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«El Caron», uno de Elda

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*Nota: texto originalmente publicado en la revista Alborada nº 40 -año 1995-

Al empezar la Guerra Civil en julio de 1936, el ejército que defendía a la República se formó con voluntarios de todos los pueblos y provincias que no se unieron a la sublevación. Fueron los famosos milicianos. Y de Elda marcharon muchos. Unos al frente de Aragón, otros para Andalucía, otros a Madrid. Entre ellos, en los primeros días de iniciarse el conflicto, se fue al frente de Guadarrama Manuel Mira Alcaraz, muy conocido en el pueblo por su apodo «CARON».

 

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Manuel Mira Alcaraz, el CARON, entre sus hermanos. Año 1938.

Que yo sepa, no se había significado en nuestra ciudad por tener inquietudes sociales o políticas. Tenía un trabajo de zapatero, sus amigos, se divertía a su manera y nada más. Pero al estallar el odio entre los españoles, sintió, como otros cientos de miles de jóvenes, que podía hacer algo en aquella tragedia y entregó a la causa de la República lo único que poseía: su propio esfuerzo y la vida.

Todo aquel verano lo pasó Caron por la madrileña sierra corriendo por sus vaguadas y subiendo y bajando por sus laderas junto a otros miles de jóvenes españoles que Ilegaron allí con el insano propósito de matarse unos a otros. Y aquel atardecer luminoso del mes de septiembre de 1936 vivió la aventura que le dejó marcado para el resto de su corta vida.

En una de aquellas diarias batallitas, su Compañía quedó aislada del Batallón y se vieron rodeados de enemigos. El teniente que los mandaba le confió la misión de encontrar el puesto de mando del Batallón para que les ayudaran a salir del cerco, pero no pudo cumplirla. Cuando se arrastraba por aquellos pinares tropezó con el enemigo y cayó prisionero. Momentos antes, cuando se vio perdido, se tragó el parte por escrito donde se detallaba la posición de los cercados y se negó a decir nada que pudiera servir para localizarlos. Así es que no se tomaron la molestia de hacer prisionero ni debieron perder mucho tiempo con él, porque también temían verse atacados.

Momentos después se vio el Caron delante de un pelotón que le apuntó con sus fusiles. Una descarga cerrada y ocho balas de Máuser, calibre 9 mm., se alojaron en su cuerpo. El que dirigió la ejecución puso su pistola en la sien de Caron y le disparó el llamado tiro de gracia, al que yo no se la veo por ninguna parte.

Pensaron que aquellos disparos alertarían al enemigo y se alejaron de allí y esto fue lo que salvó la vida de Caron, porque atraídos por el ruido llegaron otros, esta vez los suyos, que vieron el cuerpo ensangrentado. Comprobaron que aún respiraba y lo trasladaron al puesto de socorro más cercano. Es de suponer que a partir de entonces todos los médicos que trataron aquel cuerpo hicieron horas extraordinarias.

Extraerle todas las balas, desinfectar heridas, restañarlas, transfusiones de sangre, amputar, suturar, etc., etc. Pero aquel ser menudo y nervioso lo aguantó todo y los médicos lograron rescatar para la vida su cuerpo acribillado.

Casi un año después vimos aparecer por Elda a Manolo el Caron. Le faltaba el brazo izquierdo completo, cercenado a la altura del hombro y parte de la frente era un costurón por donde había pasado la bala del tiro final. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices, pero conservaba los dos ojos, así es que hacía una vida casi normal. Recuerdo haberle visto por las tardes en el bar de la Casa del Pueblo jugando su partida de dominó, moviendo las fichas y colocándolas con su única mano.

No le olvidó el ejército de la República. Fue ascendido a teniente de Infantería por méritos de guerra y entonces solicitó volver al servicio activo, siendo destinado a la Caja de Reclutas de Alcoy. Y allí le alcanzó el final de la guerra y el principio de su tragedia humana. De vuelta a Elda, impedido para trabajar en su oficio, tenía por delante un sombrío porvenir.

En los primeros días de la ansiada paz, los militares que ocupaban el pueblo debieron consideran que Caron era un peligro y lo encerraron en la Plaza de Toros de Monóvar junto a otros muchos de Elda.

Allí estuvo buena parte del año 1939. Pero cuando lo dejaron en libertad se llevó un amargo recuerdo de aquella prisión. Con ocasión de que su hermana Salud fue a llevarle algo de comida y cuando se despedían, llegó al oído de un celoso guardián que la llamaba por su nombre, Salud. Creyó que era la forma de decirse adiós durante la guerra, y la emprendieron a golpes y patadas con Caron, hasta que cayó desvanecido. Tuvo que necesitar durante algún tiempo los cuidados de sus compañeros de cautiverio, porque se cebaron con él.

Ya en libertad, intentó ganarse la vida con el estraperlo, pero con un solo brazo poca carga podía llevar. Recuerdo que una vez que fui a Valencia en el año 1941 y en la estación de La Encina, vi como Caron arrastraba un saco entre las vías y los vagones escondiendo su mercancía de los guardias que perseguían a los estraperlistas.

Por aquellos días tomó la decisión de vivir de la mendicidad que era la única salida que tenía para no morir de hambre. Le habían dejado sin paga, no percibía ninguna ayuda benéfica siendo un mutilado absoluto y tampoco quería ser un parásito para su familia.

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Foto de boda. Año 1944-1945.

Desde entonces se le vio en romerías y ferias, uniéndose a toda la grey de mendigos y pedigüeños que imploraban la caridad en San Pascual y otros santuarios de Alicante y Valencia. En uno de estos viajes, en Benimamet, cerca de Valencia, conoció a una viuda y se casó con ella. Vivían en una humilde cueva pero ya tenía un hogar y una familia. De aquella unión nació un hijo y a partir de entonces parece que la vida empezó a sonreirle. Tuvo la suerte de ingresar en la ONCE y con la venta de los cupones pudo contar con ingresos suficientes para llevar adelante a su familia.

Pero aquella felicidad duró hasta 1951, año en que muró Caron. Fueron doce años, desde el fin de la guerra, de luchar contra la amargura, contra la marginación, contra la impotencia de verse impedido y contra la injusticia de no recibir ninguna clase de ayuda. Y cuando pudo abandonar aquella vida de hambres y carencias, cuando disfrutaba de su trabajo y de su familia, le llegó la hora final, a los 36 años.

En Benimamet está enterrado Manuel Mira Alcaraz, uno de los pocos hombres que en la Guerra Civil española sobrevivió a un fusilamiento. De haber pertenecido al ejército ganador le hubieran concedido medallas y honores, pero estuvo en el ejército que perdió y para él no hubo perdón, ni compasión, ni reconocimiento a su valentía.

Es la historia de todas las guerras. iAY DE LOS VENCIDOS!

Esta es la biografía de un hijo de Elda. Si hubiera vivido hasta nuestros días, habría alcanzado el reconocimiento de su categoría militar. Descanse en paz quien merece todo mi respeto por su valor, su entereza y su obstinación en plantar cara a la vida.