El anarquismo español a través de José Espí Reig

DOCUMENTOS

La vida de José Espí
Acercarnos a la vida de José Espí es introducirnos en el interior de una persona idealista que profesa un infinito amor a la vida y a la libertad, a pesar de haber sido maltratado por el tiempo que le tocó vivir. Su formación parece el resultado de una férrea disciplina autodidacta y, tal vez, de la labor de alguna escuela racionalista de la CNT. De su sabiduría bebieron importantes personajes de la vida social y política de Petrer, entre ellos Vicente Maestre y José Antonio Hidalgo, los dos alcaldes de la democracia, hecho que resulta al menos curioso. Pero quizás, el modo más coherente de penetrar en la vida de este hombre sea la lectura de cuatro documentos de fundamental importancia para el objetivo que perseguimos. Los dos primeros son el testimonio directo de dos de las personas que más lo han tratado y más lo han querido, su hija Consuelo y su nieto Rafael. El tercero es un certificado de un tal Francisco Segarra, que presentó la familia de Espí a un jurado militar de posguerra para salvar su vida. El último es una impresionante carta que Salustiano Espí, uno de los dos hermanos que José perdió en la guerra civil del 36, escribió a la familia, justo la noche antes de ser ejecutado.

Documento 1, por Consuelo Espí Payá

En Petrer vivió José Espí Reig casi toda su vida: desde que nació, en 1902, hasta 1935 que nos fuimos a vivir a Elche. Hubo en el pueblo un bajón de trabajo y fue entonces cuando Elche empezó a despuntar en la fabricación de calzado. Nosotros fuimos casi de las primeras familias de zapateros que marchamos a trabajar allí, y al año de vivir en Elche fue cuando empezó la guerra.

José Espí estuvo cuatro años en la cárcel. Al terminar la guerra vivíamos en Cullera (pueblo de la provincia de Valencia). Hacía unos meses que nos habíamos ido a vivir allí porque en Elche había escasez de todo y en Cullera se habían formado unas colectividades donde se repartía trabajo y comida entre el pueblo, y mi padre pensó que su pequeña familia estaría mejor allí.

El retorno a Elche sí fue una verdadera odisea. Temíamos no poder pasar los controles que había en cada pueblo pero, sorprendentemente, nos fueron dejando ir, sometidos a continuos cacheos personales que nos hicieron pasar muy malos ratos.

Pero en ninguno de estos cacheos encontraron lo más preciado que como recuerdo llevaba mi padre escondido en el coche, esto era una bandera de España, republicana, y en ella está inscrito: 83 Brigada Mixta .Esta bandera era la que llevaba su brigada como banderín. También llevaba una pistola pequeña en su uniforme.

Pero en uno de los últimos controles la bandera la sacaron de debajo del asiento del coche donde estaba escondida y nos dieron un buen susto. Mi padre les explicó que la llevaba como un gran recuerdo de la España que ellos hubieran querido que fuese y no pudo ser. Mi padre les entrego también la pistola y les dijo: «espero que uséis la pistola tantas veces como yo la he usado» Observaron la pistola y se sorprendieron al ver que estaba sin estrenar. Estos señores, impresionados, fueron muy condescendientes e inesperadamente dejaron a mi padre que se la llevara. La familia, después de tantos años, todavía la guarda.

Ya en Elche, él se presentaba todos los días a la policía, pero mi padre siempre volvía porque no tenía ninguna denuncia… Hasta que una noche ya no regresó. Lo detuvieron por haber sido alto cargo de Comisario de División en la Columna de Hierro de la Región Militar de Valencia y haber participado en gran número de batallas -en algunas de las cuales resultó herido-, como la batalla del Ebro, la de Teruel, etc. Y fue recluido en Elche, en una cárcel improvisada conocida como «El Palacio» porque lo había sido en la antigüedad. Allí estuvo hasta que lo sacaron para juzgarlo en Alicante, siete u ocho meses después.

Al poco tiempo de estar ingresado en el Reformatorio de Alicante lo juzgaron y fue condenado a pena de muerte, pero al cabo de un año hicieron una revisión de la causa y la condena se redujo a 30 años y un día. ¡No creáis que esto del día era cualquier cosa!, pues salían a la calle los que sólo tenían 30 años de pena y los que arrastraban el día seguían enconados durante mucho más tiempo. José Espí salió a la calle a finales de 1943, después de que le rebajaran la pena de 30 a 20 años, y finalmente le concedieran un indulto.

Pero no creáis que ahí acabó todo. Después de quedar en libertad, cada vez que había una pequeña revuelta de los pocos comunistas que quedaron afincados en Elche, a mi padre lo volvían a capturar y pasaba otra temporada en el Reformatorio de Alicante. Así ocurrió al menos tres veces, hasta que la familia decidió volver a Petrer, aconsejada por algunos buenos amigos que aquí tenía, y en Petrer ya no volvieron a detenerlo nunca más. Además, su familia estuvo a su lado en todo momento; estaban completamente compenetrados y se ayudaron en todo lo que podían.

