Vallas rojas de última hora

 

Una librería no es un lugar frecuentado, máxime en estos tiempos. Las pantallas de ordenadores, e-readers, tablets y smart-phones han desterrado al papel, o poco les queda. Usted y yo somos en este preciso instante ejemplo de ello. Seguramente por eso el señor con el que coincido en el estrecho pasillo acaba de mirarme extrañado, «¿Quién será este loco?». Es justo reconocer que he pensado lo mismo de él… Los minutos transcurren y sigo perdido entre magníficos libros sorprendentemente económicos, ¿es consciente la gente de lo baratos que pueden llegar a ser?.  Afuera, ya en la calle, el trajín de siempre; gente aquí y gente allá. Reinan las prisas por llegar a no sé qué lugar para hacer quién sabe qué. Todo urge, nada puede esperar: bienvenido al mundo “fast“. Al final de la avenida, sentados en un banco, conversan tres ancianos.  Deben rondar los ochenta. Se les ve tranquilos, al margen.

Es un miércoles cualquiera y no he acudido al trabajo (que por fortuna mantengo). Arrastro la fiebre de la pasada noche, supongo que será una de esas gripes estacionales. ¡Qué cosas!, de no ser por tan inconveniente proceso viral, sin duda también yo formaría parte de la masa de apresurados sapiens que observo a mi alrededor. ¡Cuán rápido se vive!, ¡y con qué fuerza arrastra la corriente!. Al menos hoy me he librado. Pero dejemos la filosofía a un lado, centrémonos en el papel que cae al suelo de entre las páginas de uno de mis libros (¡zas!); porque, aunque no lo haya mencionado, acabo de comprarme dos. En él, un texto manuscrito, quizá lo escribiera el primer dueño del libro (es de segunda mano). ¿Cuántos años habrán pasado?. Lógicamente recupero la nota. La leo:

  Entre los grandes inventos de la Humanidad, y hay unos cuantos, ninguno ha demostrado  tan exitosa aplicación como el dinero. Desde la humilde moneda que, sin esperarlo, encontramos  en algún bolsillo, hasta los ejemplos más antiguos originales de algún lugar de Oriente. En cualquier caso pocos negarán el vasto campo de utilidades de tan simple artefacto. Por supuesto, el mecanismo ha evolucionado desde aquellos primeros modelos estampados sobre oro o plata. Aquel prototipo ha dado pie a múltiples adaptaciones de una misma idea (monedas, billetes, pagarés, letras de cambio, cheques, talones, transferencias bancarias, monederos virtuales futuristas…). No obstante, la esencia del invento permanece constante a lo largo de los milenios.

 El dinero cubre todas las necesidades con las que el Hombre puede encontrarse, ¿qué sé yo?, permite abrir puertas de mil cerrojos, derribar infranqueables muros a la par que tender puentes entre posiciones infinitamente alejadas. Es un «arregla-todo», magnífico compañero de viaje e inmejorable cómplice para el delito. Permuta lo bueno en malo, lo malo en bueno. Provoca el llanto o la alegría. Por no insistir en su efecto sobre las emociones, pues sólo él nos separa de nuestros sueños: cualquier deseo, por fantástico que se nos antoje, está al alcance de la mano, ¡perdón!, quise decir del dinero. Su descubrimiento cambió el mundo y todo lo que éste contenía, también al Hombre. Desde entonces, la amistad, la felicidad, la honradez y hasta el perdón, se exhiben en escaparates. ¡Si hasta se ha visto comprar amor a cambio de unas monedas!.

 Otra de sus ventajas radica en la versatilidad en cuanto a su tamaño y soporte: es posible fabricarlo con las medidas de un sobre o bien reducirlo hasta la abstracción digital más absoluta; un código binario de ceros y de unos que saltan de una sucursal a otra en un abrir y cerrar de ojos. En definitiva, el campo de posibilidades es inabarcable, y tanto es así que cada cual escoge la que más le conviene. Puede incluso hacerse desaparecer con las mismas artes con las que, algunos, lo crean de la nada. Tiene por tanto propiedades volátiles.

