El itinerario de aquel año fue el mismo que el actual en la subida de la ermita. En su recorrido algunas comparsas, recuerdo a Flamencos, Vizcaínos y Estudiantes, hacían gala de algunas jóvenes festeras que ejercían de cantineras. Con un porrón de canario, paloma y otras bebidas suaves, junto a algún capazo de frutos secos, daban un toque simpático a este acto. Llegados a la ermita de San Bonifacio y realizado el saludo al santo por cargos festeros, directivos de la Junta Central y comparsistas, se iniciaba la bajada también disparando al alardo por las calles Santísimo Cristo, Independencia, San Vicente, Gabriel Brotons, plaza Primo de Rivera (de Dalt), Mayor, Ramón y Cajal, Julio Tortosa y plaza del Generalísimo (de Baix). Recorrido un tanto incómodo por algunas calles pero que no era óbice para que festeros y cargos llegaran hasta el final.
Una vez llegadas las abanderadas pues, como hoy, desfilaban al final, se les unía capitán y rodela y se les acompañaba a sus domicilios donde tenía lugar una invitación a base de rollos de anís, magdalenas, almendrados, etc. con algún vaso de mistela, coñac o trago de canario, aunque ya se comenzaba a invitar con cerveza y algún que otro aperitivo casero: habas hervidas, patatas cocidas, almendras fritas, etc. y algunas latas de conserva.
EL AMBIENTE DE LA FIESTA
En ese año 1962 ya empezaba el movimiento de festeros para ir formando cuartelillos, que si no estaban dotados de las comodidades que hoy más o menos tienen, ya se comenzaba a montar su propia fiesta en ellos aunque, en general, el disfrute del festero y de quien no lo era estaba en la calle. Una vez acabado cualquier acto de fiesta el recorrido habitual era la calle Gabriel Payá, el Derrocat y la Explanada.
La calle Gabriel Payá era donde los fotógrafos venidos a la fiesta montaban sus estudios fotográficos. Una lona con el dibujo de la Alhambra en grande, otro con el de un campo y los consiguientes sombreros, cartucheras y pistolas con caballo de cartón incluido servían para que cada cual o cada grupo se perpetuara a su modo. Los puestos de cascaruja y las ruletas con premio de torta de barquillo se apostaban desde esa calle hasta el Derrocat. Allí se encontraban las atracciones de feria, barracas de tiro, columpios, autos de choque, etc., y era el punto de reunión de niños y jóvenes. Los mayores preferían el Paseo de la Explanda y los callos del bar Tadeo o los «pingüinos» del Chico la Blusa.
Las noches de fiesta tenían su cita en el Teatro Cervantes, sobre todo para matrimonios y futuribles. Allí la Orquesta Cheri de Monóvar o la Tureskan de Pinoso, con el cantante local Juan Marcial, hacían las delicias musicales de muchos. Los más jóvenes acudían al chiqui a bailar a los sones de la orquesta de Bartoloy su grupo o con alguna atracción del momento.
Y de esta forma tan sencilla se divertían en fiestas las gentes de entonces.
LA FIESTA
Puede que muchos festeros ya no recuerden que nuestras fiestas en honor a nuestro patrón San Bonifacio se celebraban, como dicen las crónicas «a los catorse de mayo desde tiempo inmemorial». Este año 1962 así se celebraban.
Diremos que ese año habían siete comparsas, cinco en el bando cristiano: Vizcaínos, Marinos, Tercio de Flandes (Flamencos), Estudiantes y Labradores, y dos por el bando moro: Moros Marroquíes (Nuevos) y Arabes Damasquinos (Viejos).
Es una obviedad el comentar que la fiesta moviliza al pueblo entero durante todo el año. Los que van a ostentar cargos festeros a vueltas con sus trajes, modistas, caballos y todo para que el compromiso festero adquirido llegue a buen puerto. Las filas también con sus trajes, cuartelillos, etc. Los directivos de la Unión de Festejos, de comparsas y aquellas personas relacionadas con el trabajo que supone llevar adelante el que todo salga bien, también movilizados para asumir el reto. El festero se comenzaba a movilizar cuando llegaba el mes de marzo, aunque muchos lo hacían al término de las fiestas del vecino pueblo de Sax. Un detalle de que la fiesta se avecinaba era ver a muchos festeros dejarse crecer la barba, sobre todo los que formaban en el bando moro, esto hacía que los que usaban barba postiza en las entradas la sustituyeran por la suya propia. Era normal ver a festeros de determinadas comparsas con barba o perilla, que los hacía más idénticos con su vestimenta.