Vicente Espí Reig.

La peor vivencia de la guerra fue la sufrida por sus hermanos. Ellos no eran anarquistas, pero pertenecían al partido socialista, en el que también destacaron. Dos de ellos no tuvieron la misma suerte que José Espí de salvar sus vidas. Uno de ellos, llamado Vicente, desapareció en un combate y nunca más se volvió a saber de él, y al otro, el más joven, lo mataron en Alicante, con sólo 22 años, a los pocos meses de terminar la guerra. Ni siquiera estuvo condenado a muerte, directamente lo fusilaron una noche… Una gran desgracia. Fue la única familia de Petrer que perdió a dos hijos, y a punto estuvo de perder también a un tercero.

Mi padre fue uno de los principales dirigentes del sindicato CNT-FAI, tanto en Petrer como en Elche. Fue su importante actividad sindical lo que le llevó a participar muy activamente en la guerra en el bando republicano. Pero en realidad José Espí era apolítico, y sobre todo se sentía sindicalista para proteger al trabajador, que en aquellos años 30 era un verdadero esclavo.

Y llegó la época de la posguerra, ¡qué horror! Mi madre, mi hermana y yo -dos niñas entonces- quedamos en la calle, con la gran escasez de todo que había en esa época, trabajando en los zapatos, una industria incipiente. Pasamos mucha hambre y necesidades, como la generalidad de los españoles.

Ilustración realizada por Davia, como las del resto del artículo.

Cuando a los cuatro años salió de la cárcel creíamos que íbamos a vivir mejor, pero cada dos por tres lo volvían a encerrar y era el cuento de nunca acabar, hasta que nos vinimos a vivir a Petrer y todo empezó a arreglarse. Mi madre abrió una pequeña tienda de comestibles y empezamos a comer y a vivir algo mejor.

Entre las vivencias de aquellos años quedó en mí muy grabado el que, antes de encerrarlo, recibió unas ofertas tentadoras de miembros de Falange de Elche, que en los primeros días de confusión del final de la guerra le propusieron desarrollar actividades sindicales en el sindicato falangista o vertical. Llegaron a prometerle que si aceptaba no lo encerrarían, pues ellos eran tan novatos en cuestiones sindicales que necesitaban de un técnico. Pero mi padre no aceptó, no podía renunciar a todas las ideas por las que se habían sacrificado tanto los suyos y decidió cumplir la pena que le impusieron.

Tras algunos años en libertad, y con la situación más calmada, desarrolló trabajos en la clandestinidad, colaboró en revistas y periódicos y favoreció a los exilados en todo lo que pudo. José Espí era bastante reservado para todas estas cosas y no nos enterábamos de mucho de lo que hacía.

¡Fue una vida tan intensa! Una de las imágenes que más se grabó en mi memoria en aquel entonces -aunque tenía yo pocos años- fue lo siguiente: le esperábamos los días finales de la guerra para salir hacia el extranjero, como la mayoría de los españoles que podían hacerlo. Íbamos a partir en avión hacia Francia, ¡cuánto sufrimiento nos habríamos ahorrado! Habíamos acudido a Petrer desde Cullera para despedimos de la familia. Ya sabíamos que había salido de España parte del mando de la brigada de mi padre, y mi madre estaba asustada porque él no llegaba, pero creía que por algún motivo no había podido recogernos a nosotras y estaba tranquila pensando que él había salido ya.

Pero aún lo recuerdo. Era media tarde cuando lo vi llegar. «¡Mamá, ha venido el papál». La pobre estaba arriba de la escalera y al verlo cayó en redondo del susto, tras comprobar que estaba aún en España y no se había salvado. Cuando se pudo explicar, lo primero que dijo es que él no tenía por qué huir de España, que no estaba arrepentido de nada y que afrontaba todas las consecuencias de lo hecho. José Espí no quería exiliarse como hicieron todos los altos cargos republicanos, que emprendieron el exilio rumbo a México o Francia, pero él decidió no abandonar España. Comprendimos su postura y la aceptamos, y al día siguiente volvimos a Elche.

Todavía recuerdo el viaje, corríamos en aquel ligero coche para llegar a Elche antes que las tropas de Franco, pero no pudo ser. Ya hablan entrado en Benidorm, y al ver un coche oficial todos nos saludaban con el brazo en alto. El chófer, muerto de miedo, le preguntaba a mi padre «¿Espí, qué hago? », y él decía «¡Saluda!, ¡saludemos todos!», y al grito de «¡Franco!, ¡Franco!» fuimos pasando los pueblos que faltaban hasta llegar a Elche, donde empezó la verdadera odisea, que duró varios años.

Ya no me extiendo más, estoy segura de que habré olvidado cosas más importantes que las que cuento, pero el tiempo no pasa en balde. Espero que esto os dé una pequeña idea de lo que fue la vida de aquella época de una familia de izquierdas que perdió la guerra.

Su hija,

Consuelo Espí Payá

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