En busca del Vinalopó

– Hombre, si queréis que os suelte el rollo. -Dije en plan defensivo. Y al ver que nadie se oponía, proseguí: – Fue en la llamada guerra de Sucesión, allá por principios del siglo XVIII. Sorprendentemente, la mayoría de las gentes de los valles del Vinalopó y los de la Hoya de Castilla apoyaron la causa del pretendiente Borbón conocido como Felipe V y…

– Por qué sorprendentemente. – Interrumpió mi hijo en plan contestario.

– Bueno, en una guerra, y más en una civil, el que un in dividuo se encuentre en uno u otro bando tiene bastante de aleatorio. Supongo que me refería al hecho de que, generalmente, se piensa que los pueblos de habla valenciana se decantaron por el otro bando, por el del representante de la casa de Austria, el archiduque Carlos. En este caso no fue así porque tanto Banyeres como los de la Hoya de Castilla y los del medio y bajo Vinalopó hablan, por lo general, el valenciano.

– ¿Y quién ganó esa guerra? – Preguntó el criollo.

-La ganaron los del Borbón y, muy especialmente, los de Banyeres. Su archirival Bocairente se había alineado en el otro bando, el perdedor. Gracias a eso pudieron ajustar algunas cuentas pendientes como la de los derechos del agua del Vinalopó. De ahí que se “alterara” en los mapas el lugar de nacimiento del río.

Se produjo un silencio. Toda aquella intrahistoria, que diría Azorín, no podía interesar demasiado  a un par de jóvenes de apenas veinticinco años, nacido en Londres el uno y el otro en Asunción, para quienes el mundo, o al menos Europa, era poco más que un pañuelo.

El nubarrón, que venía del oeste, se desplazaba lentamente hacia el sur. Al bajar de nuevo hacia el valle, el castillo desapareció de nuestra vista, y el aire se llenó de penumbras y negruras.

“Apuesto a que se pone a llover antes de llegar a nuestro destino”. Volví a repetirme.

Todo aquello de la visión era un camelo. Algo que yo me había ido fabricando durante las últimas semanas para justificar un viaje que no tenía ni pies ni cabeza, y cuya única, y exclusiva, finalidad era probar que yo, aun, no era un viejo, que aun podía ir dando tumbos con la mochila al hombro, como la había hecho durante los últimos treinta y cinco años. Ahora, viendo esos nubarrones de mal agüero y, sobre todo, viendo acercarse la hora de descender del coche y ponerme a caminar, notaba que mis manos comenzaban a retorcerse y restregarse la una contra la otra. “Tengo cincuenta y dos años, – me decía – peso seis o siete kilos de más, la hernia inguinal de la que me operaron hace dos años me ha estado molestando últimamente, la rodilla derecha nunca se ha recuperado del todo de aquel accidente de esquí, y el gemelo izquierdo me molesta bastante a menudo desde aquella rotura de ligamentos mientras jugaba una partida de squash con mi hijo; desde entonces no he vuelto a coger una raqueta. De acuerdo, todavía eres capaz de caminar a buen paso, ida y vuelta, los seis o siete kilómetros de la playa de San Juan. Pero, esto no es lo mismo, aquí se trata de andar durante cinco días campo a través, a lo largo del cauce seco del Vinalopó, los ciento y muchos kilómetros que hay desde su nacimiento hasta su desembocadura. Si, encima, se pone a llover, esto va a ser un verdadero infierno”

– ¿Es ese el río ya? – Preguntó el conductor al ver que, al salir de una cerrada curva, descendíamos hasta un pequeño puente de piedra, debajo del cual se adivinaba el agua de un riachuelo que corría a lo largo de un lecho de escarpadas riberas flanqueadas por olmos y chopos.

– Efectivamente, – contesté – ahora vamos a pasar por el último tramo de la Sequia Major y, un poco más adelante, hacia nuestra izquierda, detrás d ese recodo, se le une el Barranc de Pinarets.

– Muy interesante. – Dijo mi hijo, con cara de no interesarle en lo más mínimo.

– ¿Usted cree que lloverá? – Dijo su amigo, con el tono del que sabe que formula una pregunta improcedente, pero no puede evitarlo. – Es que yo solo me puedo quedar hasta el lunes.

– No te preocupes, – respondí con el aplomo y seguridad de aquellos que tratan desesperadamente de convencerse a sí mismos – por estas tierras, y menos por la costa, es muy difícil que llueva. Esto es solo un amago, ya verás como dentro de nada escampa.

– ¿Y ahora por dónde tiro? – Preguntó mi hijo, con cara de no creerse ni una sola de mis aseveraciones, al constatar que, pocos metros más adelante, había una bifurcación que conducía al casco urbano.

– Sigue todo recto, no te metas en el pueblo. Como dos kilómetros más adelante llegarás a un cruce con la carretera que va de Villena a Onteniente.

– ¿Nos vamos a quedar a comer aquí? – Preguntó el del asiento trasero.

– Hombre, ya son la una y media, – respondí – no te preocupes, yo invito.

– No, no es por eso. Es que cuando lleguemos a la playa, ya no va a quedar nada de sol.

– Venga tío, no empieces a ponerte nervioso. – Terció mi hijo – Yo estoy de vacaciones, no soy tu chófer. De aquí no me muevo sin haber comido como Dios manda.

– Vale, vale. Yo únicamente lo decía porque no tengo mucho apetito. – Se defendió el otro.

– Claro, con la tragantona que te pegaste ayer por la noche. – Sentenció mi hijo.

Panóramica desde la paleta del Pantano (década de los 40).
Panóramica desde la paleta del Pantano (década de los 40).

2 thoughts on “En busca del Vinalopó”

  1. Y ahora ¿ una novela por entregas?
    Desde luego que esta web, es un auténtico lujo cultural.Y además gratis.
    mis felicitaciones

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