Ya metidos en el comentario de la fiesta de 1962, diremos que comenzó el día 12 de mayo, con un tiempo amenazante que hacía presagiar malos augurios. Así se confirmó, pues estuvo lloviendo casi todo el día y llegada la tarde había que comenzar con la recogida de músicos. Ya cercano ese momento el tiempo mejoró y pudimos celebrar la entrada de bandas sin paraguas ni chubasqueros.
Una situación que no tiene lugar ahora y que resultaba muy emotiva era la llegada de los autocares con los músicos que vienen a participar en la fiesta. Por aquellos años las comparsas contrataban una sola banda pues su número de festeros no daba para contratar más. Los comratos se hacían de un año para otro y eran habituales por bastantes años. Sus despedidas eran: «Tot bé, fins l´any que ve si Déu vol». Los músicos solían hospedarse en casa dé festeros donde las condiciones para su alojamiento eran las correctas, creándose entre ellos una relación casi familiar. Si alguna vez, por cualquier causa, no estaba el festero para recibirle no había problema, con su maleta y su instrumento se dirigía a la casa que lo venía alojando otros años y con un «aquí estic» comenzaba el saludo anual. Acomodado el músico, se dirigían ambos al comienzo de la fiesta. La banda de música local llegaba con sus sones hasta el final de la calle Gabriel Payá, se incorporaba a su comparsa, normalmente era los Tercios de Flandes, y de inmediato daba comienzo la entrada de bandas. Una vez finalizado el acto en la plaça de Baix, músico y festero a cenar. El pasodoble Petrel todavía era desconocido para la fiesta.
La retreta daba comienzo a las once menos cuarto de la noche y el recorrido era como el de hoy, con la salvedad que se pasaba por la calle Fernando Bernabé para hacer el saludo a las autoridades festeras y es que allí, en un local del Tío Majo, estaba la sede de la Unión de Festejos. Llegados a la ermita y hecho el saludo a San Bonifacio se iniciaba el regreso por el itinerario que hemos reseñado del Día de las Banderas. En ciertos tramos, sobre todo en las calles Santísimo Cristo y Mayor, se creaba alguna incidencia entre músicos, festeros y simpatizantes. Como no existía el sistema de filas el que quería podía formar parte en este desenfadado acto y como las calles citadas son algo estrechas, con la euforia del momento se solían mezclar unos y otros y más de un músico tuvo que lamentar el lastimarse los labios con su instrumento.
Una vez llegados a la plaça de Baix las comparsas, con sus bandas de música, acompañaban a los cargos festeros a sus domicilios. Para unos la fiesta de ese día había terminado, para otros no.
El día 13 apareció sin nubes ¡Qué respiro! Y a las nueve de la mañana comenzaba la entrada cristiana abriendo el desfile la comparsa Vizcaínos con su capitán, abanderada y rodela, también lo hacía el embajador cristiano.
Este año la entrada cristiana estrenaba itinerario. El recorrido era la calle Leopoldo Pardines y Explanada hasta su final. Se pensó que al ser éste más ancho las comparsas se podrían lucir mejor. El comentario fue que a pesar de que la calle Gabriel Payá tenía tramos más estrechos, el festero se sentía más arropado.
Volviendo al acto de la entrada, detrás de los Vizcaínos comenzaban su desfile los Marinos, abriendo comparsa sus tres cargos festeros con su emblemático barco tripulado por dos marineros de solera: José María Bernabeu Manga, recitando sus poesías festero-marineras, y Antonio Navarro Cristo, como timonel.
