, donde se conjugaban las ventajas de vivir y trabajar (en el campo y en la industria) en plena naturaleza. Se obraron muros para sostén de las tierras, alineando caminos, levantando casas para campesinos y obreros, con sus calles y plazas, construyendo fábricas de harinas y alcohol, carpinterías, tonelerías, bodegas, lagares, almazaras, administración de correos y telégrafos, tienda y hospedería; pues todo el proyecto presenta un carácter autosuficiente. Pero también una mansión señorial, jardines, teatro, reconstruyeron la ermita de Santa Eulalia (1891), destacando el correcto trazado urbanístico, que incluye dotaciones de zonas verdes adornadas con estanques, y cuidados jardines con grupos escultóricos, en uno de los cuales se hallaba un lago artificial, con isla y pagoda de sabor romántico. La planta urbana se distribuye en torno a dos grandes plazas: la de Santa Eulalia, en la que se contraponen el poder terrenal (el palacio) y el divino (la ermita de Santa Eulalia); y la de San Antonio, donde destaca la fábrica de harinas. Veredas flanqueadas de árboles umbrosos ascendían hasta una loma cercana, donde se erguía, dominando el entonces ubérrimo paisaje, un recoleto cenador acristalado.

Antigua fábrica de harinas en la Plaza de San Antonio.
Antigua fábrica de harinas en la Plaza de San Antonio.

El trazado presenta una constante: es una creación ex-novo, destinada a albergar y aglutinar en un espacio definido y compacto a una comunidad restringida de individuos en un asentamiento distanciado de los núcleos urbanos más cercanos, por lo que el trazado presenta una vocación de autosuficiencia. La dotación urbana de zonas verdes, presencia de centro escolar y espacio dedicado al entretenimiento es ejemplo de ello. Creada por una aristocracia terrateniente, cercana a la burguesía liberal, en la Colonia se aglutinan elementos de apego a la posesión y explotación de la tierra (fisiocracia) como símbolo de status social elevado, paternalismo filantrópico de corte católico, idealización del medio natural basado en Rousseau y la concepción del trabajo en el campo y la industria como elementos reformadores, educadores, moralizantes y rentables económicamente: (“Querer es poder” es el lema de la sociedad que funda y explota la Colonia de Santa Eulalia, cuya plasmación arquitectónica debe mostrar a habitantes y visitantes un reflejo del nivel de prosperidad de la explotación, cimentada ideológicamente en la búsqueda de la higiene y la belleza, cuya máxima expresión sería el palacio, de aire modernista, fruto de la época, que empezó a construirse en 1898. En el centro de la fachada principal, en su parte superior, se encuentra el principal elemento decorativo del palacio. Se trata de un relieve inscrito en un frontón semicircular. Hay esculpidos objetos alegóricos a la agricultura y a la industria y figuras humanas, separadas por un ángel con las alas extendidas, que simbolizan los dos sectores económicos existentes, llamando la atención la diferente actitud de ambas actividades, pues a la izquierda de la figura central, dos figuras masculinas, desnudas y en actitud desafiante, remiten a la industria; a la derecha, en cambio, otras dos figuras masculinas desnudas, la primera en cuclillas y la segunda inclinada sobre ésta, miran la tierra en actitud humillada, afanándose en la siega y recogida de la cosecha. Esta mansión, con doce habitaciones, salón, despacho, biblioteca, etc., algunas de estas piezas decoradas con azulejos, o pintadas con amorcillos sobre guirnaldas de flores, se fusionaba en sus tiempos de esplendor con unos cuidados jardines, adornados con esculturas de modelos clásicos. A ambos lados de la puerta principal, adosados a la pared, se encuentran dos escudos nobiliarios enmarcados por un águila, las armas de los Saavedra. El teatro Cervantes, donde actuaron los divos más importantes de la zarzuela de la época, todavía conserva reliquias de su antiguo esplendor, como las pinturas que lo decoran, con hermosas vistas de la Colonia en sus momentos de mayor apogeo y retratos de los principales músicos y dramaturgos de la época, además de reproducir sobre el escenario el frontón escultórico del palacio.

Vista general desde el monte Cuco (fotografía de Bernardo Hernández, archivo de imágenes del Cefire).
Vista general desde el monte Cuco (fotografía de Bernardo Hernández, archivo de imágenes del Cefire).

Aunque hoy día las viviendas de los colonos nos parezcan modestas, para su época presentaban unas buenas condiciones de higiene, ventilación y habitabilidad, pues, según Baeza Server, la experiencia de la Colonia de Santa Eulalia se adelanta a su tiempo veinte años, el desarrollar los preceptos que en los años veinte del siglo pasado se promulgaron desde la tratadística agrónoma, la arquitectura y la legislación, y con treinta años respecto a los estudios de la vivienda mínima (Frankfurt, 1929) y, sin embargo, no conocemos al autor del proyecto arquitectónico de la Colonia, ni sabemos su formación e influencias.

La sociedad explotadora acabó denominándose “La Unión”, y giraba bajo la razón social Saavedra y Bertodano, pasando la propiedad de la Colonia a Dª María Avial y Peña en 1904, pues había sido comprada con el dinero de su dote en 1900, cuando se constituyó dicha sociedad, que entró en crisis en 1907, al ser embargada, coincidiendo con el inicio del proceso por adulterio contra Dª María Avial y Peña y D. Antonio de Padua Saavedra y Rodríguez de Guerra. Tras el posterior divorcio de la primera en 1908, la propiedad de la Colonia pasó a manos de Dª María Avial y Peña, y así aparece en los padrones municipales posteriores a 1910, mientras que el Conde de la Alcudia figura como empleado.

La propiedad de estas tierras, conocidas antes como “Hacienda Santa Eulalia”, pertenecía ya en 1840 al VII conde de la Alcudia, quien se casó en segundas y terceras nupcias con las hermanas Sinforosa y Josefina Frígola y Mercader, y es este último apellido, Mercader, quien aporta entre sus posesiones las tierras de la “Hacienda Santa Eulalia”, pues en 1756, en el Catastro de Ensenada, aparece el siguiente propietario forastero de tierras en Sax: “Don Pedro Mercader, vecino de Valencia: Una casa alta en el sitio de Santa Eulalia”. Un miembro de la noble familia Mercader de la ciudad de Valencia, Don Vicente Mercader, era en 1655 propietario de las tierras de la actual Colonia de Santa Eulalia, como heredero que era de los mayorazgos del capitán Don Pedro Rodríguez de Navarra, Alférez Mayor de Villena. A la vista de estos antecedentes, podemos deducir que se trata de una gran propiedad rústica que se ha mantenido intacta (o se ha incrementado con los siglos) desde la Edad Media, tal vez desde el mismo momento de su repartimiento tras la conquista cristiana mediado el siglo XIII.

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