Gabinete psicológico: empatía

“Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”

(Mahatma Gandhi)

Ponernos en el lugar del otro, sentir lo que los demás sienten, es un ejercicio de apertura al mundo que nos ayuda a vincularnos con la vida. Requiere movilizar nuestras propias emociones y dirigir una mirada más comprensiva a nuestro interior. Así mejoramos la forma en que nos relacionamos hacia dentro y hacia fuera. En el artículo de hoy, vamos a definir el concepto de empatía, además de proponer algunas estrategias para potenciarla.

A diferencia de lo que estamos acostumbrados a creer, la empatía no es la capacidad de sentir lo que el otro siente, ya que si fuera así tendríamos altibajos emocionales durante todo el día. La empatía, del griego empatheia,  que significa “sentir dentro”, es una bifurcación de la propia personalidad para proyectarla hacia el otro, es sencillamente, ponerse en el lugar del otro, escucharle, tratar de comprender sus razones para actuar de tal o cual manera, apartando de nuestra mente la máscara de nuestras propias razones, convicciones o intenciones. Entender las motivaciones de alguien y responder a ellas es una de las herramientas más potentes que jamás tendremos para socializar y, como demostró el doctor Mark A. Barnett, es una capacidad que podemos aprender y mejorar. Empatizar con alguien es simplemente lograr que esa persona se sienta comprendida. Si lo conseguimos, seremos capaces de cambiar el rumbo de una relación en un instante.

El grado de empatía varía mucho entre personas, aunque habitualmente es mayor entre gente del mismo sexo, edad, raza o grupo social, ya que lo que nos hace similares nos une. Asimismo, en algunos estudios se ha postulado que las mujeres son más empáticas porque evolutivamente necesitan entender mejor qué significado tienen los gestos y lloros emitidos por su bebé, por lo que se considera que las habilidades sociales de las mujeres están más desarrolladas.

Según la ciencia, el origen de la empatía se debe a la existencia de “neuronas espejo”, las cuales se activan en respuesta a los actos y emociones de los demás en una especie de intento del cerebro por experimentar lo que el otro experimenta. De ahí, por ejemplo, que bostecemos cuando otra persona bosteza, ya que el bostezo es la empatía en su máxima expresión.  El efecto de las neuronas espejo provoca que nuestro interlocutor se sienta en deuda con nosotros y quiera entendernos también cuando reflejamos sus emociones o le decimos que entendemos lo que siente.

Para explicar los diferentes niveles de empatía que existen, De Waal puso como ejemplo a «los niños pequeños, que lloran cuando ven a otro niño llorar porque sienten empatía», pero cuando son más mayores «adaptan su comportamiento e intentan consolar al afligido o buscar la causa del llanto».

La empatía no es solo una reacción dada entre personas, sino que también nos sumerge en todo aquello de lo que formamos parte, por lo que nos permite vibrar, sintonizar y emocionarnos, al ser una reacción compleja que compromete al movimiento neuronal de la parte cortical de nuestro cerebro, al sustrato límbico-emocional y el paleocórtex-instintivo, por lo que instinto, emoción y conciencia se implican para facilitarnos una percepción esencial y completa.

Ahora bien, aunque la empatía es una potencialidad común, no todas las personas la desarrollan por igual, ya que está limitada por el carácter rígido y frio que en algunas ocasiones tenemos, como consecuencia de la sociedad en la que vivimos. Por ello, es fundamental tratar de reducir todo lo posible el estrés laboral y romper la monótona rutina cotidiana, que sutilmente y casi sin darnos cuenta aturde nuestros sentidos y sentimientos. Para ganar empatía debemos centrarnos en la escucha activa de nuestro interior y en la del discurso del otro, dejando que nos invada sin miedos, ni prejuicios, y así establecer una comunicación global, profunda, funcional y, por lo tanto, eficaz. Es importante atender con más empeño nuestras necesidades y nuestro ritmo vital tomando como referencia no el tiempo medido, sino el vivido. La comunicación empática es necesaria en cualquier ámbito del ser humano, desde la familia y la escuela, hasta el lugar de trabajo, y, desde luego es imprescindible en el de la salud.

