- Petreraldia.com – Noticias de actualidad de Petrer y su comarca - https://petreraldia.com -

A nuestro castillo le falta más altura en la torre cuadrada (I)

[1] [2]Tenemos que felicitarnos por los recientes trabajos de conservación y mejora realizados en el  castillo de Petrer, aunque, mirándolo bien, algunos vecinos pensamos que habría que  aumentar  la altura a la torre cuadrada, llamada de homenaje. Se siente   la ausencia total de barandillas que faciliten la subida a la fortaleza y no vendría mal plantar más árboles y arbustos y lo que es más importante,  hacer público el reconocimiento  a las personas que iniciaron su reconstrucción e hicieron posible convertir  unas maltrechas y olvidadas ruinas, en un monumento   de interés cultural, histórico y paisajístico, patrimonio común y símbolo  de Petrer y sus habitantes.

UN POCO DE HISTORIA

No se conoce  con exactitud en que año el castillo de Petrer quedó deshabitado. Durante la guerra de Sucesión 1707-1714, la fortaleza albergó durante un tiempo, una compañía de franceses y, unos años más tarde, durante el primer tercio del siglo XVIII, el castillo dejó de estar habitado definitivamente. Con el paso de los años, la acción de los elementos y el abandono de sus moradores convirtieron sus viejos sillares y estancias, en material de construcción barato para las casas que se levantaban en la ladera cercana. El alcalde de la fortaleza, su familia, el personal de servicio y un reducido cuerpo de guardia, dejaron de pasar frío en el interior de sus viejas y mal conservadas estancias y que la  antigua fortaleza había perdido su función de vigilancia y control del territorio.

A través del testamento que el Conde de Cocentaina y señor de Petrer dictó en 1474, traducido por Jaime Richart Gomás y publicado en el nº 5  de la Revista del Vinalopó,  conocemos que  “siguiendo la tónica de los demás castillos, la fortaleza de Petrer ofrece un escaso mobiliario, una cama de la que sólo se citan los pies y las tablas que soportarían el colchón; 2 bancos de madera y una mesita para comer, una escalera de madera, un telar y poco más. Se cita el horno de cocer pan y un molino harinero completo de tracción animal, 8 grandes tinajas con mijo y 2 cahices de sal; mientras que las 25 tinajas de aceite están vacías. El suministro de agua se supone se haría desde un aljibe que no se detalla, aunque si figura el pozal, la polea y el cántaro para agua.”

“La dotación artillera  que poseía el castillo constataba, principalmente, de 10 espindargas (pieza de artillería ligera), 1 cervatana (cañón ligero y largo), 6 butanos (primitivas bombardas o morteros.) Provisión de azufre y salitre para la fabricación de pólvora. El armamento de mano estaba formado, por 19 ballestas, de las cuales 13 eran de acero y el resto de madera, con su dotación de saetas; así como 15 hondas de cáñamo. Además se inventariaban 15 paveses, 6 corazas y 2 bacinetes, sin contar 2 cinturones y diversas herramientas para usos varios.”

“La capilla es la única estancia del castillo que quedó inventariada con denominación propia. En ella se encontraba un altar de yeso con un frontal de estameña. Igualmente se menciona un pequeño retablo plegable, una escultura en yeso de Santa Catalina, patrona de la capilla, así como un relicario de plata dorada con la falange de uno de sus dedos, y sorprendentemente un huevo de avestruz. También el cáliz, el crucifijo y vestiduras litúrgicas. Hay que añadir a todo esto, 4 grilletes de hierro para prisioneros y una esclava mora del terreno.”

Finalmente, apuntar que una campana situada en lo alto de las almenas, una bocina o cuerno y  una bandera de cáñamo con las armas del conde  eran los elementos para dar la alarma.

