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El Adiós a Michael Jackson

26 de junio: San José María (Escrivá de Balaguer), o el Adiós a Michael Jackson

Que cambiante es la vida, cuando un bebé se convierte en el baremo de las únicas alteraciones que importan. Hace poco más de un mes, antes de llegar al mundo, todas las preocupaciones pasaban por que aumentase el peso necesario, y hoy no para de crecer y engordar, mediante la técnica infalible de dormir y mamar. El nuevo debate familiar especula ahora sobre si está obeso o no y he descubierto que somos una familia de expertos pediatras, sin ánimo de criticar, pues tampoco yo me aparto a la hora de sentenciar cual ha de ser la proporción para un crecimiento deseable y normal. Que si cada dos horas, que si cada cuatro, que si cuando él quiera…

Es tan diversa y antagónica la opinión, que no descarto pedir que le den al nenico unos euros y que decida él su alimentación, como en el chiste aquel, que argumentase lo que argumentase el ganadero, siempre le caía una sanción gubernamental, por inadecuada alimentación del puerco -quede claro que sin ánimo de comparación ¡faltaría más!- De cualquier manera parece claro que ya ha pasado la primera fase en la que era prioridad ganar peso, por lo demás, sigo esperando una sonrisa o un gesto cabal a mis continuas carantoñas y creo que si no me hace pronto una gracia, de esas que luego puedas demostrar que van dirigidas a ti, voy a quedar como un imbécil, a fuerza de gesticular monerías sin resultado.

Ha muerto Michael Jackson, el que fuera sobresaliente talento e indiscutible rey del pop, equiparable por sus innovaciones coreográficas y atrevidas letras, al no menos inolvidable rey del rock Elvis Presley. Ambos supieron dar un giro original y nuevo a la estética de sus respectivos momentos, palmeras sobresalientes en el oasis creativo de un mundo que precisa más que nunca de artistas como ellos, que orienten nuevos pero, sobre todo, distintos modos de ver la estética, el arte y la literatura, aunque esto último venga de sus canciones, iconos  multitudinarios, generadores de comportamientos sociales, en los que fundar un nuevo estilo de pensar, como paso previo para mutar hacia una forma de vivir más justa, humanizada y cabal.

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De él (de Jackson) se hablo bien y mal, como de cualquier hijo de vecino; más si cabe por el peaje de la envidia que han de pagar los iluminados. Se le culpó de gravísimas cosas, que no quedaron nunca probadas, algo bastante común en el modelo de vida actual donde todo se puede explicar e interpretar; todo es complicado y torticero, hasta cargarse nuestras más tradicionales perlas del refranero español: “al pan, pan y al vino, vino” o aquel otro de “blanco y en botella: leche”. La inseguridad acampa en todos los estamentos de nuestro actual modelo social: Duda el médico, y hace dudar al paciente, duda el maestro y hace dudar al alumno, duda la policía y el que no duda es el malhechor de siempre, duda la ley y lo pagan los más coherentes, defensores del sentido común, hoy desprestigiado. Pero sobre todo lo pagan los más indefensos, los que los han pagado siempre, hasta dudo yo, si servirá de algo denunciar la duda, pues redundando, dudo que existe algún propósito de enmienda, en medio de esta “merde” social que nadie sabe como se ha creado, y lo que es peor, sin jueces ni gobernantes con esa chispa de genio que hay que tener, para crear un modelo nuevo de vida.

Y entre tanto seguiremos dejando que sean los sinvergüenzas, listillos y pillos de mil distintos pelajes, quienes vivan de este cuento de nunca acabar, cuyo único culpable, es ese ser humano ruin al que, entre todos, hemos de poder erradicar, reduciéndolo a la excepción que siempre debió ser y no fue; excepción despreciable cuyo único camino sea la enmienda o el aislamiento, algo que hoy ya es imposible, pues la cárcel es la calle, y las penitenciarias, la universidad desde la cual crece el mal, para seguir extorsionando a las gentes de buena voluntad, un vez defenestrado el sentido común

Notará el lector que siempre acabo quejándome de esta sociedad en la que me ha tocado vivir y es seguro que alguno pensará, «¡Coño, Si tan harto está, que se vaya!» Y seguramente me gustaría tanto, que tal vez alguna vez lo haga, aunque sólo sea por cambiar las gentes que nos deshonran. Pero me quedo y sigo pulsando el teclado de mi ordenador. Suave cuando el gesto amable me conmueve, pero a golpes cuando la rabia que asalta. Lo malo es que tengo la sensación que pronto habré de cambiar mi teclado.

No hablaré de literatura de montaña pues, a medias llevo, el libro del doctor Longstaff que me está apasionando, por la época en la que fue escrito. Poco tiempo le llevo dedicando a su lectura, enfrascado en la ingrata tarea de escribir, especialmente cuando hay que documentar los temas.

¡Y mi nene chiquitico!… Nada, lo dicho, seguiré haciendo el imbécil. De cualquier manera no será mucho más de lo que esta sociedad me obliga, para poder sobrevivir en la jungla de despropósitos que nos rodea.

¿Cuándo volverá el sentido común de nuestros abuelos?