En busca del Vinalopó

El río Vinalopó en la década de los 40.

Del río Vinalopó, de actualidad por las distintas iniciativas que asociaciones y ayuntamientos están realizando a favor de recuperarlo, se ha repetido en los últimos tiempos que es un río desconocido, que es necesario estudiar y acercar a sus habitantes.

Aportando nuestro granito de arena a la tarea de divulgación, publicamos ahora una historia novelada en la que su autor, Francisco Peiró Navarro, amante de la naturaleza, la historia e incansable andarín, decide hace varios lustros recorrer el Vinalopo desde su nacimiento hasta el mar siguiendo su cauce, y dejándonos esta agradable descripción de su andadura.

Os dejamos con el primer capítulo, que hemos ilustrado con fotografías antiguas del Vinalopó cedidas por Miguel Rico Payá. Y recuerden que si les resulta pesado leer el texto en la pantalla, pueden descargarse un pdf o directamente una versión para imprimir pinchando en los respectivos iconos justo debajo del título.

I

-¿Y qué tiene de particular ese río? – Preguntó el joven sentado en el asiento trasero

¿De particular? – Respondí. – Bueno de particular nada, no sé. La gente no acaba de ponerse de acuerdo sobre el lugar exacto de su nacimiento. A veces, carece completamente de caudal y otras incluso de cauce, y las cuatro gotas que arrastra ni siquiera llegan hasta el mar, mueren entre unos saladares y marismas a unos pocos kilómetros de la línea de playa.

– ¿Y a eso le llaman un río?

– Pues, ya ves.

El viejo y abollado 190E, manejado diestramente, zigzagueaba por las angostas curvas  de la estrecha carreterilla. Era una mediamañana limpia y soleada, en las suaves laderas se erguían pinos de pequeño tamaño, a ratos podían distinguirse las motas más oscuras de las encinas y las extensas manchas de carrascales. En los pequeños y, a veces empinados, valles crecían carnosos girasoles cuyas gualdas orlas, mecidas por el viento, ponía un aire festivo a la solemnidad del paisaje. Nos encontrábamos a unos ochocientos metros de altitud, a la altura del río Barchell a su paso por la carretera comarcal que une Bocairente con Callosa de Ensarría vía Banyeres y Alcoy.

– ¿Es ese el río? – Pregunto el mozo al pasar por el estrecho puente por debajo del cual podía distinguirse una profunda barranca rellena de matojos y espinos.

– No. No es ese. Ese va hacia Alcoy. En el próximo valle a unos diez kilómetros de aquí.

La tarde anterior, lluviosa y gris, había ido a recibir a mi hijo, procedente de Bruselas, al aeropuerto de Barajas. De allí nos habíamos dirigido a la zona de Serrano para recoger a uno de sus viejos camaradas de colegio. Un jovial, robusto y simpático muchacho nacido en algún lugar de la América austral y recriado en España, por cuñas venas corría, a partes iguales, sangre italiana y criolla. El chico que, al igual que mi hijo, había andado en otros tiempos entre las brumas de los paisajes ribereños del Mar del Norte, había llegado a la conclusión, quizá no tan errónea, de que era preferible una vida de cierta dependencia paterna en los madriles a otra donde, a cambio de la incierta dependencia que da el dinero, dependiera de las penurias y los sinsabores causados por la seriedad, la humedad, el aburrimiento y el método.

– ¿Y, por qué dice usted que la gente no se pone de acuerdo en cuanto al lugar de su nacimiento? Tan poca agua lleva que no logran localizarla.

– Bueno, digamos que es una cuestión política.

– ¿Política? Hombre ya sé que de cualquier cosa se hace una cuestión política, pero eso es llevar las cosas un poco lejos, no le parece. Un río nace donde nace, por mucha política que quiera ponérsele al asunto.

– En todo caso sería un asunto de geografía política, tercio mi hijo que, hasta entonces, había permanecido en silencio atento a las curvas del camino, con algo de sorna.

Por el oeste comenzaron a mostrarse algunos cúmulos algodonosos que rompieron la limpieza virginal del azulado techo. Mi hijo me miró de reojo y creí ver en sus labios, o quizá fuera en sus ojos, un esbozo de mueca sardónica.

– No te preocupes, no creo que llueva. – Dijo con un cierto aire paternalista.

“Debo de ser la imagen viva de la aprensión” me dije para mis adentros.

– No fastidies tío, ya llovió bastante anoche. – Surgió, desde el asiento trasero la voz quejosa del criollo.

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Aliviadero del Pantano. Años 40.

2 thoughts on “En busca del Vinalopó”

  1. Y ahora ¿ una novela por entregas?
    Desde luego que esta web, es un auténtico lujo cultural.Y además gratis.
    mis felicitaciones

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