El lector me perdonará el descuido, el título del libro entre cuyas páginas dormía la nota es «Grandes inventos de la Humanidad«. No es un enunciado sorprendente, lo sé. Devuelvo la nota a su lugar y emprendo el camino a casa. Un ladrido me recuerda que es la hora del paseo de Thais y Lucky (mis perros). De regreso, imposible no pensar en el extraño mensaje, ¿quién y por qué  escribiría tan extravagante parrafada?, ¿es irónica o pretende ser literal?. Claro está que a los hombres y mujeres de una sociedad moderna, como de la que formo parte, nos mueven más ilusiones que la del dinero. Sin embargo no dudo que, de no satisfacerse las necesidades básicas (comida, salud, educación, trabajo y vivienda), su relevancia sería incuestionable. Me refiero a países con un menor nivel de desarrollo, carentes de gobiernos que velen por el bien común…¿no?… en fin. A decir verdad a cada paso que doy crece la duda. ¡Maldita sea!, ¿de qué sirve malgastar un segundo en esto?. La fiebre escala unas décimas, hora del paracetamol.

Mucho más divertido será echar un vistazo a los carteles electorales que aún cuelgan por todas partes. No hace ni dos días que se celebraban las elecciones autonómicas y municipales del pueblo, Petrer. La sonrisa de algunos aspirantes, conocidos los resultados, parece ridícula. El batacazo del partido gobernante ha sido morrocotudo. Y si uno saborea la amarga derrota es porque otro obtuvo la victoria: no hay cara sin cruz. Claro que, bien mirado, incluso al jugador pasivo le llega su oportunidad, ¡basta el fallo del contrario!. O aprovechar el rebufo general, ¿es mantenerse sinónimo de ganar?. En fin, háganselo mirar y que todo sea para bien… Finalmente entro por la puerta de casa, casi me olvido de la pastilla.

Aprovecho el ratito con los perros para comenzar la lectura del segundo de los libros (se entenderá que el primero haya sido relegado).  Autor: J. Benavente. Título: Los intereses creados. Uno de nuestro Nobeles. Alguien, por la radio y hace no sé cuánto,  habló maravillas de la obra. Acto I, leo:

LEANDRO y CRISPÍN que salen por la segunda izquierda.

LEANDRO- Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se advierte su señorío y riqueza.

 CRISPÍN- Dos ciudades hay. ¡Quisiera el Cielo que en la mejor hayamos dado!.

 LEANDRO- ¿Dos ciudades dices Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva, una de cada parte del río.

CRISPÍN- ¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad? Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo: una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros.

¡Pero bueno!, ¿otra vez con el dinero?. ¿Será para tanto?.

Cívicamente, recojo las heces con las que mis mascotas salpican las aceras. El proceso se desarrolla con total normalidad e higiene: una vez envueltas en esas bolsitas negras que poco dejan a la imaginación, van directas a la papelera. Recientemente, en el barrio de San José donde resido, se acometieron algunas mejoras -como en tantos otros lugares-. En este caso la instalación de dos vallas rojas en un paso de peatones cuya función se me escapa (seguro que importantísima, no me cabe duda). Añádase la ejecución de dos pistas de petanca (en un solar) con sendos bancos anexos. Reposo unos momentos en uno de ellos, no me encuentro demasiado bien, ¿quién pudiera comprar la salud?… Y a todo esto, ¿también los votos están en venta?. A la vista de lo acontecido en Petrer (desde el propio resultado electoral hasta mis queridísimas y rojas vallas), son dos las respuestas que se me ocurren. Apunte la primera:

¡Sí!,  los votos se compran, si bien es necesario destinar mayores recursos.

Por favor, ayúdeme usted con la segunda.

Pues eso.

Aquí lo tengo que dejar. Lo siento. Mejor será que me eche en la cama, mañana será otro día.

– ¡Lucky y Thais!, ¡nos vamos!.

0 thoughts on “Vallas rojas de última hora”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *