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Desmontando a un campeón

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Gedeón Guardiola es campeón del mundo [2]. El balonmano ha otorgado esta condición a un petrerí por primera vez en la historia, algo que posiblemente merezca más que nadie, fruto de años de esfuerzo y superación -valgan los tópicos-, custodiados por la naturaleza y la naturalidad que dibujan a un tipo excepcional.

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El petrerí, con el trofeo que acredita a la selección como campeona del mundo -en realidad escultura-.

Gedeón Guardiola es un hombre de cartas boca arriba. Llano, humilde y directo, al que no le gustan las excusas. Así lo ha demostrado a lo largo de su trayectoria deportiva, y así lo ha dado entender durante la disputa del último mundial de balonmano. A propios y extraños ha emocionado la franqueza de sus comentarios en los buenos y en los malos momentos, especialmente en éstos, cuando él mismo se decía responsable de la derrota ante los croatas en la primera ronda del campeonato. Y es que una injusta expulsión a su compañero de murallón «hispano» Viran Morros ante Alemania, puso a Gedeón en su sitio, dando un paso al frente, y convirtiéndose en pieza fundamental de la mejor selección del mundo.

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Gedeón tiene la potencia y la calidad para subir rápido un contragolpe y hacerlo efectivo.

Gedeón Guardiola es también Villaplana, porque las madres también cuentan. Mujer tenaz es Rosa, quien ha sabido trasmitir una cultura de sencillez y lucha a su hijo desde la adversidad, desde el sufrimiento, del que madre e hijo saben mucho. Los trances de la vida han hecho más grandes si cabe a ambos, respetados y queridos allá por donde pasan. Pregunten si se quiere en Valencia, Pontevedra, Logroño o Pamplona por ese chico alegre, tímido y gamberro de vez en cuando, o por esa madre atenta, entrañable y amiga de todos.

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Gedeón Guardiola es también Paula, porque si hay alguien que conoce al campeón esa es su mujer. Cómplice desde los siempre duros inicios de una carrera deportiva, Paula ha ayudado a orientar en lo personal y en lo profesional a Gedeón. Uno no sería lo que es sin la otra, y juntos saben construir lo que todo vínculo afectivo aspira llegar a ser.
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Gedeón Guardiola es también gemelo, porque Isaías merece tanto como su hermano el título de mejor del mundo. Qué se puede decir de dos gotas de agua que lo comparten todo excepto sus herramientas de trabajo; la diestra del primero y la zurda del segundo. Sus vidas deportivas se han cruzado, separado y vuelto a cruzar a lo largo de los dos últimos lustros, hasta alcanzar seguramente el punto más dulce de su trayectoria a 2.000 kilómetros de casa, a orillas del Rin, en el Rhein-Neckar Lowen alemán. Allí están ayudando a forjar uno de los proyectos deportivos más prometedores de la escena balonmanística europea, pero también están aprendiendo de lo duro de estar lejos, de volver a empezar, y de las incertidumbres de una profesión tan compleja como la de jugador de balonmano.

Gedeón Guardiola es Petrer, porque si hay algo que lleva dentro y que exterioriza sin complejos es su ciudad, su pueblo. La distancia suele hacer a uno estrecharse con tierra, y eso lo saben muy bien los gemelos, que desde que eran unos niños han deambulado por medio mundo. Gedeón está orgulloso de Petrer, pero lo que no sabe es que Petrer hoy se siente campeona del mundo gracias a él. Desde el Palau Sant Jordi de Barcelona se escuchó un «¡Viva Petrer!» que durante mucho tiempo resonará. Nadie dudará en gritar hoy ¡Viva Gedeón!
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