Para potenciar  nuestra empatía podemos introducir pequeños cambios en nuestra vida que nos acerquen a los demás.

1.Aprender a ponernos en el lugar del otro, dejando de ser nosotros por un momento y entendiendo los deseos y miedos de nuestro interlocutor sin estar pendiente de lo que vamos a decir a continuación. Para ello debemos:

-Dejar de escuchar durante 5 minutos y fijarnos en otras cosas. A menudo damos más valor al significado de las palabras que al resto de información que somos capaces de percibir. Tono, postura, expresión, mirada, silencios…Captamos toda esa información de forma inconsciente, pero tenemos tendencia a dar más importancia a las palabras textuales, por tanto debemos silenciar nuestra razón y darle una oportunidad a nuestra intuición.

-Para entender a alguien podemos intentar imaginarnos qué le motiva a hacer lo que hace. Para ello, podemos pensar en alguna dificultad que pueda encontrarse día a día y reflexionar sobre ello.

-Hacer que la otra persona también ponga de su parte. Para que se abra más podemos preguntar ¿Cómo estás? y esperar. Girar nuestro cuerpo hacia la persona ofreciéndole toda nuestra atención. No hay que hacerlo sólo por cortesía. Incluso podemos tocarla ligeramente en la parte superior del brazo para hacer que se sienta más comprendida y libre de expresarse.

-Debemos evitar decirle a la otra persona cosas como: “Tu problema es que…”, ya que si esa persona percibe que la estamos comprendiendo se abrirá más, por el contrario si cree que la estamos sermoneando, no nos contará nada más.

-Podemos parafrasear y reformular su mensaje añadiendo la emoción que creamos que está experimentando. “Así que nadie te ha llamado en dos semanas… Creo que eso te puede hacer sentir solo, ¿es así?”. Se sentirá más comprendido y lograremos que pase de hablar de hechos a hablar de  emociones.

2.Modificar nuestro entorno. Es importante que en los espacios familiares y escolares respetemos el ritmo individual, establezcamos relaciones basadas en el amor y la tolerancia y potenciemos la escucha activa y la creatividad.

3.Bajar el ritmo diario, es decir, vivir sin prisas, según los ritmos biológicos, siendo conscientes del paso del tiempo y buscando espacios de soledad donde cultivar la escucha a través de la meditación, la conciencia corporal y la respiración.

4.Explorar otro tipo de diálogos. Para potenciar la intimidad y la comunicación no verbal en grupo y con nuestra pareja puede ser de ayuda participar en espacios de desarrollo personal en los que trabajemos empatía.

5.Vivir sin prejuicios. Es conveniente que ejercitemos la escucha en las relaciones, evitando el prejuicio, el juicio y clasificar o etiquetar a las personas.

6.Recrearnos en la naturaleza. Dedicar un tiempo a permanecer en ella, sentirnos y captar sus sonidos, aromas, colores…

Si durante el día salimos varias veces de nuestros zapatos para ponernos en los de los demás, dentro de poco nos sorprenderemos a nosotros mismos haciéndolo de forma casi inconsciente y habremos mejorado nuestra empatía.

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La psicóloga Estefanía Valero aborda periódicamente asuntos que preocupan a los ciudadanos e inciden en su salud mental. Valero cuenta con máster en Psicología Clínica y Salud y con experiencia profesional en el ámbito de la psicología desde hace más de 7 años. En la actualidad, es psicóloga de Gabinete Veintinuno, centro que ofrece servicio especializado en psicología y psiquiatría, siendo una de sus principales pretensiones revolucionar la intervención psicológica convencional convirtiéndola en algo más práctica y adaptada exclusivamente a cada persona

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