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Barcelona, recuerdos de posguerra (X)

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…Prosigue desde el capítulo 9… [2]

También han ido apareciendo por los diferentes barrios las Casas de Socorro pero solo para primeros auxilios, porque el enfermero de guardia (eso sí, día y noche) solo dispone de un pequeño paquete de algodón hidrófilo, un rollo de esparadrapo, agua oxigenada y alcohol, tijeras y unas pinzas por si hay que extraerle el pincho que se le ha clavado a algún imprudente recogiendo higos chumbos en Montjuich.

Existen sin embargo hospitales en la ciudad dignos de mención por sus eficientes servicios en aquellos años, Hospital Clínico, San Pablo, Cruz Roja en la calle Dos de Mayo o “La Alianza”, aunque este de pago y al que asistía el amo.

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Este mismo agosto, el histórico Hospital Dos de Maig -popularmente, el Hospital de la Cruz Roja- vivía protestas de los trabajadores y vecinos del barrio por el anuncio de su cierre.

El lazarillo, aparte de llevar todo el santo día a su amo invidente cogido de su brazo derecho, ha de llevar  en su mano izquierda, cogida por el asa, la cartera de cuero con las muestras del papel que venden: papel manila, de seda, Kraft de embalaje de diferente espesor…, es decir, fácilmente tres quilos. Y de pronto, al lazarillo se le empieza a meter en la cabeza, que, con los años, su brazo izquierdo, debido al peso, se le debe haber alargado.

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Papel manila. Con muestras como esta cargaba a diario el lazarillo en su mano izquierda.

Un día, la idea se ha hecho tan obsesiva que paseando, paseando se dirige a la Casa de Socorro de su barrio, junto a la plaza San Jaime, y dirigiéndose al hombre de bata blanca le explica lo de la cartera y le pide que le mida los brazos. Aquel hombre se lo mira fijamente, como pensando “tan joven y ya se le va la olla”, y sin decir palabra le pone la mano en el hombro y lo acompaña hasta la puerta. Sin embargo el lazarillo ha creído toda su vida que el brazo izquierdo lo tenía más largo.

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Acto político en la Plaza San Jaime (años 40-50), en el antiguo Palacio de la Diputación -imagen de todocoleccion.net-.

Los años pasan, la guerra va quedando lejana aunque nadie la olvida. En las casas pobres algo puede haber cambiado a mejor, pero muy poco. Después de mucha insistencia y de soportar vergonzosas vejaciones, la madre del lazarillo ha conseguido por fin la cartilla de racionamiento. Supone un respiro. Ella continúa con las 50 pesetas semanales, han pasado algunos años pero el sueldo es el mismo, parece ser que a los hombres que trabajan con ella sí que les han ido aumentando progresivamente su paga. Pero por aquel entonces las mujeres con serlo todo no son nadie. El lazarillo ya no cobra 10 pesetas a la semana, ahora cobra 11, y es que el amo con el dinero es muy desprendido.

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Cartillas de racionamiento de los años 50 -fotografía de Manuel Martín Vicente-.

En casa del lazarillo se ha pasado del hambre a poder comer algo todos los días pero no todo lo necesario. Es decir, una especie de dieta anticelulítica, porque al terminar de ingerir el plato único de cada comida la pregunta es siempre la misma: «mamá, ¿hay algo más?»

Su ciudad sin embargo va mejorando día a día. Están los almacenes Jorba en el Portal del Ángel, El Águila en la calle Pelayo y el espacio de negocios se ha diversificado entre el café Moka y el café Navarra de Paseo de Gracia con Caspe.

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El Café Navarra sigue abierto donde lo conociera el lazarillo.

Los niños pobres que han podido comprarse unos patines de segunda mano en los encantes, pueden disfrutar los domingos en las pistas que existen en Piscinas y Deportes en La Diagonal (perdón, Avenida Generalísimo Franco), en las de Turó Parc ambas gratuitas o pagando algo, en la pista Skating en la plaza Calvo Sotelo, la única en la que se tiene ocasión de codearse con los niños pijos de la ciudad.

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Patines de ruedas de los años 50. Los niños pijos posiblemente los llevaran de pie entero y de cuero -imagen de todocoleccion.net-.

En los cines ya no se exige cantar el cara al sol (aunque cuando era obligatorio hacerlo, el lazarillo levantaba el brazo, como todo el mundo, pero cantaba lo que le daba la gana: “La vaca lechera” o “Se va el caimán”, porque la letra del cara el sol no se la aprendió nunca).

En los cines continúan proyectando el NO-DO que resultaba bastante aburrido, porque como al señor Franco (Paco para los amigos) no le invitaba nadie del extranjero (no se sabe el porqué), se pasaba el tiempo inaugurando pantanos (sin saberlo él, o tal vez sí, estaba haciendo algo que después resultó ser útil), cazando ciervos previamente sujetos para que no fallase el tiro, o pescando desde su yate Azor (como cualquier currante español).

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Pocas cosas le gustaban más a Franco que inaugurar pantanos (fotografía de historiasigloxx.org).

La única nota de color (de color negro, se entiende) era cuando en el NO-DO aparecía la señora Collares de visita a algún lugar, que con su contagiosa y espontánea sonrisa transmitía bienestar y felicidad a todo el país: ¡qué escenas más bonitas!

La publicidad hacía también sus pinitos. Juventud Belleza y Lozanía, Bella Aurora cada día, Ponche Caballero, Netol, Flit, Kina San Clemente, Jabón Lagarto, hojas de afeitar Beter mano negra, Trinaranjus con su botellín tan especial, Cerebrino Mandri,  en las farmacias Blenocol protege  al hombre, y un largo etcétera que se anunciaba en tranvías y escaparates. Es decir, productos que solo estaban al alcance de una parte de la población, aunque hasta en los hogares más humildes se hacía un esfuerzo para que los pequeños tomasen de vez en cuando un poco de Kina San Clemente. En verano se anunciaba también la casa Frigo, que con sus cortes de helado entre dos galletas hacían las delicias de las familias camino de la Barceloneta.

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La quina, moscatel aromatizado, se vendió durante años como una bebida para abrir el apetito.

…Continuará…