Medio siglo después del abandono de la fortaleza,  Josep Montesinos, erudito y catedrático de humanidades de Orihuela, escribía en 1790 en su Crónica Apuntes sobre la fundación de la ilustre Villa de Petrer  “… y así se reconoce hasta llegar a las primeras ruinas del castillo, casi derruido en su eminencia. En lo más inferior de lo arruinado todavía hay un muro a Poniente que mira a la población… Lo más elevado, pues, del cerro son peñascos escarpados, sobre estas rocas se mantiene el edificio principal del castillo. El recinto interior contiene sus edificios casi todos derruidos especialmente en los altos, pero hasta ahora se mantiene en el primer piso una sala larga de 50 palmos… … en el centro se encuentra una torre cuadrada que era la porción más elevada de modo que se reconoce y se ha reconocido de haber tenido tres o cuatro órdenes de habitación, una sobre otra, se sabe que desde el año 32 de esta centuria empezaron poco a poco a desacerle, llevándose sus despojos hasta las rexas y puertas que tenía aforradas con planchas de hierro…”

Al deterioro natural causado por el paso del tiempo, y la acción destructiva del hombre  hay que añadir la acción fugaz y a veces devastadora de las ondas expansivas de  los movimientos sísmicos  provocados por terremotos de grado medio  que durante  siglos asolado nuestras comarcas cercanas. Es  conocido  que en los años 1730 y 1787 se registraron  en próxima ciudad de  Elche  movimientos sísmicos de intensidad 7, aunque el mayor terremoto que se tiene constancia tuvo lugar el 21  de marzo de 1829 en Torrevieja. La Torre de Calahorra de Elche quedó reducida su altura a  la mitad. Este terremoto se apreció en Petrer, según Lourdes Nadal, sismógrafa de la Universidad de Valencia, en su artículo publicado en el diario Las Provincias en el mes de septiembre de 2003.  Todo hace pensar, que las obras de mampostería más elevadas, encima de una colina que soporta el peso considerable del castillo, la lluvia el viento… sea lo primero en caer.

Cuando Josep Montesinos escribe en su crónica, que la torre cuadrada, llamada de homenaje tenía “tres o cuatro órdenes” de altura, no hace más que confirmar lo que todavía se puede apreciar en las fotografías de los años 50 y 60. Si miramos con detalle estas imágenes  tomadas años  antes de  comenzar la reconstrucción, se observa que  en lo más alto de la torre quedan  restos a una altura de uso por encima de la planta actualmente reconstruida.

Otro elemento que  refuerza nuestra hipótesis de que  la reconstrucción de la  torre no ha sido fiel a la altura   que pudo tener antaño, es que el castillo de Petrer, tiene la rareza arquitectónica de ser el único que tiene escalera y acceso exterior para subir a la torre. Esto nos hace pensar en una torre más elevada ya  que su principal cometido de vigilancia, aviso y control a través de señales con otras fortalezas cercanas quedaría en parte mermado en cuanto a la visibilidad.

[1]
Desde el fondo documental del consistorio nos han cedido fotografías para que podamos acercarles algunas de las imágenes más antiguas que existen sobre el castillo.

[3]

LAS CUEVAS-CASAS  DEL CASTILLO.

En el siglo XIX  con la abolición de los señoríos,  las extensas  propiedades del Conde de Cervellón, entre ellas el Castillo de Petrer,  se vieron afectadas. Décadas más tarde,   la fortaleza y sus reducidas tierras quedaron al margen  de la desamortización que el Estado llevó a cabo entre 1837 y 1855. Todavía no se conoce con exactitud, el momento y la forma en que se  efectúa el traspaso de la propiedad del castillo  a la iglesia. Concha Navarro, historiadora y  experta en estos temas, opina que es posible que se creara una capellania o fundación por el que ciertos bienes  quedan sujetos a cumplimiento de misas u otras acciones. Escribe el Presbítero Conrado Poveda en sus apuntes, (Pág. 59) “… la iglesia es desde inmemorial propietaria del castillo y tierras del castillo con 4 hectáreas, 82 áreas y 98 centiáreas y sus rentas se destinan para las hostias del culto, casa o vivienda de la capellanía de San José, fundada por José Cortés Collado”.

La ocupación de la ladera del castillo y la muralla ocurre durante los primeros años del siglo XX. Sabemos que la excavación y construcción de cuevas y corrales se produjo, al principio,  de una manera espontánea, los “okupas” de tierras eran familias sin medios económicos, jornaleros, peones agrícolas o trabajadores en general; gente sencilla, pobre y cargada de prole y  sin posibilidades económicas de vivir en otro lugar. La iglesia no puso obstáculos a la ocupación aunque se dio por enterada al comienzo,  hasta años más tarde, no formalizó a través de un contrato de alquiler por el que  obtenía una pequeña renta anual por el uso de la vivienda-cueva.

