Barcelona, recuerdos de posguerra (VI)

…Prosigue desde el quinto capítulo…

En la calle Fontanella, el magnífico fotógrafo Niepce, que conseguía hacer arte hasta con las personas más feas. Eso sí los precios no estaban al  alcance de los más débiles.

Calle Fontanella.

Junto al lado de Niepce, una tienda de sombreros con tal variedad y gusto que llegaron a cubrir cabezas ilustres. Otra tienda un poco más apartada, calle del Call también de sombreros, llamada Obach tenía una buena clientela, aunque al estar ubicada en pleno casco antiguo su venta mayoritaria consistía en gorras y boinas.

Fotografía de la calle Escudellers (autor: Oriol Maspons).

Y para no seguir con un largo etcétera, terminemos con el restaurante “Los Caracoles” en la calle Escudillers, cuyo dueño el Sr.Bofarull, se daba todos los días una vuelta por Las Ramblas montado sobre una bonita tartana tirada por un joven caballo causando admiración. Aquel señor bien afeitado, bien vestido, venía a ser para los currantes que lo veían pasar, como la imagen del triunfo, del bienestar, de la riqueza, es decir, a lo que seguramente aspiraba todo el mundo. Menos el lazarillo que lo que más le gustaba era el caballo y no soñaba con tontas utopías. Con solo una porción de tortilla de patatas ya se hubiese sentido feliz.

Todo un clásico de la cocina catalana, el restaurante 'Los Caracoles - Casa Bofarull'.

Los programas de los cines también progresaron algo. Se pasó de clásicas películas del gordo y el flaco, de Tarzán, Fumanchú (un chino malísimo) y del perro Rintintín, a pasar algunas más avanzadas como la de los hermanos Marx, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz. Y algunas «de tiros» como se les llamaba a las del oeste. Y hasta una de Charlot con el título de “La quimera del oro” en la que el actor acuciado por el hambre acaba comiéndose una de sus botas. Era tan realista la escena que al lazarillo se le llenó la boca de saliva.

Las personas también sufrieron evolución, la Iglesia cada día más fuerte por el gran apoyo del Gobierno, cuyo jefe de estado era el “Caudillo de España por la Gracia de Dios” y en las procesiones desfilaba bajo palio, va minando poco a poco la voluntad de una gran parte del pueblo que hasta acaba avergonzada de haber sido seguidora de La Pasionaria.

La líder republicana 'La Pasionaria', todo un símbolo al grito de "¡no pasarán!"

Las iglesias son cada vez más frecuentadas y hasta el vocabulario sufre un cambio, tal vez también con la ayuda de carteles donde se puede leer “En España se prohíbe la blasfemia y la palabra soez”.

El mensaje era muy claro.

Así de pronto las mujeres ya no hablan de pechos, que ahora son “la delantera”, ya no se llama culo, ahora es “pompis”, el mariquita es uno “de la acera de enfrente” (frase de una estupidez supina, todos estamos siempre en la acera de enfrente), o «invertidos». Y las prostitutas pasaron a ser “mujeres de vida alegre” (muy alegres estaban ellas…).

Los hombres gozaban de lo que podría llamarse “patente de corso” es decir, tenían total dominio sobre la mujer, cuya misión era permanecer sumisa y ocuparse de la casa y de los hijos. Oficialmente no podía dar un solo paso sin el consentimiento del marido, incluso las señoras de clase alta que solían disponer de sus tarjetas de visita (daba mucha categoría, entregar a alguien a quien acababan de conocer una tarjeta que decir simplemente me llamo Lola), en las que podía leerse “fulana de tal”…y a continuación “de” y aquí el apellido del marido. El “de” con el apellido del marido venía a corroborar su pertenencia. Pero tal vez porque ellas se sentían en inferioridad de condiciones, o porque la sumisión ya venía de lejos, muy pocas veces se atrevían a demostrar su descontento y si lo hacían era en privado (y en voz baja). Tanto es así que muchos hombres casados (potentados u obreros) se veían tan amparados, que entre ellos en sus reuniones o “corrillos” no dudaban en justificar sus adulterios alegando que el hombre tiene tal capacidad de amar que lo ha de repartir(no usaban la palabra amar y sí otra más vulgar).