Le seguían los Tercios de Flandes. En la crónica de ese año se apunta que sacaron una carroza no muy acorde con el estilo de la comparsa. Por lo que se refiere a su marcialidad, era la esperada. El Tío Ampie y Pepi Chico eran dos cabos de escuadra que daban categoría a la forma de desfilar de esta comparsa.
Los Estudiantes a continuación. Como todas las comparsas, con sus cargos festeros al frente, tras ellos una carroza representando una escuela con el recordado Chaquetilla de niño malo y una estampa del Quijote y Sancho. A continuación la comparsa con Pimiento, Pepito Perseguer, Juanita el del Alcalde y Recaredo Montesinos al frente de sus filas.
Cerraba el bando cristiano la comparsa Labradores. Detrás de sus cargos festeros una típica carroza huertana, donde los veteranos Fran- cisquet Ferrándiz, Pepe el del Sindicato, Tonet el de Eustaquia, Joaquín el Boix y algunos más daban cuenta de las viandas del almuerzo.
Los Moros Marroquíes (Nuevos) abrían el desfile del bando moro. Con sus tres representantes, capitán, abanderada y rodela, también lo hacía el embajador moro, comandando sus filas dos buenos cabos de escuadra, recordado uno y en activo el otro. Nos referimos a Rafaelet y Paco Persiana.
Cerrando el bando moro, y también la entrada, los Árabes Damasquinos (Viejos). Aquí se produjo un acontecimiento que revolucionó la presencia de la mujer en la fiesta, pues un grupo de jóvenes, deseosas de participar en ella, tuvieron el atrevimiento, con unos trajes usados ya por la fila de Negros de esta comparsa y con un improvisado maquillaje, de desfilar delante de éstos en el acto de la entrada. Este fue el comienzo de la fila de Negras que, posteriormente, se incorporó a la comparsa Moros Nuevos y que precisamente este año cumple cincuenta años desde su formación.
Conforme iban terminando las comparsas este acto los festeros acompañaban a sus cargos, se hacía una invitación y se informaba de la hora del próximo acto: la bajada de nuestro patrón San Bonifacio.Éste tenía lugar a las once y media de la mañana. En él los capitanes hacían gala, como hoy, de sus rodelas uniendo tiro y ritual. El santo era portado, igual que ahora, por la comparsa que ostentaba la media fiesta, en este caso los Vizcaínos. Como el número de festeros era menor que el actual el tiempo de este acto era más corto, la llegada del santo a la plaza fue sobre las dos de la tarde. Su entrada a la iglesia de San Bartolomé, con volteo general de campanas y una suelta de palomas daba por finalizado el acto. A continuación se acompañaban los cargos festeros y a comer. Aquí las amas de casa tenían un problema porque era posible que después de estar cocinando toda la mañana, igual el festero no iba a casa que acudían en grupo y al grito de «Tot és festa» arrasaban cuanto encontraban para comer.
A las cuatro y media ya estaba Evaristo Pía Medina, el Bollero, montado en su burro, rodeado de un sinfín de ayudantes para dar comienzo la embajada de la Chusma. Su oponente ese año fue Vicente García Brotons. Este acto era tan esperado como el de hoy pues entre estrofas más o menos jocosas también se decían las verdades del barquero.
La guerrilla, que tenía su hora a la seis, empezaba al final de la Explanada para seguir por José Perseguer hasta la plaça de Baix. El tema de fumar no se contemplaba; el tirador y sobre todo los capitanes solían hacer las guerrillas con el puro en la boca. También, como hemos apuntado en el Día de las Banderas, las cantineras iban ofreciendo sus licores sin ningún problema.
Al término de la guerrilla, la embajada mora. En la plaza el embajador moro, el apuntador y el dueño del caballo. El boato no existía. Eso sí, la gente que llenaba a rebosar la plaza, respetuosa y callada escuchando. En el castillo el embajador cristiano, el centinela, las cinco abanderadas del bando cristiano con la bandera representativa de su comparsa y poco más. A su término un desfile hasta el final de la calle José Perseguer para desde allí, de forma más desenfadada, acompañar a los cargos festeros a sus domicilios. Y con este acto se terminaba la fiesta el 13 de mayo.