La reseña: Inane

*Nota: artículo publicado originalmente en la revista Festa 2008

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Inane

Isabel Navarro Cerdán, ilustraciones de Enrique Krause Buedo. Premio de Poesía Blas de Otero 2007. Universidad Complutense. Madrid, 2007,116 páginas.

Isabel Navarro Cerdán es una poeta —a mí también me gusta decir poetisa— de Petrer que vive en el mundo, con largas estancias en Madrid y visitas fugaces y cálidas al pueblo que la vio nacer hace poco más de treinta años. Así lo lleva haciendo desde que una quincena de años atrás decidió estudiar perio­dismo allá donde «el sol es una estu­fa de butano». Y de eso ejerce, de periodista. Una mujer que siempre he conocido escribiendo bien, for­mada en la universidad, acaba siendo inevitablemente una buena periodis­ta con inteligencia, oficio y pasión, en dosis combinadas según convenga.

Pero ahora hay que hablar de la Isabel poeta. Mi alumna de COU del Instituto Azorín, que ya apuntaba maneras y sensibilidad en aquella optativa de Llengua Catalana, donde tanto aprendimos y disfrutamos, bien pronto las concretó en su bello poemario de juventud Las nanas que me cantó Atenea, que le hizo ganar el premio de poesía local «Paco Molla» de Petrer con diecinueve años. Obra publicada en el volumen colectivo Siete poetas de Petrer, de 1997. Las nanas… nos mostró una semilla lírica que daba un brote tierno apuntando a vigoroso. Y ahí pareció que se que­dó todo. Pero no.

Estudios, trabajos, viajes, repor­tajes… La firme y comprometida pro­sa profesional de Isabel indicaba que su camino de escritora lírica había tocado a su fin: una dulce aventura juvenil, como tantas y tantos poetas de acné y otras convulsiones primeri­zas del cuerpo y el alma. Y de golpe, diez años después, nos sorprende — me sorprende— con una poderosa colección de poemas que le han hecho ganar el más prestigioso pre­mio universitario de poesía de Espa­ña, el Blas de Otero de la Universidad Complutense de Madrid, donde sigue cursos de doctorado.

Isabel Navarro Cerdán (nos) ha escri­to Inane, permitidme la reflexiva de proximidad y afecto. Ochenta y seis poe­mas que, sin duda, descolocarían feliz­mente al jurado —así deseo imaginar­lo— que una vez de vuelta a este mundo decidirían premiarlo; instalados, los poe­mas, en un bello libro de exquisita fac­tura formal, con unos collages sorpren­dentes de Enrique Krause y una breve e incitadora introducción solapada del profesor de literatura y también poeta Ángel Luis Luján. Todo invita a la lectu­ra, aunque he de confesar que yo, los poemas de Isabel, los leería con la mis­ma dedicación y entusiasmo si estuvieran manuscritos en sucias cuartillas o edita­dos con una cochambrosa multicopista de tinta y un par de grapas. No es el caso. Así que mejor que mejor.

Inane, ¿cómo lo diría?, uuhuum… así: es un libro difícil, críptico, elabo­rado. Y, claro, para leerlo nos tene­mos inevitablemente que desnudar de prejuicios y construcciones inte­lectuales al uso. Nada de buscar cua­tro claves tópicas y con ellas tener desvelado todo el poemario. Escrito desde una subjetividad inteligente a prueba de bombas de crítico facilón, el poemario nos exige irremediable­mente también una lectura subjetiva desacomplejada y lo más inteligente que podamos, sin concesiones a nin­gún esquematismo.

Formalmente Inane tiende a des­aparecer por el procedimiento de la minimización, es decir, hay un primer bloque de poemas de diez versos, sigue otro de nueve, otro de ocho… y llega­mos, al final, a poemas de un solo ver­so. A mí —y subrayo el mí de «yo»— me sugiere un par de cosas: expresar las mismas obsesiones con cada vez menos palabras o la ausencia de escritura en un ejercicio de vaciado lírico absoluto. Y eso lo digo a propósito del título. Lo confieso, Inane, en un principio me sonaba a diosa desconocida, más tarde, diccionario en ristre, supe que es un adjetivo de origen latino—»vano, fútil, inútil»— y con ese extraordinario des­cubrimiento me di cuenta que Isabel había creado un poderoso personaje poético basado en una metamorfosis lingüística: hacer de un adjetivo mascu­lino un nombre propio femenino que, inevitablemente, contendrá los atribu­tos calificativos de la palabra matriz. ¿Se entiende, no?