Las únicas voces malsonantes que alguna vez se escuchaban en la calle provenían de las bocas de algunos “grises” que utilizaban amables palabras como «¡Eh tú maricón, acércate!» o «¡Como no te calles te pego dos hostias!». Hostias  que, por cierto, entonces se repartían a granel por toda  España. Tal vez al Señor Franco alguien le hablase de aquella frase que  parece ser pronunció la reina María Antonieta cuando le informaron que el pueblo pedía pan: “que le den tortas”, parece ser que respondió, y aquel hombre pensó, «pues aquí que les den hostias que es más cristiano».

Pero será tal vez por el cariño profundo que sentía por los catalanes, que agregase: “sobre todo a esos que no les falten”. Todo un detalle por parte de aquel buen hombre.

Más de mil setecientos ejecutados por el Franquismo en el Campo de la Bota.

Atrás habían quedado los fusilamientos del Campo de la Bota pero la existencia de los maquis, continuaba poniendo nerviosos a los que mandaban.

La persecución política se agudizó y muy a menudo podía verse salir de la jefatura de Vía Layetana a grupos de hombres esposados de dos en dos y conducidos hacia la cárcel Modelo por la Guardia Civil, con sus correspondientes “naranjeros” colgando del hombro.

Una mañana de invierno cuando el lazarillo se disponía a cruzar la Rambla camino de su trabajo, se le cruza por delante un hombre vestido con cazadora oscura que camina dirección mar. De improviso se escucha una fuerte voz que ordena «¡ALTO!» El hombre de la cazadora apenas tiene  tiempo de girar totalmente su cabeza cuando dos disparos a muy corta distancia lo dejan abatido en el suelo. Al día siguiente La Vanguardia Española publica la noticia “Ayer las fuerzas de orden público dieron muerte al jefe de la Célula  comunista de Levante”. Y punto.

Aunque nació con la II República, bajo el Franquismo esta famosa ley alcanzó nuevas cotas y espacios de influencia.

Sin embargo estando en vigor la ley de “Vagos y Maleantes” la delincuencia quedaba restringida a los carteristas de tranvía (que estaban todos fichados y controlados, tanto es así que si la víctima del robo era  alguien influyente bastaba con que acudiera a la policía para informar que el robo se había producido en el tranvía 29). Lástima que dicha ley se aplicara con frecuencia a todo aquel sospechoso político. Porque se podía circular de día o de noche por la ciudad con joyas encima o incluso con dinero visible en el bolsillo de la camisa, sin riesgo alguno.

Si bien la delincuencia es casi desconocida, la cruda miseria lleva a muchos ciudadanos jóvenes o mayores a cometer pequeños hurtos. El que tiene la ocasión de hurtar una manzana al pasar por delante de una tienda lo hace, el que trabaja en una farmacia sustrae desde sacarinas a agua oxigenada, el carpintero se lleva a su casa todo lo susceptible de arder en un brasero, en las industrias metalúrgicas desaparecen hasta las virutas de latón  que generan los tornos para ser vendidas al chatarrero y hay que vigilar la humilde ropa tendida en las azoteas porque saltando de una a otra, pueden dejar sin la colada a toda una calle.

…CONTINUARÁ…

 

2 thoughts on “Barcelona, recuerdos de posguerra (VI)”

  1. M’ AGRADAN MOLT ELS ESCRITS MAIG, JA SABIA JO, QUE TENS FUSTA D’ESCRIPTOR, BONA MEMÒRIA, I QUE AIXÓ QUE FAS ES UN LLEGAT QUE NO ENS PODEM PERDRE, T’ANIMO A SEGUIR.

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