De convento a manicomio

 

*Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Petrer Mensual nº 56, agosto de 2005

En el actual barrio de Santa María de la Cabeza, más conocido por “el mercadillo”, se asentaba hasta hace sesenta y seis años el edificio del Manicomio Provincial. Funcionó como tal apenas cincuenta años, pero ha dejado una profunda huella en la memoria colectiva.

Barrio de Sta. María de la Cabeza en donde se edificó el convento.

Este edificio que hoy tendría más de 450 años, nació como convento de Padres Franciscanos en el siglo XVI. Ése fue el deseo de los primeros Condes de Elda; fundar en el campo y entre ambas poblaciones un faro de la fe católica que la asegurara frente a la influencia de los moriscos, es decir, los árabes obligados a abandonar el Islam para acogerse al Catolicismo, y que sin embargo, continuaban en secreto practicando los ritos y tradiciones religiosas de sus ancestros. Los Condes pusieron la primera y la segunda piedra y encima la tercera pero ésta era preciosa, una joya hecha de diamantes y labrada a mano que simbolizaba el apoyo incondicional al convento durante generaciones. La construcción y el mantenimiento de los catorce frailes que lo habitaron corrió por cuenta de los Condes mientras éstos vivieron,y aún después, dejaron encargado en su testamento que sus descendientes continuaran haciendo lo propio.

Un total de treinta y cuatro metros de anchura por cincuenta y cuatro de longitud era la envergadura del convento, dueño también de algunas hectáreas de cultivo junto a él. Cuando el edificio del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, que así fue bautizado por sus fundadores en 1552, servía como Manicomio Provincial, todavía conservaba en sus proximidades los característicos cipreses seculares que plantaron tres siglos antes los Franciscanos. Ahora, entrado ya casi el 1900 y funcionando como Manicomio, hacían sombra a los vecinos que a pié recorrían el camino Elda-Petrer por la senda de polvo blanco, atravesando el campo que las unía.

Recuerdan Jesús y María, octogenarios vecinos de la actual calle Virgen de la Cabeza, que al poco de ser demolida la fábrica del edificio y antes de levantar el barrio, “era todo campo lo que había alrededor”. “Yo bajaba”, continúa narrándonos María mientras se esfuerza en visualizar una realidad tan distinta sobre el mismo suelo, que parece otra -“yo bajaba a lavar al lavador que hay al final de la calle, y que ahora es el centro social del barrio, y de la acequia para arriba no había ninguna casa. “Aquí, a mano izquierda” nos señala la primera calle en cuesta a mano izquierda “había un barranco y la parte de arriba, donde ahora está la guardería y el edificio de al lado, era el solar del Manicomio”

Su sobrio cuerpo de planta cuadrada, con tres alturas sin balcones en la fachada y ventanas enrejadas, resultó ser muy versátil gracias a su estilo austero y funcional y a su amplitud. Lo que en un principio habían sido celdas para los frailes, se transformaron fácilmente en aulas cuando el convento fue utilizado como colegio. Hasta que nuevamente la milicia de Elda lo ocupara como cuartel durante seis años, en 1841, habrían de pasar largos años de abandono y deterioro. Conoció el que fuera convento hasta la época de Mendizábal y su aún hoy polémica ley de amortización de bienes eclesiásticos, una etapa más larga de actividad, aunque no de estabilidad al llegar el año 1862.A partir de esta fecha, el edificio fue destinado a cubrir las funciones de Hospital Provincial del Distrito para los denominados pobres de solemnidad o paupérrimos, para las localidades de Elda, Villena, Monóvar y Novelda. En poco tiempo el Hospital estuvo preparado para alojar a más de doscientos enfermos y contaba además con una sala de lactancia destinada a acoger a niños abandonados.

Según publicación de 14 de junio de 1884 en el periódico “El Graduador”, y cito textualmente: “Al crearse el mencionado hospital se le dotó cumplidamente de camas de hierro que no se apolillan ni se comen colchones,ropas para los mismos;loza en grande escala (…), y una batería de cocina para todos los enseres necesarios (…), ¿qué quedaba de todo esto en el año 1884, cuando el secretario del gobierno civil firmó un célebre expediente? Nada, absolutamente nada”.

