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Oficios perdidos: Los antiguos carboneros

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Nota: Artículo publicado originalmente en la revista Alborada nº46, 2002 – Puedes adquirir un ejemplar aquí. [2]

De las muchas profesiones que han ido desapareciendo paulatinamente ante el avance arrollador del progreso, el oficio de carbonero siempre me ha llamado la atención, tal vez por ser, quizás, una de las últimas que se han resistido a morir. En este pequeño trabajo, me centraré, fundamentalmente, en aquellos carboneros que se desplazaban a la montaña para fabricar su propio carbón para, luego, ir vendiéndolo por las poblaciones cercanas. Los parajes donde trabajaban se denominaban carboneras y sus restos todavía pueden apreciarse en nuestras cercanas sierras.

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El carbonero Julio Montesinos, recorriendo las calles con el carro cargado de carbón.

La utilización de carbón vegetal, tanto para usos domésticos como industriales, se pierde en la noche de los tiempos. Es tan antiguo como el mismo hombre. Aparece siempre en todas las excavaciones arqueológicas.

Únicamente, a mediados del pasado siglo XX, se vería desplazado por el petróleo y, posteriormente, por la electricidad y por la clásica bombona de gas butano. Actualmente, ha quedado relegado a algunos restaurantes- asadores y a las barbacoas dominicales, cuyo carbón, a falta de carbonerías, solemos adquirir en ferreterías o grandes superficies.

Ya desde la Edad Media, se tiene noticia de que las personas dedicadas a esta profesión marchaban a las montañas de la comarca para «hacer carbón». Eran tiempos en que las cercanas sierras de Castalla, Catí y el Cid se encontraban pobladas de encinas, pinos y grandes matorrales, bosques de los cuales sólo quedan, actualmente, pequeños reductos en esos montes. Los antiguos carboneros se dirigían, en determinados días, a los citados lugares y buscaban un claro que se despejaba cuidadosamente de pequeños arbustos y hierbas y construían con piedras un pequeño muro circular. Se talaban los árboles, se descortezaban y se cortaban las ramas. Mientras los carpinteros se llevaban los árboles limpios, las ramas, desprovistas de hojas, eran troceadas y se apilaban en forma cónica sobre el claro, dejando una pequeña chimenea en su parte central. Todo se iba tapando con hojas y ramas finas que, antes, se habían apartado y luego se cubría de tierra haciendo orificios a los lados para activar el fuego que, conforme iba subiendo, se tapaban. Esto era una carbonera, un curioso túmulo que solía alcanzar dos o tres metros de altura. La leña utilizada era, como se ha citado anteriormente, de encina, pino o romero y brezo. A falta de estos últimos, se empleaba enebro, que no solía gustar mucho, ya que su carbón tenía fama de crepitar.

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Restos de una carbonera en la Sierra del Cid, en Petrer.

La vida del carbonero de monte era muy dura. Debía estar vigilando constantemente la combustión, observando el color del humo y tapando los agujeros. Una tormenta podía echarlo todo a perder. Si todo marchaba bien, la operación solía durar tres o cuatro días. A falta de alguna cueva o abrigo natural, el carbonero tenía que fabricarse una pequeña choza donde pasar las frías noches y allí, en la soledad del monte, lejos de su familia, comía su frugal comida. Cuando el carbonero creía que el carbón estaba en su punto, se ahogaba la carbonera, se sacaba el carbón y se extendía durante otros dos o tres días para que se enfriase. Finalizada esta última operación, se cargaba a lomos de caballerías y, por estrechos senderos preparados para ello, se llevaba hasta los caminos, donde esperaban los carros para cargar y traer el carbón al pueblo. Se solía hacer muchos viajes de carga y descarga. En la cercana sierra del Cid, en Petrer, todavía pueden apreciarse los restos de las carboneras y la senda que sube a la cumbre de la silla, que pudo ser realizada y mantenida por esas laboriosas personas. En los montes eldenses de Camara y Barrancás también hemos localizado otras carboneras.

