La ambición de nuestros hijos

Ages of woman

Durante el camino que es la vida todos afrontaremos, con un poco de suerte, cinco etapas: infancia, niñez, adolescencia, adultez y vejez. Siempre se defendió que la experiencia de los mayores ha de trazar la línea a seguir por los más jóvenes, pilar básico de la sociedad sapiens. Y de alguna manera la Naturaleza respalda esta afirmación que, como comprobará el lector más adelante, ha colado con tanta ligereza.

Ciertamente nuestros hijos e hijas nacen indefensos, requiriendo la total dedicación de uno, dos o más adultos. La experiencia cotidiana demuestra cómo, además de los padres (biológicos o no), a menudo se precisa del apoyo de los abuelos, tíos, amigos, vecinos… Ahora bien, ¿qué tipo de ayuda demandan nuestros querubines?: pues por lo pronto alimento y protección. Algo más tarde nuestra participación será fundamental para la construcción del carácter y dotación de las herramientas emocionales del futuro adulto. Tampoco son menos destacables áreas como el lenguaje u otras habilidades psicomotrices que conforman el desarrollo óptimo del niño o niña.

Partiendo de estas premisas indiscutibles, las madres y los padres, como este quien les escribe, nos arrogamos el rol de educador, función asumida sin medida. Así pues, toda conducta o pensamiento del niño es modulado por algún adulto responsable -no crea que la aclaración de «responsable» es redundante-. ¿Pero de verdad somos ese espejo absoluto en el que mirarse? ¿A qué estándar apelamos con aquello de «buen padre» o «buena madre»?

somos el espejo de nuestra vida

Si al lector se le planteara que la educación para con nuestras criaturas debiera ser bidireccional, en lugar de unidireccional… ¿qué me diría? Y otra cosa, ¿qué es eso de que nos asignemos su propiedad por más que por sus venas circule nuestro ADN? Miren, yo «tengo» dos hijas maravillosas, tan maravillosas como maravillosos son los hijos de cualquiera, con las que indudablemente interactúo tratando de ofrecerles lo mejor de mí; aconsejando unas veces e imponiendo otras con mayor o menor fortuna, mayor o menor acierto…

El caso es que ayer tarde me planteaba lo que ahora comparto abiertamente y cinco amigos me sacaron de la duda sin saberlo. Esos sabios formaban un grupito de dos niñas y tres niños. La más pequeña no tiene todavía los dos años, la otra niña apenas supera los cinco. En cuanto a los niños, sus edades están entre los seis y siete años. Jugábamos a baloncesto primero y después improvisábamos un pequeña lección en la que les explicaba qué era un litro y para qué servía (cosas del cole de mi hija que como supondrá formaba parte de esta simpática pandilla). Cuando quedó claro que un litro es una unidad de medida aplicada a los líquidos (agua, leche, zumo o el cerebro de cualquiera de nuestros políticos) dediqué unos minutos a observarlos. Sólo a eso, a observarlos.

Allí me tienen, de pie, a unos metros del diminuto cardúmen de niños y niñas que juegan y, ahí está la clave, no ambicionan otra cosa que la felicidad. ¡Cuánta sabiduría en tan inocente escena! Los que no somos niños, una vez cumplidas con las responsabilidades que nos son propias, no solemos caer en la cuenta de tan maravillosa preocupación. Al contrario, dedicamos el tiempo a alimentarnos de pensamientos negativos, revivir situaciones desagradables que, o bien pasadas, futuras e incluso altamente improbables, andan al acecho detrás de cualquier recodo del camino. En definitiva, mantenemos un estado de alerta constante e invertimos el tiempo a la espera de un rédito, como si de dinero se tratara… ¿Qué espacio queda para la felicidad?, ¿nos atreveremos a insinuar que no es un asunto importante?, ¿o necesario?

felicidad niños

Pero volvamos al parque: las cinco criaturas ríen, se persiguen, inventan y reinventan entretenimientos sin más objeto que la felicidad, ¡la única ambición de la que son capaces! De súbito, una voz como podría ser la mía, no tardaría en recordarle a alguno que los deberes esperaban sobre su mesa. ¡Deberes!, ¡desde luego que no hay palabra más apropiada! La RAE aporta dos acepciones para «deber» más que elocuentes:

Aquello a que está obligado el hombre por los preceptos religiosos o por las leyes naturales o positivas. Ejercicio que, como complemento de lo aprendido en clase, se encarga, para hacerlo fuera de ella, al alumno de los primeros grados de enseñanza.

Sin querer polemizar más de la cuenta, la segunda se entiende como caso particular de la primera, ¿qué opina usted? En fin, que otros decidan sobre la conveniencia de estos deberes, doctores tiene la Iglesia…

En el mundo que tanto usted como yo construimos (o permitimos) resulta natural hablar de ambición. Ambicionamos dinero, un mejor puesto de trabajo, el reconocimiento de nuestros semejantes, el poder, una vivienda más espaciosa, el último smartphone frutícola, presumir de una imagen atractiva o experimentar el éxito de nuestros proyectos. ¿Pero qué pasó con la primera y sempiterna ambición de todo hombre, de toda mujer? Reconsideremos por tanto la educación unidireccional, abramos mente y corazón a todos los bajitos y bajitas que cada segundo nos regalan sonrisas, enfados, reproches, besos o abrazos. Aprendamos, invirtamos el sentido de la comunicación. Si la vida no vino de serie tan complicada, ¿por qué parece a veces tan penosa?, ¿por qué ponérnoslo tan difícil?

greedy-ambition

Afortunado aquel que viva haciendo lo que le gusta, que dedique tiempo a lo que le apasiona, sin más contrapartida. Copiemos la sencillez y no la confundamos con simpleza. Bien es cierto que en este teatro que es el mundo, no escondamos la realidad, cada vez se exige gente más cualificada, mayor capacidad de sacrificio y abnegación… Y es que el éxito vital se evaporó (si es que alguna vez fue tenido en cuenta) quedando el éxito económico como triste sucedáneo del original. ¿Y todo para qué? Hagan como yo, compren un balón (si acaso no lo tienen) y piérdanse algunas horas con niños y niñas. Déjense llevar un ratito haciendo de papás y mamás, léanles un cuento, o mejor ¡déjense contar uno! Entonces comprenderán qué les quiero decir.

¿Cómo era aquella canción…?

De tanto correr por la vida sin freno
Me olvidé que la vida se vive un momento
De tanto querer ser en todo el primero
Me olvidé de vivir los detalles pequeños.

Adiós y gracias.

One thought on “La ambición de nuestros hijos”

  1. en petrer han instalado maquinas para matar con ondas de ultrasonidos y radiofrecuencia yo pido que investiguen estas maquinas lanzan liquido azul,y maldiciones provocan en mi caso el celebro calambres etc…….

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