Hace 50 años

El itinerario de aquel año fue el mismo que el actual en la subida de la ermita. En su recorrido algunas comparsas, recuerdo a Flamencos, Vizcaínos y Estudiantes, hacían gala de algunas jóvenes festeras que ejer­cían de cantineras. Con un porrón de canario, paloma y otras bebidas suaves, junto a algún capazo de fru­tos secos, daban un toque simpático a este acto. Llegados a la ermita de San Bonifacio y realizado el saludo al santo por cargos festeros, directivos de la Junta Central y comparsistas, se iniciaba la bajada también dispa­rando al alardo por las calles Santí­simo Cristo, Independencia, San Vi­cente, Gabriel Brotons, plaza Primo de Rivera (de Dalt), Mayor, Ramón y Cajal, Julio Tortosa y plaza del Gene­ralísimo (de Baix). Recorrido un tan­to incómodo por algunas calles pero que no era óbice para que festeros y cargos llegaran hasta el final.

Una vez llegadas las abanderadas pues, como hoy, desfilaban al final, se les unía capitán y rodela y se les acom­pañaba a sus domicilios donde tenía lugar una invitación a base de rollos de anís, magdalenas, almendrados, etc. con algún vaso de mistela, coñac o trago de canario, aunque ya se comen­zaba a invitar con cerveza y algún que otro aperitivo casero: habas hervidas, patatas cocidas, almendras fritas, etc. y algunas latas de conserva.

Capitanía Marinos. Alfredo Díaz Rizo, Teresa Díaz Rizo y la rodela María Cristina Hernández Villaplana.

EL AMBIENTE DE LA FIESTA

En ese año 1962 ya empezaba el movimiento de festeros para ir formando cuartelillos, que si no es­taban dotados de las comodidades que hoy más o menos tienen, ya se comenzaba a montar su propia fiesta en ellos aunque, en general, el dis­frute del festero y de quien no lo era estaba en la calle. Una vez acabado cualquier acto de fiesta el recorrido habitual era la calle Gabriel Payá, el Derrocat y la Explanada.

La calle Gabriel Payá era donde los fotógrafos venidos a la fiesta mon­taban sus estudios fotográficos. Una lona con el dibujo de la Alhambra en grande, otro con el de un campo y los consiguientes sombreros, cartu­cheras y pistolas con caballo de car­tón incluido servían para que cada cual o cada grupo se perpetuara a su modo. Los puestos de cascaruja y las ruletas con premio de torta de bar­quillo se apostaban desde esa calle hasta el Derrocat. Allí se encontra­ban las atracciones de feria, barracas de tiro, columpios, autos de choque, etc., y era el punto de reunión de ni­ños y jóvenes. Los mayores preferían el Paseo de la Explanda y los callos del bar Tadeo o los «pingüinos» del Chico la Blusa.

Las noches de fiesta tenían su cita en el Teatro Cervantes, sobre todo para matrimonios y futuribles. Allí la Orquesta Cheri de Monóvar o la Tureskan de Pinoso, con el cantante local Juan Marcial, hacían las delicias musicales de muchos. Los más jóvenes acudían al chiqui a bailar a los sones de la orquesta de Bartoloy su grupo o con alguna atracción del momento.

Y de esta forma tan sencilla se divertían en fiestas las gentes de entonces.

LA FIESTA

Puede que muchos festeros ya no recuerden que nuestras fiestas en honor a nuestro patrón San Bo­nifacio se celebraban, como dicen las crónicas «a los catorse de mayo desde tiempo inmemorial». Este año 1962 así se celebraban.

Diremos que ese año habían siete comparsas, cinco en el bando cris­tiano: Vizcaínos, Marinos, Tercio de Flandes (Flamencos), Estudiantes y Labradores, y dos por el bando moro: Moros Marroquíes (Nuevos) y Arabes Damasquinos (Viejos).

Es una obviedad el comentar que la fiesta moviliza al pueblo entero durante todo el año. Los que van a ostentar cargos festeros a vueltas con sus trajes, modistas, caballos y todo para que el compromiso festero adquirido llegue a buen puerto. Las filas también con sus trajes, cuarteli­llos, etc. Los directivos de la Unión de Festejos, de comparsas y aquellas personas relacionadas con el traba­jo que supone llevar adelante el que todo salga bien, también movilizados para asumir el reto. El festero se co­menzaba a movilizar cuando llegaba el mes de marzo, aunque muchos lo hacían al término de las fiestas del vecino pueblo de Sax. Un detalle de que la fiesta se avecinaba era ver a muchos festeros dejarse crecer la barba, sobre todo los que formaban en el bando moro, esto hacía que los que usaban barba postiza en las entradas la sustituyeran por la suya propia. Era normal ver a festeros de determinadas comparsas con barba o perilla, que los hacía más idénticos con su vestimenta.

Ya metidos en el comentario de la fiesta de 1962, diremos que comen­zó el día 12 de mayo, con un tiempo amenazante que hacía presagiar ma­los augurios. Así se confirmó, pues estuvo lloviendo casi todo el día y llegada la tarde había que comenzar con la recogida de músicos. Ya cerca­no ese momento el tiempo mejoró y pudimos celebrar la entrada de ban­das sin paraguas ni chubasqueros.

Una situación que no tiene lugar ahora y que resultaba muy emotiva era la llegada de los autocares con los músicos que vienen a participar en la fiesta. Por aquellos años las com­parsas contrataban una sola banda pues su número de festeros no daba para contratar más. Los comratos se hacían de un año para otro y eran habituales por bastantes años. Sus despedidas eran: «Tot bé, fins l´any que ve si Déu vol». Los músicos solían hospedarse en casa dé festeros donde las condiciones para su aloja­miento eran las correctas, creándose entre ellos una relación casi familiar. Si alguna vez, por cualquier causa, no estaba el festero para recibirle no había problema, con su maleta y su instrumento se dirigía a la casa que lo venía alojando otros años y con un «aquí estic» comenzaba el salu­do anual. Acomodado el músico, se dirigían ambos al comienzo de la fiesta. La banda de música local lle­gaba con sus sones hasta el final de la calle Gabriel Payá, se incorporaba a su comparsa, normalmente era los Tercios de Flandes, y de inmediato daba comienzo la entrada de bandas. Una vez finalizado el acto en la plaça de Baix, músico y festero a cenar. El pasodoble Petrel todavía era desco­nocido para la fiesta.

Capitanía Marroquíes Eliaeo Payá Bernabeu, Reme Giménez Bernabeu y la rodela Mari Reme Galiano Carbonell.

La retreta daba comienzo a las once menos cuarto de la noche y el recorrido era como el de hoy, con la salvedad que se pasaba por la calle Fernando Bernabé para hacer el sa­ludo a las autoridades festeras y es que allí, en un local del Tío Majo, estaba la sede de la Unión de Feste­jos. Llegados a la ermita y hecho el saludo a San Bonifacio se iniciaba el regreso por el itinerario que hemos reseñado del Día de las Banderas. En ciertos tramos, sobre todo en las calles Santísimo Cristo y Mayor, se creaba alguna incidencia entre músi­cos, festeros y simpatizantes. Como no existía el sistema de filas el que quería podía formar parte en este desenfadado acto y como las calles citadas son algo estrechas, con la eu­foria del momento se solían mezclar unos y otros y más de un músico tuvo que lamentar el lastimarse los labios con su instrumento.

Una vez llegados a la plaça de Baix las comparsas, con sus bandas de música, acompañaban a los car­gos festeros a sus domicilios. Para unos la fiesta de ese día había termi­nado, para otros no.

El día 13 apareció sin nubes ¡Qué respiro! Y a las nueve de la maña­na comenzaba la entrada cristiana abriendo el desfile la comparsa Viz­caínos con su capitán, abanderada y rodela, también lo hacía el embaja­dor cristiano.

Este año la entrada cristiana es­trenaba itinerario. El recorrido era la calle Leopoldo Pardines y Explanada hasta su final. Se pensó que al ser éste más ancho las comparsas se po­drían lucir mejor. El comentario fue que a pesar de que la calle Gabriel Payá tenía tramos más estrechos, el festero se sentía más arropado.

Volviendo al acto de la entra­da, detrás de los Vizcaínos co­menzaban su desfile los Marinos, abriendo comparsa sus tres cargos festeros con su emblemático barco tripulado por dos marineros de so­lera: José María Bernabeu Manga, recitando sus poesías festero-marineras, y Antonio Navarro Cristo, como timonel.