La venta del carbón de monte ya se encontraba regulada en el siglo XVII en el Reino de Valencia, donde la figura del mustaçaf (oficial municipal que hacía cumplir las medidas higiénico-sanitarias, vigilancia de pesos, calidad de productos, etc…) obligaba al vendedor de carbón a vigilar el peso, indicar el tipo de leña, etc… Según Tomás Pérez Medina, que ha estudiado en profundidad los problemas de las comunidades rurales de esta zona en la Edad Moderna, existieron unos litigios judiciales por quemar el monte de Petrer para obtener leña y carbón vegetal que, en 1718, llegarán al Juzgado del Gobernador y Alcalde Mayor del Condado de Elda y a la Real Audiencia valenciana. Anteriormente, ya en 1668, el Consell Particular de Petrer solicitó al Tribunal Eclesiástico de Orihuela la excomunión para aquellas personas que incendian y queman el monte para hacer carbón y leña.

En el Archivo Condal de Elda existen unos Autos Judiciales iniciados por el procurador patrimonial del Conde de Elda y Anna, Don Francisco Javier Arias-Dávila Centurión (noveno Conde de Elda), de fecha 3 de septiembre de 1760, contra varios vecinos de Vallada y Navarrés a los que descubrieron haciendo carbón en la Sierra de Enguera, en la partida de la Boquilla, sin licencia del Conde, condenándoles a la pérdida de carbón, multa y costas procesales. Parece ser que los furtivos carboneros pagaron las citadas sanciones, ya que, quince días más tarde, aparecen los recibos como cobrados.

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Cumbre de Camara, en la que todavía pueden apreciarse los pequeños núcleos de encinas. Al fondo, la Sierra del Cid.

Está demostrado que, durante el siglo XVIII, por medio de la Mancomunidad de Pastos, Leña y Aguas entre las villas de Elda y Petrer, la fabricación de carbón vegetal se intensificó. Surgieron infinidad de pleitos entre ambas poblaciones, siendo Petrer la más perjudicada, ya que si los leñadores y carboneros de Elda subían a los montes de esta villa, pocos beneficios obtendría Petrer de los montes de Elda. Con el paso de los años, se acabó la leña de nuestras sierras, solamente hay que ver las fotografías de finales del siglo XIX: tal es el aspecto de la Torreta, Bateig o Bolón en la actualidad. La zona de Camara es la excepción. Por consiguiente, el carbón vegetal comenzó a comprarse en las montañas de Valencia y Murcia y en lugares más alejados, como La Mancha, Castilla e, incluso, Extremadura.

La figura de los carboneros llegó a ser muy típica en los pueblos, con sus silbatos y trompetillas, junto a sus ennegrecidos carros, esperando que las vecinas salieran a la calle para comprar ese carbón para cocinar el puchero o ese «cisco» para los braseros con que se calentaban en los días del crudo invierno. Sobre esto se puede hablar mucho, ya que, todavía, lo recordarán muchas personas de edad.

Los últimos carboneros eldenses fueron José Pérez Martínez y, posteriormente, su hijo, Vicente Pérez Guerrero, que llegaron a tener hasta tres carbonerías. Otros carboneros importantes fueron Francisco Tortosa, Julio Montesinos y los que todavía aparecen reflejados en el Anuario Comercial e Industrial de Elda y Petrer de 1968/69, como Alfonso Rubio Jiménez, Tomás Albert Tormo, Francisco Pellicer Almagro y Julián Sáez Sánchez. Desde estas páginas, quiero agradecer la ayuda prestada por Vicente Pérez Guerrero, quizás el último carbonero en cerrar su negocio en 1985.

Bibliografía

Anuario Comercial e Industrial de Elda y Petrer 1968/69. E.N.P. Elda. 1968
– NAVARRO PASTOR, A. Historia de Elda, Tomo I. Publicaciones de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante. 1981.
– PÉREZ MEDINA, T.V. La tierra y la comunidad rural de Petrer en el siglo XVII. Public. Ayuntamiento de Petrer-Caja de Crédito de Petrer-Universidad de Alicante. 1995.
– RODRÍGUEZ CAMPILLO, J. Elda: urbanismo, toponimia y miscelánea. Publicaciones Ayuntamiento de Elda. 1999.
– ROMÁN AMAT, J.Mª. Diccionario Enciclopédico Ilustrado de Monóvar, Tomo I (public. 1997) y Tomo II (public. 2001). Monóvar.
– SEGURA HERRERO, G. y POVEDA POVEDA, C. Catálogo del Archivo Condal de Elda, Tomo I. Ayuntamiento de Elda y Caja Murcia. Elda, 1999. (núm. Catálogo 1.060-1062).