Las obras de excavación  en las entrañas de las faldas de colina o de la muralla, deparaban sorpresas inevitables. No era extraño encontrar fragmentos de cerámica junto con  algún que otro esqueleto de cristiano o moro que, como no podía ser de otro modo, no iba a ningún museo arqueológico. La mayor parte de las cuevas tenían una estancia para los niños, que eran cuatro o cinco casi siempre, una pequeña cocina de leña, el banco para los cántaros de agua… con la ayuda de todos,  familia y  vecinos  con los años y mucho trabajo, las cuevas se convertían en lugares “agradables” para  vivir a pesar de las carencias y los inconvenientes como la falta de luz eléctrica o agua corriente. Recuerda una persona que durante muchos años  habitó en una de las cuevas de la muralla que, en una ocasión, un turista de origen alemán, visitó las cuevas interesándose por esta forma específica de construcción y la forma de vida de sus moradores.

dsc00402 [2]
Sólo tienen que comparar el aspecto actual del castillo con el aquí presentado para comprobar lo duro que se ha trabajado en su rehabilitación.
[4]
Detalle de las Casas-Cueva.
[5]
Una imagen con más perspectiva.

Con el paso de los años, muchos de los contratos de alquiler se convirtieron en  compras definitivas. En 1928 vivían en contrato de arrendamiento treinta y cuatro familias, entre ellas la de  Juan Bta. Brotóns Navarro, Antonio Amorós Ferrer, Ricardo Rico Reig entre otros.  El último arrendamiento efectuado es del año 1965 y se hizo a nombre de Miguel Rico Maestre. En este mismo año, veinticinco familias habitaban cuevas-casas de propiedad entre ellos: Máximo Poveda Poveda, Primitiva Sabuco Sambartolomé , Antonia Maestre Redondo, Francisco Navarro Navarro, Luis Navarro Jover, Vicente Alcaraz Poveda… eran la “gente del castillo,” “Quinto», «Peñetes», «Bolillo», «Carnasa” y tantos otros que con un saco de harina, aceite y una “cherra de olives” sacaban para adelante a la prole y sobrevivían a las dificultades con un salario en precario y muchas y periódicas temporadas de paro.

Como muchos niños de Petrer  disfruté jugando en las ruinas del castillo. Recuerdo que la banda de chicos del lugar era “temible”. Certeros en lanzar piedras, a mano o con tirador, en pocas ocasiones, por no decir nunca, se dejaban  arrebatar su territorio. Una larga y  sobresaliente roca se  convertía en  un rápido tobogán. La tierra, tierra polvorienta, polvo milenario que impregnaba todas las estancias de la fortaleza, la “Sala de la Reina”, “el aljibe”,  “la cárcel”… recuerdo los lienzos de las almenas vencidos y destartalados a punto de caerse, también, aquellos grandes ventanales, casi cuadrados, abiertos mirando al pueblo  buscando reutilizar sus tallados sillares de piedra…

Nunca se encontró el pasadizo secreto, que según la leyenda, conducía del castillo a la iglesia. Muchas generaciones de chicos lo buscamos  excavando en la zona de la  gran cisterna y en las estrechas  hendiduras de los roquedos exteriores. Nuestro  cuerpo menudo y frágil viajaba con la imaginación a castillos de ensueño habitados por reyes y princesas, tesoros, armas y riquezas. Estábamos convencidos que el pasadizo secreto existió y que los condes y sus allegados lo utilizaban en momentos de asedios y peligro. También se contaba que  cuando la fortaleza ya estaba abandonada, unos niños  encontraron el pasadizo, se perdieron  y salieron  días después,  a la calle mayor, muy cerca del Ayuntamiento. Bueno, eso nos contaron y creímos la mayoría de los chicos de Petrer. Los tiempos de gloria, si es que los hubo, dejaron paso a una fortaleza   usada de gallinero, corral de ganado, como huerto, lugar de escarceos amorosos, de inmenso cuarto de aseo, de pizarra o pared donde escribir el nombre cada 4 de diciembre, festividad de Sta. Bárbara, de teatro de operaciones para guerra de bandas infantiles, de escondite al acabar la guerra civil de libros y papeles, también de pistolas y armas cortas… nuestro castillo desde su atalaya privilegiada es  testigo de nuestras vidas y referente insustituible del paisaje que nos vio nacer.