Le seguían los Tercios de Flandes. En la crónica de ese año se apunta que sacaron una carroza no muy acorde con el estilo de la comparsa. Por lo que se refiere a su marciali­dad, era la esperada. El Tío Ampie y Pepi Chico eran dos cabos de escua­dra que daban categoría a la forma de desfilar de esta comparsa.

Los Estudiantes a continuación. Como todas las comparsas, con sus cargos festeros al frente, tras ellos una carroza representando una escuela con el recordado Chaquetilla de niño malo y una estampa del Quijote y Sancho. A continuación la comparsa con Pimiento, Pepito Perseguer, Jua­nita el del Alcalde y Recaredo Mon­tesinos al frente de sus filas.

Cerraba el bando cristiano la comparsa Labradores. Detrás de sus cargos festeros una típica carroza huertana, donde los veteranos Fran- cisquet Ferrándiz, Pepe el del Sindi­cato, Tonet el de Eustaquia, Joaquín el Boix y algunos más daban cuenta de las viandas del almuerzo.

Los Moros Marroquíes (Nuevos) abrían el desfile del bando moro. Con sus tres representantes, capi­tán, abanderada y rodela, también lo hacía el embajador moro, coman­dando sus filas dos buenos cabos de escuadra, recordado uno y en activo el otro. Nos referimos a Rafaelet y Paco Persiana.

Cerrando el bando moro, y también la entrada, los Árabes Damasquinos (Viejos). Aquí se produjo un aconteci­miento que revolucionó la presencia de la mujer en la fiesta, pues un gru­po de jóvenes, deseosas de participar en ella, tuvieron el atrevimiento, con unos trajes usados ya por la fila de Ne­gros de esta comparsa y con un impro­visado maquillaje, de desfilar delante de éstos en el acto de la entrada. Este fue el comienzo de la fila de Negras que, posteriormente, se incorporó a la comparsa Moros Nuevos y que precisamente este año cumple cincuenta años desde su formación.

Conforme iban terminando las comparsas este acto los festeros acompañaban a sus cargos, se hacía una invitación y se informaba de la hora del próximo acto: la bajada de nuestro patrón San Bonifacio.Éste tenía lugar a las once y media de la mañana. En él los capitanes hacían gala, como hoy, de sus rodelas unien­do tiro y ritual. El santo era portado, igual que ahora, por la comparsa que ostentaba la media fiesta, en este caso los Vizcaínos. Como el número de festeros era menor que el actual el tiem­po de este acto era más corto, la llegada del santo a la plaza fue sobre las dos de la tarde. Su entrada a la iglesia de San Bartolomé, con volteo general de campanas y una suelta de palomas daba por finalizado el acto. A conti­nuación se acompañaban los cargos festeros y a comer. Aquí las amas de casa tenían un problema porque era posible que después de estar cocinan­do toda la mañana, igual el festero no iba a casa que acudían en grupo y al grito de «Tot és festa» arrasaban cuan­to encontraban para comer.

A las cuatro y media ya estaba Evaristo Pía Medina, el Bollero, mon­tado en su burro, rodeado de un sin­fín de ayudantes para dar comienzo la embajada de la Chusma. Su opo­nente ese año fue Vicente García Brotons. Este acto era tan esperado como el de hoy pues entre estrofas más o menos jocosas también se de­cían las verdades del barquero.

La guerrilla, que tenía su hora a la seis, empezaba al final de la Expla­nada para seguir por José Perseguer hasta la plaça de Baix. El tema de fu­mar no se contemplaba; el tirador y sobre todo los capitanes solían hacer las guerrillas con el puro en la boca. También, como hemos apuntado en el Día de las Banderas, las cantineras iban ofreciendo sus licores sin nin­gún problema.

Al término de la guerrilla, la em­bajada mora. En la plaza el embaja­dor moro, el apuntador y el dueño del caballo. El boato no existía. Eso sí, la gente que llenaba a rebosar la plaza, respetuosa y callada escuchando. En el castillo el embajador cristiano, el centinela, las cinco abanderadas del bando cristiano con la bandera re­presentativa de su comparsa y poco más. A su término un desfile hasta el final de la calle José Perseguer para desde allí, de forma más desenfada­da, acompañar a los cargos festeros a sus domicilios. Y con este acto se terminaba la fiesta el 13 de mayo.

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