En el solar en donde se asiente la guardería, en la calle Virgen de la Cabeza, se encontraba el convento después reconvertido en manicomio y luego en hospital.

 

No era extraño que el Hospital de Elda ocupara las páginas de los diarios de la época con motivo de sus irregularidades, que en ocasiones tenían relación con los presupuestos y en otras con el despido masivo de sus empleados, cuando no con las continuas pérdidas de partidas hospitalarias.

Finalmente y una vez estudiado el estado de los centros de beneficencia en la provincia por una Comisión Provincial, se tomó la determinación de suprimir tanto el de Alcoy como el de Orihuela y conservar el de Elda como Manicomio Provincial, dado su excelente ubicación en el campo y sobre una pequeña elevación que lo convertían en un lugar higiénico y ventilado. Comienza así la etapa más cercana a la memoria colectiva y la última que conocería el vetusto edificio que fue un tranquilo refugio de frailes y creyentes, alguna vez.

Mercedes, que sobrepasa con creces los ochenta años, recuerda sin embargo como si fuera ahora mismo, la estrecha relación que la ha unido al manicomio Provincial a lo largo de su vida. Su bisabuela, nos cuenta,trabajó como enfermera cuando éste era hospital, su abuelo fue portero del Manicomio, y por último, el capítulo que más le cuesta recordar, es que su madre estuvo internada durante nueve meses, “antes de la guerra”, precisa, siendo ella y sus hermanas muy pequeñas. Hoy, como cada fin de semana, las cuatro hermanas se reúnen para merendar y charlar sobre un asunto que llevan, me temo, mucho tiempo olvidando. Todas están de acuerdo con Mercedes, que es la mayor, en que “mi madre ingresó por un ataque que le sobrevino a consecuencia de un disgusto, siempre lo han dicho. Cuando le daban los ataques no la podían sujetar entre dos hombres, entonces la llevaban a una habitación que no tenía nada, solo paja, para que no se hiciera daño, hasta que se le pasara”. No poseen más información acerca de la enfermedad de su madre, ni sobre sus causas, tampoco tiene un nombre.

A esta altura de la conversación, María ha tenido que salir del acogedor salón al que llega la música del cuarto de al lado en donde ensaya la nieta de Mercedes, que toca el piano. Está emocionada. Más relajada,después de un rato, reanudamos la cháchara, primero sobre otras cosas y poco a poco surgen los detalles: “Subías malamente porque el camino era de tierra” comenta Aurelia, mujer de formidable carácter que a su edad representa veinte años menos y aún conduce, “había unos escalones por los que entrabas al pequeño jardín de la puerta que tenía muchas flores. También había una tapia pero luego se cayó y estaba allí en ruinas, cuando ya lo desabitaron. La puerta era muy grande y la entrada también, y siempre había flores. Desde la entrada se veía un pasillo muy ancho y brillante y a los lados estaban las habitaciones con rejas”.

Durante algún tiempo parece que el Manicomio permaneció abierto antes de ser derruido hasta los cimientos, y durante esa temporada los niños del barrio acudían allí a jugar junto con las personas que iban para rescatar alguna pieza que pudiera servirles de algo, como alguna cama en buen uso o las bañeras. Entonces fue cuando por primera vez accedieron con total libertad a las celdas de los internos. En todas estaban pintadas las paredes con nombres, fechas y muchas imágenes de santos, pero la más popular entre todas era la que representaba a la Virgen con una Gallina en la cabeza y bajo se leía: Ave María. Con la ocurrencia terminamos la divertida tertulia, reflexionando acerca de la importancia de dar un nombre a las cosas que queremos que existan, que deben existir.

* Se han omitido los apellidos de las personas que aparecen en este reportaje para preservar su identidad, según su propio deseo.

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