…Y que vuelva el sereno

tradicionvsmodernidad

Un verdadero placer volver a dirigirme a ustedes desde esta tribuna independiente, rasgo que  no ha de ser tomado a la ligera -y menos en los tiempos que corren-. Como saben, un artículo de opinión es un espacio en el que alguien (en este caso un servidor) expone y reflexiona alrededor de un asunto que considera de interés; a veces más de uno. Otra cosa será que el modo de afrontarlo guste más o guste menos. A decir verdad, no considero que el éxito del texto resultante implique siempre la coincidencia entre la tesis y el sentir general. Todo dependerá de la intención con la que se escriba: ¿por qué suponer idénticos fines para todos los opinantes?. En mi caso me gusta imaginar que, durante unos minutos, soy capaz de abstraer al lector de su «rutina mental» para mostrarle jardines menos transitados, no necesariamente comunes ni mejores. Dejemos a otros las lecciones de cómo deben ser las cosas.

 En esta ocasión he querido compartir espacio con dos amigos: Antonio García y María del Carmen González. En ambos confluyen dos curiosas características que conviene subrayar. La primera de ellas es que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), poseen los nombres y apellidos más frecuentes en España. Segundo, ninguno de ellos existe fuera de un contexto estadístico. Quiero decir que no son personas de carne y hueso, claro que no por ello dejan de sufrir y sentir como cualquier otro ser humano. Y aunque le suene a disparate, son con toda seguridad más representativos de la realidad española que usted o yo mismo.

Antonio y María del Carmen nacieron en el Centro de Investigaciones Sociológicas (CSIC), pero no en cualquiera de sus oficinas o centros repartidos por nuestra geografía. Vinieron al mundo en el seno de los estudios nº 3057 y nº 3059, algún día de marzo del 2015. Apenas han cumplido tres meses. Sería injusto referirnos a ellos como artificios surgidos de mi cabeza, en realidad son productos matemáticos que representan lo que la mayoría de la población opina. Entiéndase «mayoría» como un porcentaje siempre superior al 70%;  el vivo retrato del español/a promedio. ¿Me dirá ahora que siguen siendo ficticios o, por el contrario, muy pero que muy reales?. Veamos cuál es su valoración sobre la actualidad de nuestro país. Nada mejor que invitarlos a un café y tomar algunas notas. He aquí la crónica:

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  Antonio y María son pesimistas en cuanto a la Política y a la Economía, obviamente a ellos también les afecta la dichosa crisis. En la conversación afloran sus tres principales preocupaciones: el paro (lacra en su entorno), la corrupción y el fraude (¿cómo no?) y la inestabilidad a la que parecemos abocados. Tampoco se olvidan de la sanidad ni de los desbarajustes sociales tan comentados estos últimos años. Antonio es categórico: afirma que la situación económica se podría calificar de mala o muy mala. María muestra el mismo parecer y añade que la respuesta sería idéntica para la clase política. En este punto hemos discutido un buen rato (pues un buen Rato no es posible) si es moralmente aceptable la continua exigencia a una población que en nada ha sido responsable, en todo caso víctima. 

En cuanto a su situación particular, los dos tienen trabajo. Sin embargo, por más que se consideran afortunados, les inquietan las últimas reducciones salariales sufridas y otros recientes cambios en las condiciones laborales a las que han tenido que hacer frente. Antonio y María trabajan en el sector privado. Es raro el mes que consiguen ahorrar un poco de dinero, en general apenas cumplen con los pagos mensuales. En lo que se refiere a su futuro no son demasiado optimistas, supongo que yo tampoco. Antonio es un apasionado de las motos, afición a la que ha tenido que renunciar por el momento. Sencillamente no le llega. María se mudó a principios de año a una nueva casa de alquiler, ella y su marido esperan un hijo y necesitarán más espacio. Nos ha mostrado orgullosa algunas fotografías del salón y de la cocina, en cuanto dispongan de algún dinerillo piensan cambiar algunos muebles. Ni Antonio ni yo le hemos negado el claro parecido entre su pequeña Lucía  y el padre, ¡es increíble la nitidez de las ecografías de hoy en día!.

Objetivamente, la situación de mis dos invitados a este artículo no puede calificarse como «buena». No obstante no es esa la sensación que transmiten: sobran las ganas de vivir, de superar  obstáculos y no carecen de ilusión. De hecho, a la pregunta final en la que puntuaban en una escala del 0 al 10 su grado de felicidad ninguno ha bajado del 7. ¡No está mal!. Nos hemos despedido y he insistido en pagar la cuenta. El camarero ha cobrado sólo un café. Fin de la crónica.