Uno de los grandes retos del poe­mario será descubrir quién es Inane: ¿un «alter ego» de la propia autora? ¿alguien concreto? ¿muchos «álguienes» que se han cruzado en la vida de Isabel? ¿un acertado recurso para liberar más y mejor el verso y el alma y los demonios y los fantasmas y…? Ese sentido poliédrico de Inane con­fiere un clima especial a todo el libro.

Inane es fea, diosa, gula, ebria, ansia, ciega; ronca, famélica; tiene un especial sistema inmunológico; llora organza; recibe cartas; tiene por gemela a Grieta; se sacia de luz azul; se pinta los labios; trepa, engulle; tie­ne rendijas y —¡ay!— como todos y todas tiene deseos lúbricos.

Casi al final del poemario, en uno de esos versos que ya tienden a des­aparecer, la autora confiesa haciéndo­lo todo todavía más enigmático:

«No conozco a Inane

y en fotos me yace.»

Los mundos de Inane e Isabel —diálogos, reproches, reflexiones, vivencias, convivencias, superviven­cias, sensaciones, emociones— sirven para tejer el conjunto poético, del que, a modo de iceberg, podemos insinuar algunas de sus manifesta­ciones. Hay poemas sensuales directa­mente relacionados con el hambre, el alimento, lo comestible: la sorpren­dente descripción del proceso de ela­boración de la paella que leemos en «Freír una cabeza de ajos…». El poe­ma urbano de los sentidos que nos cita «El olor dulce de la bollería fran­cesa». Aquel «cerdo que se ahorca» en la despensa de la abuela que no es otra cosa que el «fuet indolente». El «pan y pringue». O esta otra original descripción de la paella:

«Óvulos dorados,

como pepitas de oro.

Granos de arroz

en la paella del domingo».

En otros versos creemos descubrir influencias de las teorías psicoanalíticas con referencias a hijas, padres, madres, etapa oral, envidia de pene… Reflexiones sobre la imposible belle­za —»Dices que te negaron la belle­za»—, referencias paraliterarias y populares («Contigo pan y cebolla», la lorquiana «Soledad Montoya»)… El viaje temático se hace interminable y calidoscópico. Por eso invito al lec­tor o lectora a que viva su propia aventura. Renuncio a mi modesta función de lazarillo.

A lo que no renuncio es a apuntar algunos descubrimientos lingüístico- literarios que más me han impactado: la imagen desoladora en «Como en la cafetería de un tanatorio»; el ele­gante símil de estos versos («La uto­pía huyó de tu lado / como una biblioteca prestada»); la ¡dea ilimi­tada de «ciudad que se extrarradia», tan «Where the streets have no name» de los U2; el inquietante y duro «Cada día un poco más puto»; otro símil genial por vulgar, «la fe desgastada, como el bajo de los vaqueros»; aliteraciones lúdicas («Tri­zas, trazos, trenzas»); un eslogan publicitario elevado a categoría poé­tica («El mismo donut, ahora con menos calorías»).

Isabel nos brinda una ocasión úni­ca para deconstruir nuestro caos des­de la lectura del suyo. Un caos lírico tan paradójicamente puesto en orden que acaba conformando una obra poética tan bella como inquietante.

De hecho, los versos más nqu eta que he leído en mucho tiempo.

He sido víctima de una seducción lírica, lo confieso. Por ello deseo acabar citando uno de esos poemas que me han hecho caer en la deseada trampa.  Aclaración previa: una «pupila» es o puede ser, una parte del ojo, una alumna, una huérfana, una puta. Y ahora…

«Se aceptan pupilas

con fines médicos y proféticos

Se necesitan.

Se pagan.»

Gracias, Isabel, por habernos conmocionado con tu Inane. Y ahora, lectores y lectoras, atrévanse, pongan en juego su estabilidad emocional, ¡puede saltar a pedazos!

 

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