A nuestro castillo le falta más altura en la torre cuadrada (I)

LAS CUEVAS-CASAS  DEL CASTILLO.

En el siglo XIX  con la abolición de los señoríos,  las extensas  propiedades del Conde de Cervellón, entre ellas el Castillo de Petrer,  se vieron afectadas. Décadas más tarde,   la fortaleza y sus reducidas tierras quedaron al margen  de la desamortización que el Estado llevó a cabo entre 1837 y 1855. Todavía no se conoce con exactitud, el momento y la forma en que se  efectúa el traspaso de la propiedad del castillo  a la iglesia. Concha Navarro, historiadora y  experta en estos temas, opina que es posible que se creara una capellania o fundación por el que ciertos bienes  quedan sujetos a cumplimiento de misas u otras acciones. Escribe el Presbítero Conrado Poveda en sus apuntes, (Pág. 59) “… la iglesia es desde inmemorial propietaria del castillo y tierras del castillo con 4 hectáreas, 82 áreas y 98 centiáreas y sus rentas se destinan para las hostias del culto, casa o vivienda de la capellanía de San José, fundada por José Cortés Collado”.

La ocupación de la ladera del castillo y la muralla ocurre durante los primeros años del siglo XX. Sabemos que la excavación y construcción de cuevas y corrales se produjo, al principio,  de una manera espontánea, los “okupas” de tierras eran familias sin medios económicos, jornaleros, peones agrícolas o trabajadores en general; gente sencilla, pobre y cargada de prole y  sin posibilidades económicas de vivir en otro lugar. La iglesia no puso obstáculos a la ocupación aunque se dio por enterada al comienzo,  hasta años más tarde, no formalizó a través de un contrato de alquiler por el que  obtenía una pequeña renta anual por el uso de la vivienda-cueva.

Las obras de excavación  en las entrañas de las faldas de colina o de la muralla, deparaban sorpresas inevitables. No era extraño encontrar fragmentos de cerámica junto con  algún que otro esqueleto de cristiano o moro que, como no podía ser de otro modo, no iba a ningún museo arqueológico. La mayor parte de las cuevas tenían una estancia para los niños, que eran cuatro o cinco casi siempre, una pequeña cocina de leña, el banco para los cántaros de agua… con la ayuda de todos,  familia y  vecinos  con los años y mucho trabajo, las cuevas se convertían en lugares “agradables” para  vivir a pesar de las carencias y los inconvenientes como la falta de luz eléctrica o agua corriente. Recuerda una persona que durante muchos años  habitó en una de las cuevas de la muralla que, en una ocasión, un turista de origen alemán, visitó las cuevas interesándose por esta forma específica de construcción y la forma de vida de sus moradores.

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Sólo tienen que comparar el aspecto actual del castillo con el aquí presentado para comprobar lo duro que se ha trabajado en su rehabilitación.
Detalle de las Casas-Cueva.
Una imagen con más perspectiva.

Con el paso de los años, muchos de los contratos de alquiler se convirtieron en  compras definitivas. En 1928 vivían en contrato de arrendamiento treinta y cuatro familias, entre ellas la de  Juan Bta. Brotóns Navarro, Antonio Amorós Ferrer, Ricardo Rico Reig entre otros.  El último arrendamiento efectuado es del año 1965 y se hizo a nombre de Miguel Rico Maestre. En este mismo año, veinticinco familias habitaban cuevas-casas de propiedad entre ellos: Máximo Poveda Poveda, Primitiva Sabuco Sambartolomé , Antonia Maestre Redondo, Francisco Navarro Navarro, Luis Navarro Jover, Vicente Alcaraz Poveda… eran la “gente del castillo,” “Quinto», «Peñetes», «Bolillo», «Carnasa” y tantos otros que con un saco de harina, aceite y una “cherra de olives” sacaban para adelante a la prole y sobrevivían a las dificultades con un salario en precario y muchas y periódicas temporadas de paro.

Como muchos niños de Petrer  disfruté jugando en las ruinas del castillo. Recuerdo que la banda de chicos del lugar era “temible”. Certeros en lanzar piedras, a mano o con tirador, en pocas ocasiones, por no decir nunca, se dejaban  arrebatar su territorio. Una larga y  sobresaliente roca se  convertía en  un rápido tobogán. La tierra, tierra polvorienta, polvo milenario que impregnaba todas las estancias de la fortaleza, la “Sala de la Reina”, “el aljibe”,  “la cárcel”… recuerdo los lienzos de las almenas vencidos y destartalados a punto de caerse, también, aquellos grandes ventanales, casi cuadrados, abiertos mirando al pueblo  buscando reutilizar sus tallados sillares de piedra…

Nunca se encontró el pasadizo secreto, que según la leyenda, conducía del castillo a la iglesia. Muchas generaciones de chicos lo buscamos  excavando en la zona de la  gran cisterna y en las estrechas  hendiduras de los roquedos exteriores. Nuestro  cuerpo menudo y frágil viajaba con la imaginación a castillos de ensueño habitados por reyes y princesas, tesoros, armas y riquezas. Estábamos convencidos que el pasadizo secreto existió y que los condes y sus allegados lo utilizaban en momentos de asedios y peligro. También se contaba que  cuando la fortaleza ya estaba abandonada, unos niños  encontraron el pasadizo, se perdieron  y salieron  días después,  a la calle mayor, muy cerca del Ayuntamiento. Bueno, eso nos contaron y creímos la mayoría de los chicos de Petrer. Los tiempos de gloria, si es que los hubo, dejaron paso a una fortaleza   usada de gallinero, corral de ganado, como huerto, lugar de escarceos amorosos, de inmenso cuarto de aseo, de pizarra o pared donde escribir el nombre cada 4 de diciembre, festividad de Sta. Bárbara, de teatro de operaciones para guerra de bandas infantiles, de escondite al acabar la guerra civil de libros y papeles, también de pistolas y armas cortas… nuestro castillo desde su atalaya privilegiada es  testigo de nuestras vidas y referente insustituible del paisaje que nos vio nacer.

2 thoughts on “A nuestro castillo le falta más altura en la torre cuadrada (I)”

  1. Boni, un reportaje muy interesante, muy documentado y muy entrañable para mí.
    Lo único malo que tiene ,!es qué yá me lo he leido¡, con lo bién que me lo estaba pasando.
    Lo de la «banda del Castillo», me ha devuelto de repente, a mi niñez, y lo de los pasadizos y túneles desde la iglesia al castillo, me lo creí siempre a pies juntillas.Recuerdo que cuando se hundió, por primera vez el firme en la plaza de la Iglesia(cuando se cayó «el Pajarillo»), pensé ,¡por fin, el famoso pasadizo secreto!
    Un disfrute, leerte.

  2. Me encanta la mezcla que hace el autor de referentes históricos y memoria personal porque lo uno enriquece a lo otro y lo hace más vívido. Enhorabuena por el artículo.

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