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  La charla ha sido interesantísima. Muchas son las conclusiones a las que podríamos llegar, de entre todas ellas en mi cabeza persiste una cuestión: ¿contamos con un sistema a la altura de la sociedad?. Por momentos creo que los hombres y las mujeres que construimos la ciudadanía -todos los días- somos los únicos garantes de que «esto funcione«. Se me figura que todo el artefacto que simula estructurar la convivencia es un apósito inútil, un lastre con el que nos hemos acostumbrado a caminar. Y tanto hemos caminado de esta guisa que hasta lo creemos imprescindible. Sí, definitivamente los hombres y las mujeres de a pie merecemos más respeto que el ARTEFACTO que se autoerige salvaguarda de las libertades democráticas. ¡Uf!, ¿adónde me conducen estos derroteros?, ¿soy anarquista por defender la ausencia de un gobierno?… La razón, no tan susceptible a la emoción, interviene y niega semejante idea: ¡claro que conviene un orden por el que regirse!. Ahora bien, ¿no será que soportamos una SUPERESTRUCTURA  que (además de inoperante) absorbe excesivos recursos?. ¿De verdad no es posible replantearnos absolutamente todo desde el principio?. ¿Es coherente, en plena era digital, mantener estructuras políticas que vieron la luz entre los siglos XVIII y XIX?. ¿Tan inverosímil es reinventar fórmulas de gobierno acordes al siglo XXI?.  Me explicaré:

 Un smartphone, como el de cualquier hijo de vecino, es infinitamente más potente que el más ambicioso de los primeros ordenadores IBM. Con una sencilla APP somos capaces de comunicarnos al instante con cualquier persona en el mundo; enviar fotografías, documentos, videos… y por supuesto recibir respuesta. Hace décadas que las empresas controlan su contabilidad mediante avanzadas herramientas informáticas (que avisan de los desvíos del presupuesto inicial). Las videoconferencias son práctica habitual, ¿para qué perder tiempo y dinero formalizando una «reunión analógica»?. La información hoy se comparte sin límites y, lo que es mejor, a tiempo real. Los medios de transporte permiten viajes rápidos y cómodos entre puntos distantes, por lo que una persona puede conocer de primera mano qué sucede en diferentes ciudades, provincias y comunidades. Infinidad de áreas del conocimiento rayan a magníficas alturas, listas para ser aplicadas al buen gobierno de una región o de un país. Y a pesar de eso, seguimos creyendo inamovible un MACROAPARATO en el que conviven ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones autonómicas, gobiernos regionales, senado, congreso, europarlamentos, instituciones públicas, empresas públicas, ministerios, reales casas, inaccesibles carteras de asesores, nobles abolengos, etcétera, etcétera, etcétera. ¿Habrán oído hablar del Skype o de Internet?, ¿son sabedores de que la Biología ha confirmado que el color de la sangre humana es universalmente rojo?           

Con el permiso del lector, me dirijiré al Sr. Presidente de la Nación; soy incapaz de reprimir por más tiempo el deseo de contribuir a un mundo coherente. No sé si más justo.

Estimado D. Mariano Rajoy (o en su defecto quien estuviere), quisiera proponer una solución para resolver el anacrónico panorama que hoy vivimos. Ya sabe a lo que me refiero, a eso de continuar con estructuras tan antiguas como el betún. Muy a mi pesar, amante de la Arqueología y la Historia Antigua, va siendo hora de hacer uso de tantas modernidades.

            Ni que decir tiene que son igualmente válidas otras alternativas en aras de la coherencia. Por ejemplo, es factible la prohibición de la electricidad, de los vehículos a motor, de los teléfonos móviles  o de la propia conexión a internet. En su lugar se restablecerían el transporte equino, el burro, las velas como iluminación artificial, el horno público… volarían las palomas mensajeras y despertaría de su largo sueño la pluma estilográfica. La Medicina recurriría a aquellas sangrías y reviviríamos tantos y tantos recuerdos entrañables. ¿¡No me diga  que no sería genial recuperar la figura del sereno!?. «¡Sereeeenoooo!».

P.D.1.  Asegúrese de que los que ahora pretenden el cambio no caigan en la cuenta de esta         incoherencia.

            P.D.2. Si se decantara por la primera opción, debería planificarse en un plazo lo             suficientemente largo para soslayar el impacto sobre los niveles de paro.

     P.D.2.a. Será recomendable implementar los esfuerzos de formación para los nuevos                   parados.

   Sin otro particular…

 

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