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Escritos de un joven indecente (V): El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco

Por un instante la oscuridad
de la noche resplandece
en la ciudad de la mentira.

Entre hedor a zotal por las esquinas,
borrachos y vagabundos
rebuscando en la basura,
aparece una mujer con el tierno rostro
de una actiz de cine clásico,
de esas que enamoraban al objetivo
y lo obligaban a filmar primeros planos
y planos de detalle.

 

Una mujer tímida pero risueña…
(sin la máscara occidental del maquillaje).
De tez natural;
rosáceos labios.
-Labios sutiles pero carnosos-
perfectamente esculpidos
con el mismo mármol
que La piedad de Miguel Ángel.
Centelleantes ojos
(traslúcidos como su alma)
de color verde Lorquino.
Vidrieras salvaguardadas
por decenas de astros opacos
que iluminan su cándida mirada.
Finas manos,
afilados dedos,
elegantes uñas (sin pintar).
Pechos de luna llena y carne
que reposan plácidamente
en su torso estrecho y níveo.

-No puedo dejar de imaginarlos
al descubierto y me pregunto
si bastaría un blanco y un magenta
para sacar su color en mi paleta-

El poco perfume que la envuelve,
como un diáfano halo,
desprende aroma a azahar y jazmín,
viento de la bella Italia…

Belleza e inteligencia se aúnan
en un piadoso acto del destino
otorgándole la virtud
de ser doctora en filología clásica…

Por un instante la oscuridad
de la noche resplandece
en la ciudad de la mentira…

Estoy seguro de que Bukowski,
viendo la situación,
me hubiese pegado un puñetazo
en la boca por no
haberlo intentado hasta el final.

Pudo ser el tiunfo
en mitad de la decadencia
pero sólo fue
una derrota
disfrazada de
«poema».

Che peccato,
mi dispiace,
scusa ¹

 

¹ Qué pena,
lo siento,
disculpa.

[1]